Condenada
1
Rayos de SolLa jornada comenzaba al amanecer, aunque no siempre culminaba con el ocaso. Ellos, también, habían llegado a odiar al sol; junto con él surgía otro día entero siendo víctimas de los despiadados castigos de sus «señores», o, en el mejor de los casos, solo llevando a cabo los trabajos forzados que les imponían realizar sin descanso ni clemencia.
Liah, como de costumbre, estaba allí, junto con sus hermanos, los hijos de la luna, aunque no le correspondiese ese lugar ni esos trabajos. Al igual que todos esos hombres que se mataban la espalda con la esforzada faena para no tenerla luego lacerada por el cuero ardiente, ella era una Lycan. La única fémina existente de su especie.
El efecto de la maldición poseía un factor aparentemente intolerable para el género femenino, todas las mujeres que habían sido mordidas por un Lycan perecían incluso antes de que los colmillos se desprendiesen de la carne.
Pero Liah nació siendo loba. Desconocía su procedencia, incluso el nombre que le dieron sus padres al nacer, todo lo que sabía era que Lord Luther, el Lord más poderoso del Imperio Vampírico, le había rescatado de entre un montón de cuerpos mutilados, con apenas unos días de nacida.
Todo lo que conoció durante toda su vida fueron los imponentes muros de la fortaleza del Lord, los inmensos pasillos de su mansión y el castigo como parte de su formación. Ese fue un método muy efectivo para hacerla quien era ahora. Las penitencias físicas a las que la sometieron durante toda su infancia –si así podía llamarse a ese período de su vida– fueron las que la moldearon como era ahora: la esclava perfecta.
Obediente, sumisa y respetuosa, era el trofeo de Lord Luther. Y no era para menos, puesto que había logrado incluso adiestrar la mente de la Lycan de tal manera que actuase antes de siquiera procesar la orden dada.
Si bien no le correspondía estar allí fuera, el Lord tampoco le había prohibido hacerlo, por lo que siempre que podía se unía al resto de lobos, todos limitados con ese collar al que todos maldecían por amenazar con ahorcarlos si osaban transformarse, y ayudaba a los más agotados, quienes pasaban triples jornadas de tiempo completo bajo las inflexibles exigencias de los soldados que les vigilaban.
El papel de Liah era diferente al del resto de lobos. La adiestraron para tareas más domésticas que la fabricación de armas o la construcción de estructuras y la defensa de los muros contra los Salvajes que rondaban los bosques. Era un sirvienta, entrenada para ser fiel a su amo y para dar la vida por él de ser necesario. Cosa que no haría jamás.
Porque, y aunque se le fue dicho que estaba viva gracias a la compasión que Lord Luther sintió por ella al ver reflejado algo de sus hijas en las lágrimas que inundaban los ojos miel de una bebé en medio de una masacre, Liah no era tonta. Sabía muy bien que el motivo de que estuviese allí no era otro que por ser un espécimen raro, como un bicho de circo que el Lord conservó como un objeto de colección.
Se encontró a sí misma nuevamente en su realidad actual, entre golpes metálicos y gruñidos de esfuerzo por parte de los hombres que la rodeaban que resonaban en el aire fresco y polvoriento de la mañana, cuando, a pocos metros de ella, uno de ellos cayó de bruces en el suelo.
Se apresuró a acercarse y sacarle de encima el grueso tronco con el que había estado cargando el pobre hombre que, agotado, no tenía fuerzas ni para volver a levantarse.
—Cedric, levantaos, por favor —instó al hombre canoso que tosía en el suelo por el polvo y el golpazo que se llevó en el pecho —. Vamos, arriba, os ayudaré con eso, pero tenéis que levantaros antes de que os vean. —insistió mirando a los lados, temerosa de que algún vigilante estuviese mirando al lobo anciano que a duras penas empezaba a levantarse del suelo.

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Condenada
WerewolfPRIMER LIBRO A mediados del siglo XV, los Licántropos estaban al borde de la extinción. La campaña de cacería contra las bestias era muy exitosa. Los Vampiros eran señores de casi todas las tierras y los humanos debían pagar con plata u hombres...