25. Rota

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Condenada

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Rota

— ¿Pidió verme, mi Lord?

El soldado se presentó erguido, una mano en la espada y el casco bajo el brazo, frente al Vampiro que miraba con detenimiento y ojos entornados en su dirección, una mirada demasiado afilada para que no se sintiera nervioso.

En realidad no veía al hombre, estaba contemplando la situación actual en la que se encontraban, preguntándose cómo habían llegado hasta ahí y cómo era que no parecían querer echarse atrás. Meditaba en las posibilidades, pasándose el dedo índice sutilmente por el labio inferior, gesto pensativo que tenía también su hija mayor.

—Richard —reaccionó por fin, enderezándose sobre su trono con elegancia; el vigilante aguardó a que continuase hablando —. He tenido una preocupación rondándome últimamente y odio tener cosas rondándome, me hace sentir que soy incapaz de hacer algo al respecto. —apretó la mandíbula, manteniendo a raya el coraje que le causaba la perspectiva.

Era el hombre más poderoso de todas las tierras, ¿cómo no encontrar indignante que algo pudiese oponerse a su autoridad?

—Eso es ridículo, mi señor —respondió de inmediato Richard, precavido de la peligrosísima aura que desprendía el hombre pelirrojo —; usted puede hacer todo lo que le plazca.

—Eso lo sé —replicó con soberbia, haciendo a un lado el adulón comentario con un gesto de manos —. Pero comprenderás que no practico Control Mental, así que no puedo hacer que las bestias se comporten justo como yo quiero. —cerró un puño con fuerza, como si quisiera destruir en él el libre albedrío que tenía a los esclavos comportándose de formas que él no pensaba tolerar más tiempo.

—No necesita ser un Controlador. Un par de castigos los tendrá sumisos y haciendo todo lo que ordenéis.

Estaba claro por qué el vigilante era solo un soldado de tercera, siquiera podía comprender el riesgo que implicaba la resistencia inusual de los esclavos a regresar a su completa sumisión. Aunque hasta el momento con cuero y plata los habían hecho retroceder, de seguir así, llegaría el entonces cuando no harían caso a nada más que sus instintos.

Sin embargo, aunque el hombre no sería el soldado más listo o diestro que en sus filas había, su rango le daba suficiente autoridad sobre los otros vigilantes y sería probablemente el único que, en su afán de martirizar a las bestias, comprendería y sería capaz de lo que quería sin tener que decírselo directamente.

Así que tenía que tragarse su irritación por estar tratando con alguien que rozaba los parámetros de la incompetencia y llegar pronto a lo que iba.

—Eso pensaba y entonces me enteré que el número de castigos diarios ha incrementado y los esclavos están cada vez más enardecidos —entornó los ojos, una advertencia tácita para el soldado de que no se anduviese con estupideces solo por tratar de tenerlo contento; el hombre pasó saliva con disimulo —. No se supone que sea así. ¿Qué está pasando?

—Están enardecidos, usted lo ha dicho —respondió Richard, cauteloso, porque era la verdad, o, al menos, la única que él veía —. Usted sabe que cada tanto los animales quieren intentar morder la mano que los flagela, en menos de nada volverán a resignarse a que sucias alimañas jamás tendrán una vida más digna que esta. —aseguró, una promesa implícita de asegurarse de que fuese así.

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