18. Cuentos Para Dormir

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Condenada

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Cuentos Para Dormir

La consciencia apenas comenzaba a retornar a ella cuando sintió el dolor de cabeza. Estaba mareada y sentía cada parte del cuerpo más pesada de lo normal. ¿Qué había hecho? No recordaba por qué le habían dado ese golpe tan fuerte que le hizo perder la noción y, por lo general, los señores se aseguraban que tuviese bien en claro la regla quebrantada por la que fue castigada.

Torció la boca en un quejido, pero todavía no tenía la lucidez suficiente para abrir los ojos, o mover el resto del cuerpo. Trató de encontrar una explicación a su estado.

Quizá había respondido indebidamente a algún mandato y la consecuencia fue un golpe que, al ella moverse, terminara dándole en la sien y dejándola inconsciente. No, eso no le pasaba desde que tenía trece. O puede que haya sido un accidente, de esos que son tan severamente penados como los actos deliberados, donde hubiese roto algún objeto de poco valor pero que, sin embargo, era motivo suficiente para llevarse una fuerte reprimenda. Pero esos castigos por lo general iban con los correspondientes azotes, y no sentía ardor en la espalda.

¿Qué había pasado? Conforme recobraba algo más de consciencia, sus funciones sensoriales iban despertando también. Sentía frío, algo común en las mazmorras en esa época del año, pero algo no le cuadraba en el ambiente. Quizá el hecho de que no le llegaba el rumor del hedor del agujero de ratas que acumulaba cantidades de hombres y sus olores corporales.

Se sentía extraña. No estaba en las mazmorras, la superficie bajo su cuerpo era muy suave para pensarlo. ¿Dónde estaba? ¿En la alcoba de su ama? ¿Había vuelto a castigarla y esta vez fue hasta la inconsciencia? No, la esencia de Adara no estaba en el ambiente. Comenzaba a alarmarse. ¿Dónde se suponía que estaba?

Hizo un acopio de energía, frunciendo el ceño, para poder abrir los ojos con un pesado aleteo de pestañas. Encontró un techo de tela sobre ella. Una tienda. ¿Estaba en un campamento? Su subconsciente, que no lograba manifestarse, sabía que había salido de cacería con su ama, así que no le resultaba alarmante esa idea.

Dejó caer el rostro a un lado para comprobar su entorno, removiéndose torpemente mientras hacía el lánguido intento de incorporarse. Espabiló de pronto, como si le hubiesen echado un balde con agua helada, cuando vio una figura masculina de pie en una esquina de la tienda. Esa no era la carpa de su ama.

—Comenzaba a pensar que no despertaríais hoy. —comentó él desenfadadamente con una sonrisa amigable.

El afable tono con el que habló no surgió el efecto que él esperó. Todas las alertas de la moza se encendieron para hacerla incorporarse de golpe, pero sin atreverse a levantarse, lo único que hizo fue recoger las piernas e impulsarse con ellas para ir retrocediendo hasta dar con una estructura de madera que sostenía algunos tazones y frascos al fondo, con la respiración acelerada y una mirada profundamente asustada.

Liah cayó abruptamente en la situación que se encontraba. El ataque a los traficantes. Los lobos cercándola. El gran lobo blanco a punto de atacarla. Un potente empujón y un golpe en la cabeza que la dejó a oscuras. Sumar dos más dos no era difícil, así que llegó fácil a la conclusión de que, si no estaba con los Vampiros, entonces estaba con los lobos.

Y el olor que manaba de ese hombre no lo contradecía. Era un Lycan. ¿O estaba tan trastornada que sus sentidos la engañaban?

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