Condenada
4
Mala Jornada— ¡ARRRG!
—Si seguís moviéndoos os seguirá doliendo así. —Liah reprendió a Cedric con el tono que usaría una madre preocupada, mientras que, con un trapo y un balde de agua caliente que había conseguido con ayuda de Beth y Donny, limpiaba las espantosas heridas que levantaban la carne del anciano Lycan sentado en la celda que compartía con un par de hombres que habían sido retirados de allí al amanecer.
La noche anterior Liah había sido despertada, sin haberse dado cuenta de en qué momento llegó a dormirse, por un puntapié que no llevó la intención de causarle dolor de parte de su nueva ama, que solo le dio la orden seca de que se marchase de sus aposentos. Al aparecer llevaba un buen rato despierta.
Aunque desconcertada, ella obedeció y se encontró con dos guardias detrás de la puerta, que le escoltaron a su celda, donde pasó la noche por primera vez en un largo tiempo.
Debía de ser de madrugada todavía cuando el Teniente West se apareció por allí, diciéndole que los alaridos de su amigo –Cedric– se volvían insoportables y que, a menos que quisiera que le ejecutasen para liberarlo de la agonía, fuese a ayudarle con eso. Le cedió un frasco de ungüento, que ella vertió en el agua caliente y le llevó a su celda, donde había estado desde entonces.
Sabía que el Teniente West, en realidad, hacía eso por ella. Porque sabía que le tenía aprecio al anciano y que, desde poco después de ser encerrada en su propia celda, estuvo pensando en cómo se encontraría con esas feas heridas y su regeneración estropeada. No estaba segura del porqué, pero el Teniente siempre había sentido compasión por ella. Jamás había preguntado nada, por miedo de que ese aliado, que no era uno en realidad, desapareciese.
— ¿En qué momento he pasado de cuidaros a ser cuidado por vos? —cuestionó en voz alta el Lycan anciano, medio nostálgico, gruñendo por el nuevo contacto de la tela en su piel lacerada.
—Desde que decidí devolveros el favor. Sin vos seguramente no habría sobrevivido mi infancia. —repuso ella, sumergiendo el trapo en el agua para quitarle el exceso de sangre, escurrirlo, y devolverlo a su trabajo de limpiar las heridas del hombre.
—No tenéis por qué devolverme nada, lo volvería a hacer con todo gusto, siempre que de vos se trate.
—Es lindo saber que soy especial para alguien. —Liah intentó sonreír, pero no estaba familiarizada con la mueca, no recordaba la última vez que la había compuesto.
—No sois especial para alguien. Vos, sois especial, Liah, solo por ser vos. —declaró Cedric con una rotunda convicción en sus palabras, irguiéndose un poco con orgullo, pero desistiendo en el movimiento por el ardor de las laceraciones.
—Ya. —Liah solo siguió en su tarea.
«No estoy tan segura de eso»; pensó con tristeza, porque sí le gustaría pensar que era «especial», pero no tenía mucha motivación para ello.
— ¿No me creéis, borreguita? —Cedric, sentado en medio de la celda, volvió un poco su rostro para mirar a la chica arrodillada detrás de él, esmerada en su trabajo.
A Liah aún le causaba ternura el apodo, que el anciano le hacía puesto de niña y que, cuando le preguntó el motivo del mismo, dijo que cuando se aferraba a él con fuerza durante las ruidosas tormentas, formaba una carita de borrego conmovedora.
—Pues supongo que soy especial, pero solo por ser mujer. Del resto, no hay nada que me diferencie del resto de vosotros. —no quería aguarle las ilusiones a Cedric, pues sabía que una de las dos motivaciones para seguir viviendo del viejo lobo eran sus ideales, su deseo y esperanza de salir de ese agujero de miseria y negligencia.

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Condenada
LobisomemPRIMER LIBRO A mediados del siglo XV, los Licántropos estaban al borde de la extinción. La campaña de cacería contra las bestias era muy exitosa. Los Vampiros eran señores de casi todas las tierras y los humanos debían pagar con plata u hombres...