14. Decid Mi Nombre

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AVISO: el siguiente capítulo contiene escenas explícitas y bastante fuertes; sin embargo, la mayor parte del mismo no es nada que no hayan leído antes, por lo que la parte más fuerte –que consta de unos diez párrafos cortos– estará marcada con un —O— para quien prefiera saltársela.

No me hago responsable de revolvimientos de estómago, todos saben de qué va esta novela, el que haya pensado que todo iba a ser color de rosas, es porque no ha prestado atención a la historia. Lean bajo su propia responsabilidad.

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Condenada

14
Decid Mi Nombre

Liah no podía estar más inquieta que así: en pie en medio de la inmensa recámara de su ama, sola, aguardando en medio de la zozobra por que llegase, aunque a esas alturas ya no podía presumir lo que haría con ella entonces.

¿Le castigaría por haberse dejado acorralar por Barton? ¿Le lanzaría al balcón por no haber acatado la primera vez? ¿Le desangraría porque el Vampiro no prestó atención a que estuviese marcada? ¿O volvería a besarle para dejarle lo suficientemente claro que le pertenecía?

No lo sabía, no podía saberlo, no tenía la menor idea de lo que iba a pasar con ella ahora.

Los nervios, todavía demasiado frescos por todo lo acontecido, le hicieron dar un brinco cuando la primogénita de Lord Luther llegó a la recámara como un huracán, azotando la puerta, con la mirada, encolerizada, despiadadamente fija en la amedrentada Lycan.

«Bueno, fue divertidísimo haber trabajado con vos»; se despidió irónicamente su conciencia.

No ayudaba a menguar su inquietud lo que, a su vez, no le permitía acompasar la respiración. Y su estado no se estabilizó al sentirla acercarse con toda determinación.

Había posibilidad de que saliese con vida de allí, pero intacta, no había manera.

—Decidme, Liah. —la contrariedad convertía la voz de la princesa en un sonido enronquecido, pero que poseía un factor que impedía catalogarlo como gruñido, aunque fuese su semejanza más próxima.

Su cuerpo entró en una aterrorizada tensión cuando las manos de la princesa se engancharon con fuerza a las solapas del chaleco que llevaba y, al tiempo que tiraba de él hacia ella, continuaba avanzando, de manera que se vio impulsada hacia adelante mientras retrocedía a medida que ella avanzaba.

Soltó un pequeño quejido cuando en su espalda se vieron bruscamente incrustados los contornos y salientes del labrado poste de la cama.

— ¿Qué se supone que debo hacer para que comprendáis de una vez por todas que me pertenecéis? —exigió saber a nada de distancia de la joven loba, todavía empujándola contra el poste donde estaban las firmas de sus garras.

Estaba por demás enojada. Con Barton. Con su esclava. ¡Demonios!, incluso estaba enojada consigo misma por no haber reclamado lo que le pertenecía desde un principio.

Y el que su esclava tuviese el mentón prácticamente clavado en el pecho no ayudaba contra eso. ¡Podría intimidar a cualquier otro Lycan en el mundo! ¿Y no podía sostenerle la mirada cuando estaba molesta? Podía ser que tuviese el espíritu, pero esa chica no era una Alfa de verdad.

CondenadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora