Condenada
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La Séptima PersonaLa carreta venía con retraso y, por ello, las medidas de seguridad tuvieron que ajustarse a las circunstancias. Las puertas de la muralla de la fortaleza solían permanecer estrictamente cerradas a partir del ocaso, con las ocasionales excepciones de darles paso a los traficantes para entrar o salir; pero cuando el astro que domina la noche se encontraba a mitad del firmamento, siempre estaban cerradas.
Los peligros de la noche, reino de los Vampiros, eran demasiados para que Lord Luther se diese el lujo de dejarlos penetrar en su fortaleza y esa era la hora cuando todas las criaturas estaban más diligentes de lo usual. Por lo tanto, en vista del retraso de su nuevo pago, las medidas de seguridad se amoldaron a las necesidades.
El camino de la entrada estaba atestado de soldados enfundados en armaduras que resplandecían con el brillo de la luna, así como de los perros guardianes cuyos collares, de diámetro más grande, los confinaban con cadenas de titanio a argollas unidas a las paredes de la mansión, de forma que, en caso de ataque, aunque llegasen a transformarse no pudiesen escapar ni se viesen con ventaja sobre sus amos.
Las circunstancias ameritaban precaución, por lo que los pocos obreros que por ahí trabajaban habían sido autorizados a tomar armas solo en caso de complicaciones. Aunque los traficantes, que habían salido en jornada hacía dos noches, mantenían entretenidos a los Salvajes en el bosque, la mesura no estaba demás.
Liah, en vista de la ausencia de su señora por la cacería, se encontraba ahí, oculta entre la cabaña de uno de los herreros y los múltiples individuos que iban de aquí para allá, aguardando como todos a que las puertas principales se abrieran para dar paso a la carreta.
Todos sus hermanos habían llegado al infierno de la fortaleza en ese carro, un destartalado carruaje de madera oscura con rejas y reforzado con hierro, que traía en su interior el pago de algún poblado por la protección de Lord Luther contra las bestias que rondaban la noche: hombres. Esclavos.
De seguro, si supiesen que los hombres con los que costeaban la seguridad de sus pueblos estaban destinados a convertirse en eso de los que los protegían, preferirían pagar con la plata que se fundía para forjar las armas que derramaban esa sangre maldita. Pero, al no saberlo, entregar a cualquier campesino bajo la idea que se convertiría en un simple sirviente resultaba más factible.
«Esas pobres almas no tienen idea de lo que les espera»; los compadeció Liah mirando cómo todos se preparaban para quitar los seguros de la puerta.
Y ninguno de ellos lo sabía, porque incluso la naturaleza del mismísimo Luther era desconocida para los humanos. Muchos decían que el actual señor de todas las tierras era Lord Luther VI. Claro que, de tan popular hombre corrían muchos rumores por todos los reinos, sin embargo, ninguno de ellos pasaba más de ser cuentos que se inventaban para desdeñar a un linaje de tiranos que llevaban el mismo nombre.
Todos los soldados colocaron una mano en la empuñadura de su espada, mientras que los Lycans se miraban las caras unos a otros, cuestionándose si debían permanecer sumisos o intentar algo, cuando la orden de abrir las inmensas planchas de madera de dio.
El sonido de los seguros de metal hizo estruendo, casi como un llamado de alerta, y las puertas se deslizaron hacia dentro, dando la vista a la carreta con pinta de celda, pronta para entrar.
Los cuatro corceles respondieron inmediatamente al chasquido del azote del látigo, avanzando para entrar la carroza por el camino de piedra que dejaban libre los soldados. Un tanto penetró, los Vampiros volvieron a empujar las pesadas puertas para cerrar el paso.
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Condenada
Про оборотнейPRIMER LIBRO A mediados del siglo XV, los Licántropos estaban al borde de la extinción. La campaña de cacería contra las bestias era muy exitosa. Los Vampiros eran señores de casi todas las tierras y los humanos debían pagar con plata u hombres...