Condenada
8
Dos Cosas Mueven el InstintoPor primera vez en toda su vida, Liah consideraba que había algo de lo que podía jactarse: era una buena maestra. O, al menos, los resultados en la educación de Chase indicaban que lo era.
Con tres semanas de instrucción estricta, generalmente supervisada por algún vigilante, el muchacho lograba controlar sus recién adquiridos instintos mejor de lo que cualquier Lycan infectado podría aspirar a poder hacerlo en un lapso tan corto de tiempo. Era un orgullo saber que el chico ya no sacaba garras y colmillos cada que se le presentaba una emoción muy fuerte.
Se estaba adaptando con facilidad a su nuevo entorno, comprendía los conceptos básicos de ser un esclavo Lycan: obedecer o morir. Sin embargo, no guardaba la misma resignación que los hombres adultos que fueron transformados la misma noche que él. Su alma tierna guardaba tanta esperanza como los ojos de Cedric de que eso, la esclavitud y el flagelo, solo sería algo pasajero, por muy eterno que pudiese parecer.
Una de las principales razones por las que el anciano lobo le había tomado cariño al jovenzuelo: compartían el mismo espíritu libre, que debían reprimir por su propia seguridad, cosa que Liah procuraba recordarles a menudo.
Estaba mal alegrarse por ello, puesto que eso significaba que otra vida estaba condenada a la inmunda vida que ella llevaba, pero no podía evitar la pequeñísima, pero no por ello menos significativa, pizca de regocijo que centelleaba en ella al pensar que, con Chase allí como su hermano, estaba un poco menos sola.
Sin embargo, venía siendo momento de que cada uno tomase los caminos separados por los oficios que debían desempeñar, lo que acarrearía menos convivencia. Liah, como esclava persona de la princesa, tenía la noche irrevocablemente ocupada, aunque a veces no hiciera nada realmente laborioso, pero los días podía consumirlos con su hermanito en las celdas, entre lecciones y bromas a las que poco estaba habituada.
Pero, ahora que Chase podía prescindir de su compañía permanente y que debía comenzar a ser útil para los Vampiros, las horas que tendrían para compartir tiempo se verían reducidas en gran medida.
—No quiero ir con él. —era la tercera vez que Chase renegaba, queriendo poder convencer a Liah de regresar a las mazmorras; pero ella tenía órdenes y no podía desafiarlas.
Lord Luther había manifestado al Teniente West el alarmante déficit de herreros en la fortaleza –los últimos dos meses habían ejecutado a tres de los mejores, dejando a dos principiantes y dos veteranos– y éste se hizo cargo de rellenar las vacantes con los nuevos Lycans, uno que fue herrero, otro que dijo saber apañárselas, y Chase como aprendiz de herrero.
No obstante, pese a lo mucho que la joven loba le reiteró que el oficio de herrero era preferible a cualquier otro disponible, el niño insistía en que no le parecía así. Y no lo decía en cuanto al trabajo, sino a quien habían designado como su instructor: su compañero de celda, Enar, quien parecía inspirarle más temor que nadie en las mazmorras.
—Vamos, Chase, Enar no es malo. —Liah siguió caminando y Chase, pese a sus palabras, iba detrás de ella.
No se atrevía a andar solo todavía en el inmenso patio donde los obreros iban de aquí para allá, al igual que los Vampiros que buscaban con ojos de lince algún pretexto para castigar a cualquiera de ellos.
—Si las miradas matasen, hubiese muerto anoche. —instó el muchacho, caminando detrás de ella a la fila de cabañas de los herreros, siendo la de su nuevo tutor la última por la izquierda.
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Condenada
WerewolfPRIMER LIBRO A mediados del siglo XV, los Licántropos estaban al borde de la extinción. La campaña de cacería contra las bestias era muy exitosa. Los Vampiros eran señores de casi todas las tierras y los humanos debían pagar con plata u hombres...