Condenada
26
El Furor De La Bestia¿Cuánto había pasado? ¿Doce horas? ¿Veinticuatro? No estaba segura, todo lo que sabía era que, a estas alturas, se había quedado sin lágrimas para derramar. No era que necesitara hacerlo más. Por mucho que llorar fuera necesario, también sabía que hacerlo en exceso solo la lanzaría en la depresión y no iba a permitírselo.
Las heridas intangibles en su pecho continuaban abiertas, sangrando ahora más lentamente, pero seguían doliendo igual. El resto de ella se había vuelto un algo insensible. No sentía los dedos entumecerse por el frío, no sentía la espalda ni los glúteos adoloridos por haber pasado más tiempo del que podía recordar sentada contra la pared, no sentía las punzadas que el llanto le había dejado en las sienes.
Solo estaba ahí, sentada, sin la capacidad de recoger las piezas de sí misma, aguardando porque algo pasase y la sacase de su estado vegetal para comenzar a armarse nuevamente o sentir plenamente el atroz vacío dentro de ella y dejarse consumir por él.
Lord Luther habría esperado que sucediese lo segundo. Tenía la certeza de que el Lord debía estar disfrutando ahora misma una copa de vino diluido –en sangre– para festejar lo que consideraba una victoria, que estaría regocijándose de pensar que una vez más se había salido con la suya, que había logrado destruirla.
Y en parte estaba en lo correcto: había conseguido romper la educación en la que creía y destrozar su alma en mil pedazos al arrebatarle lo más genuino que había en su vida.
Lord Luther la conocía, Lord Luther la había hecho, por supuesto que sabría cómo desmantelarla cuando fuera necesario.Pero desde hacía un tiempo que ya no era solo él el responsable de hacerla lo que era. Y no sabía si desde antes hubo esas marcas en ella, pero hacía muy poco se había dado cuenta que no solo llevaba la marca de Lord Luther, no solo tenía la firma del cuero en su espalda y bajo la piel.
Estaba la marca de Cedric, el hombre que le enseñó a ser persona; la de Chase, que le mostró lo que era tener a alguien a quien proteger; la de sus hermanos, que le hicieron saber lo que tener una manada se sentía; la de la princesa, que le hizo darse cuenta de que podía sentir más de lo que jamás creyó posible.
Y, por sobre todas esas, estaba la marca que se dejaba a sí misma. Porque por mucho que, honestamente, ella misma hubiese sido irrelevante en el proceso de definir su propia identidad, había algo enteramente suyo que había causado un impacto más fuerte de lo que Lord Luther jamás habría considerado.
Porque a pesar de todas las cicatrices invisibles, de todas la firmas que el cuero le dejó como fuego en la piel, del miedo que le inyectaron a fuerza en el corazón y de las pesadillas que le indujeron para que siquiera en sueños pudiese librarse de ellos; a pesar de todo y todo, del dolor que le abría el pecho, del desconsuelo de la ausencia, de las ganas de solo dejarse morir allí donde estaba para acompañarlo; su Bestia se agitaba, retorcía y rugía dentro de ella, urgiéndole que le dejase salir.
No fue capaz de sentirla, claro, sino hasta que sus oídos comenzaron a captar tardíamente los chillidos del metal, los gruñidos descontentos y los quejidos doloridos que venían del otro lado de la puerta de madera y metal de su celda.
Estaban regresando a los perros a sus jaulas. Eso quería decir que en realidad no había pasado tanto tiempo como ella había sentido, ¿no?
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Condenada
WerewolfPRIMER LIBRO A mediados del siglo XV, los Licántropos estaban al borde de la extinción. La campaña de cacería contra las bestias era muy exitosa. Los Vampiros eran señores de casi todas las tierras y los humanos debían pagar con plata u hombres...