Condenada
22
Truenos de InviernoEl bullicio en las mazmorras era mayor que nunca y todos los gritos, indiferentemente de lo que dijesen, querían una sola cosa: libertad. Rebelión. Era luna llena, por lo que todos los Novicios y aquellos que todavía no sabían controlar su transformación en esa fase estaban allí, todos con un cilicio con púas de plata que les impedía la transformación y los tenía sangrando pero no privados de bríos. Los vigilantes no se molestaban en hacer patrullas durante esa noche, considerando que las fajan eran suficientes para mantenerlos en control, por lo que podían darse una mediana confianza a la hora de hacer planes teniendo que comunicarlos por las separaciones de las celdas.
Irónicamente, la mayor parte de las propuestas, de los llamamientos a atreverse a pelear por lo que les pertenecía, de las declamaciones para alentar a los demás a pensar que sí era posible, venía de la zona de las mazmorras donde se alojaban los catalogados como más dóciles.
Los sucesos de hacía unos días habían levantado el ánimo como nunca antes, aquel poderoso rugido seguía retumbando dentro de sus pechos como en el momento en que lo escucharon, manteniendo viva la llama del valor con el que ahora se armaban para atreverse a dar ese paso al frente después de tanto tiempo esperando.
Así pues, a pesar del helado clima de finales de año, el ambiente en las mazmorras era tan caluroso que los hombres confinados a ellas no eran capaces de quejarse por los pobres abrigos que eran las raídas camisas que se les eran conferidas durante el invierno.
Liah no estaba segura de cómo sentirse estando ahí, en medio de una algarabía algo más moderada que la que llevaban los lobos libres en aras mantener sus clamores por libertad lejos de los oídos de los vigilantes en la superficie, pero que llevaba el mismo brío detrás, Lycans aullando juntos por su causa.
Lo que sucedía era por demás peligroso. Estaban todos a la orilla del risco, listos y dispuestos a saltar a las aguas turbias de las que bien podrían salir, o que podrían ahogarlos antes de que siquiera pudiesen hacer amago de comenzar a nadar, solo deteniéndose para pensar en la mejor forma de aventarse.
Y no sabía qué sentir porque precisamente ella era quien diría cuándo y cómo arrojarse al agua. Cedric le había interrogado, preguntándole si alcanzó a ver quién fue el Alfa que profirió el rugido, si pudo ubicarlo, si sabía si estaría por esas tierras por un tiempo o solo estaba de paso y si ella logró resistirse al efecto del rugido; de alguna forma logró hacerla confesar lo que quizá debió haberse tragado a toda costa: que el rugido lo había proferido ella.
La disposición de las jaulas hacía que una conversación jamás quedase entre dos personas y pronto todos los obreros se habían enterado de eso, de que ella era una Alfa era indiscutible.
Desde entonces su rango había pasado a ser oficial. O algo por el estilo, puesto que, aunque los esclavos la llamaban su Alfa, los protocolos y juramentos que correspondían para consolidar una manada requería no habían sido efectuados, y un Alfa sin manada simplemente no era un Alfa. Y mientras siguieran dentro de ese agujero de miseria no lo serían.
Mientras tanto, ahí estaba, sentada en medio de la celda del Lycan anciano, con todos sus ocupantes presentes como los de la mayoría de las otras en vista de la fase de la luna y que la jornada todavía no comenzaba para los que tenían control de sí mismos, escuchando a sus hermanos aullar, apoyando planes y desestimando otros, viendo cómo todos depositaban su confianza en ella por algo que había hecho sin darse cuenta.
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Condenada
WerewolfPRIMER LIBRO A mediados del siglo XV, los Licántropos estaban al borde de la extinción. La campaña de cacería contra las bestias era muy exitosa. Los Vampiros eran señores de casi todas las tierras y los humanos debían pagar con plata u hombres...