Condenada
10
Dulce y Peligrosa InexperienciaLa jornada diurna estaba por terminar, los obreros que aún trabajaban rogaban porque el sol cayese más a prisa, mientras que los que los reemplazarían suplicaban por lo contrario y que la luz del día durase un poco más.
A Liah le daba igual qué tan pronto la estrella rey se ocultase tras el horizonte vestido de naranja; aunque solía indicar para ella también el comienzo de su jornada de servicio, esa noche no marcaría nada, puesto que solo aguardaba a que los traficantes volviesen de la cacería en la que se aventuraron hacía dos noches para ser solicitada, o no, por su ama.
Chase estaba con Enar; aunque el hombre intentó tomarse un tiempo para darle todas las indicaciones prudentes al jovenzuelo, los vigilantes pusieron mucho empeño en que comenzara a herrar cuanto antes, sin importar si perdía algún dedo por la inexperiencia. Cedric estaba de turno en la construcción de la torre.
Así pues, la joven loba no tenía nada más qué hacer sino aguardar a que alguno de ellos terminase con sus labores, o a que la princesa llegase de su misión.
No estuvo segura de cómo sentirse cuando lo primero que pasó, fue lo segundo.
Aun no terminaba de definir si la compañía de la princesa –aunque, en teoría, era ella la que acompañaba, y no por placer, sino por deber– podía ser mejor descrita como amena o infausta. Después de todo, era la Vampiresa que mejor le había tratado durante toda su miserable existencia, pero no dejaba de ser una Vampiresa, la hija de Lord Luther y, aunque no eran iguales, había mucho de él reflejado en ella.
¿A quién engañaba? En realidad, el adjetivo que menos se le pasaba por la cabeza a Liah durante el servicio era infausto. A no ser que fuese en una de esas situaciones en las que la mera presencia de la princesa le cortaba la respiración, que su energía la envolvía por completo y que sentía ese deseo solo descriptible como infausto de hacer... siquiera estaba segura de lo que quería hacer.
Pese a saber perfectamente lo que la princesa quería hacer con ella.
El aviso fue el estruendoso sonido del cuerno. Uno para amigos, dos para enemigos. Un tanto los centinelas divisaron a los caballos surgir de la frondosidad del bosque dieron la alerta, y la reacción de los soldados no se hizo esperar, todos preparándose para el próximo desbloqueo de las puertas.
Por suerte, esa no fue una de esas veces cuando, tras la silueta de los jinetes, surgían otras sombras, grandes, peludas y monstruosas, corriendo a cuatro patas detrás de ellos, las presas cazando a los cazadores. Sin embargo, los traficantes jamás llegaban a ritmo de trote; por precaución, siempre llegaban galopando y nadie bajaba la guardia sino hasta después de que las puertas eran nuevamente selladas.
La princesa Adara fue la primera figura en atravesar los muros de la fortaleza, seguida de la caballería, todos enfundados en la misma brillante armadura plateada con claros distintivos a los de la Guardia Real.
Liah, de pie cerca a las caballerizas, contempló el espectáculo desde lejos. Los cazadores, al tan solo el equino poner el primer casco fuera de la fortaleza, teñían los ojos de rojo, y no los volvían a su estado acostumbrado hasta volver; cuestiones de supervivencia: sentidos más alertas. Todos los otros soldados bajaban la cabeza ante ellos, no por nada los traficantes eran la casta más alta de guerreros que podía haber.
Nunca le gustó la imagen de ellos al llegar, y menos cuando traían las espadas manchadas con sangre, sangre Lycan. Pero, esa vez, vio algo diferente, un rostro diferente. Una mujer que lucía con orgullo la armadura, que llevaba el poder más allá de su espada y del escarlata en los ojos, cuyo cabello quedó liberado de la prisión del casco y que ondeó al viento mientras ella se erguía, poderosa, sobre el majestuoso corcel marrón.
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Condenada
Hombres LoboPRIMER LIBRO A mediados del siglo XV, los Licántropos estaban al borde de la extinción. La campaña de cacería contra las bestias era muy exitosa. Los Vampiros eran señores de casi todas las tierras y los humanos debían pagar con plata u hombres...