S E I S

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No sé qué era más increíble. El fortísimo olor que provenía de la cocina u observar a Alastor West con un delantal mientras cocinaba un -según yo y mis ojos- platillo exquisito que seguramente consistía en comida de finísima calidad y excelencia. Obviamente eso no era lo más increíble -no sé ni porqué lo dudé- lo inefable de esta situación era verlo a él y lo apuesto que lucía.

Él estaba de espaldas a mi mientras yo me escondía detrás del muro del pasillo, haciendo asombrosas proezas con los utensilios de la cocina, como por el ejemplo girar el cuchillo en sus dedos o hacer dos cosas distintas con ambas manos como si de un hábil ambidiestro se tratase, o también maniobras con la sartén. Parte de mi creía que él estaba al tanto de que yo lo observaba y lo hacía para impresionarme -lo estaba logrando-, sin embargo, otra parte de mi asimilaba que este tipo es un chef y probablemente haga este tipo de mierdas hasta dormido.

La noche anterior fue la más larga de todas, no pude pegar el ojo debido a que la gran parte de esta me la pase con la cabeza metida en el inodoro, induciéndome al vomito para ver si de esa manera podía expulsar las calorías del suero que había sido inyectado a mi cuerpo.

― Dime que tienes café. ― el agua y el café eran unas de las pocas sustancias que permitía entrar a mi cuerpo al poseer con exactitud una cantidad enteramente nula de calorías

― Ten. Adiviné que querías. ― me tendió una pequeñísima taza de porcelana beige que se veía demasiado preciosa para colocar mis labios sobre ella. Este tipo de objetos son demasiado estéticos para mí, si no lo he mencionado antes. De todos modos, lo hice, pero apenas mis papilas gustativas lo detectaron corrí al lavabo a escupirlo. ― ¡¿Tiene azúcar?! ― pregunté con pánico

― Cálmate. Es edulcorante no calórico. ― inmediatamente me avergoncé tanto que mi rostro se coloreó en cuestión de segundos, al igual que una sensación de alivio invadió mí cuerpo. ― Siento haberte asustado.

― ¿Cómo sé que no me estás engañando? ― miré la taza con cierta sospecha. ¿Cómo podría averiguar la diferencia entre el azúcar puro y un edulcorante no calórico? Solo una persona demasiado experta lo haría.

― Shaileene...esto apenas comienza. No soy tan mala persona como para comenzar con algo tan drástico. ― aseguró seguido de un sorbo a su café. Titubeé mientras colocaba de nuevo la taza en mi boca, finalmente de manera confiada bebí el contenido. Sería vil mentir y decir que no me gustaba, al contrario, era el mejor café que había probado. ― Proviene de Trieste. ― señaló la taza que aguardaba en mis manos. Enseguida sus palabras captaron mi atención y mi mirada, la cual posé fija en su agraciado rostro. ― ¿Sabes dónde queda?

Trieste...― pronuncié de nuevo consiguiendo refrescar mi memoria. Las ubicaciones geográficas se me dan bastante bien ― Italia, por supuesto.

Illy...y es, en pocas palabras, la empresa que produce el mejor y más costoso café expresso del mundo... ― mi boca se abrió ligeramente a causa de la sorpresa. La billetera de este tipo es capaz de conseguir el café más exquisito y caro del mundo. A ese nivel se mide su riqueza ―...y lo acabas de escupir. ― Nuevamente, me sentí avergonzada a más no poder.

― N-no soy adivina.

― Y tampoco estricta. ― fruncí el ceño. ¿A qué se refería con estricta? ― Ayer cuando llegaste me dijiste que no te dirigiera la palabra a menos que sea cien por ciento necesario y míranos...en este momento hablamos como los dos compañeros de habitación más sociables de todos. Y orgullosamente digo que no fui yo el primero en romper aquella orden. ― rodeé los ojos

― Jódete, Alastor. ― respondí con parsimonia. No tenía ganas de discutir.

― ¿Por qué siempre tu vocabulario al dirigirse a mi tiene que estar plagado de palabras obscenas y mal sonantes? ― detestaba cuando Alastor era elocuente de esa forma, me hacía sentir idiota y retardada. ¿Por qué este tipo se empeña en ser tan correcto? Es detestable.

― Deja de hablar como un maldito miembro de la monarquía inglesa, joder. Conmigo no es necesario tener un maldito impecable y pulcro lenguaje porque yo de esos dos objetivos no tengo ni la yema de los dedos. Y si eso es lo que deseas pues no esperes recibir el mismo trato de mi parte. ― rechisté con molestia. ― Me frustra.

― Tu misma, con tus palabras y acciones me acabas de asegurar aquello que dudaba. Shaileene, acabo de rectificar que no...que no solo padeces de anorexia. ― pasé las manos por mi cabello. Me siento demasiado furiosa y que siga actuando de esa manera me encoleriza el triple, por lo que mi gesto era nulo y no conseguía calmarme en lo absoluto. ― En tu mente, desafortunadamente, hay más...mucho más de lo que yo creía. Mi objetivo será bastante más difícil de lo que esperé...pero tranquila, no voy a desistir. ― apenas me senté en uno de los sofás de su sala de estar estallé en lágrimas. Sin sorpresa alguna me di cuenta de que no era por rabia ni por frustración, era por tristeza.

Alastor tiene toda la razón.

Esos terribles cambios de humor tan drásticos y esa irritabilidad que abunda en mi ser y que había comenzado a experimentar hace unos años para acá solo tenían una explicación, solo que había ocasiones -como estas- que no quería admitirlo y que tampoco quería recibir un diagnóstico de manera directa. Bastante la maldita anorexia me acuchillaba el cuerpo como para ahora escuchar por parte de él que el trastorno maniaco-depresivo me está machacando cualquier que sea la zona de mi cerebro afectada.

Me sentía abatida, quería que un revolver estuviera en mis manos para volarme los sesos sin titubear. Probablemente...ahora mismo esté presentado uno de los extensos episodios depresivos.

― Ven aquí. ― minutos después de un consuelo de su parte para mi persona, me tendió su mano luego de ponerse de pie frente a mí.

No quería tocarlo, el contacto físico no suele incomodarme, pero esa mano que se extendía frente a mí era nada más y nada menos que la de Alastor West y eso para mí era lo más embarazoso. Terminé aceptando ya que este simplemente se negó a hacer ademán de alejarse y junté la mía con la suya.

La gran cantidad de vello que había en mi cuerpo -y digo gran cantidad debido a que la anorexia hacia que mi cuerpo produjera el doble y provocara algo llamado vello lanugo que crece densamente para intentar protegerme y reemplazar la función de la grasa que carece en mi organismo- se erizó enseguida al sentir su tacto.

Me dirigió por los largos pasillos del departamento y se detuvo frente a la última puerta, la cual era metálica y de la cual no tenía absoluta idea de qué clase de objetos yacían dentro. Sin dejar de soltarme, abrió con lentitud la puerta. Por un momento me sobresalte debido a que no sabía que esperarme y enseguida mi mente sufrió la invasión pensamientos poco alentadores y paranoicos.

Pero encontrarme con un lugar donde en su mayoría, estaba adornado por plantas, flores de variadas especies, un techo completamente de cristal que lograba hacer que la luz del sol y el azul del cielo se colara por este, un aroma a frescura que se filtraba por mis fosas nasales, donde la vegetación componía aproximadamente un noventa por ciento del terreno, me sorprendió aun más de lo que esperaba, afortunadamente, me sorprendió para bien. Lo mejor de todo es que la tristeza que sufría hace unos segundos desapareció casi por completo y fue reemplazada por un sentimiento indescriptible. Era un invernadero. Y aquello, era una de las cosas más hermosas que he visto recientemente.

― La naturaleza es capaz de lograr emociones inenarrables, Shaileene. A partir de hoy, si uno de tus episodios depresivos vuelve a atacarte, eres libre de pasar aquí el tiempo que quieras. ― las lágrimas que brotaban de mis ojos dejaron de ser tristemente amargas para ser todo lo contrario.

Toqué con delicadeza uno de los rosales que estaban a mis espaldas, eran blancas, llamativas, estaban demasiado bien cuidadas y por un momento temí que mis manos fueran bruscas o hasta que estuvieran sucias y dejé de tocarlas al pensar que las contaminaba con mi amargo ser y mi oscura alma. Las rosas blancas parecían demasiado puras, eran seres majestuosos, lo que producían en mi carecía de palabras para poder ser explicado. Y allí llegué a la conclusión de que yo era todo lo contrario a ellas. Ellas estaban vivas.

― ¿Quieres estar sola? ― negué con la cabeza, seguido de su cuestión. Raramente, su presencia no me molestaba en este momento, al contrario, me agradó que estuviera junto a mí.

― Quédate conmigo. Por favor. ― quise pensar que dije estas palabras si de verdad sentirlo. Pero realmente salieron de mi boca casi que por inercia. 

GranadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora