Q U I N C E

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― ¿Fumas? ―de una cajetilla sacó un cigarrillo y lo colocó justo frente a mi entre sus dedos. Vaya, este chico es increíblemente blanco. ¿Es normal ser de un color tan pálido? Y no, no digo que se vea mal, al contrario, de hecho, me parece que su tez encaja perfecto con su estilo obscuro y sombrío. Por muy fantasioso y ficticio que suene, se me asemeja a una especie de vampiro. Acepté el delgado cilindro asesino, más por cortesía que por verdaderas ganas, rozando levemente la piel de sus manos al aceptarlo, seguido de un encendedor plateado que utilicé para prenderlo.

Hace bastante tiempo que no fumaba, de hecho, había dejado de hacerlo cuando sentí que no lo necesitaba, hasta había olvidado el sabor y el olor. Antes lo hacía con bastante regularidad junto con una taza de café negro para apaciguar el desagradable gusto que me dejaba en la boca. En realidad, solía utilizar ambos elementos para simple y llanamente calmar los rugidos en mi estomago provocados por el hambre, era increíble que aquello de verdad lograba sosegar esa rigurosa sensación.

Inhalé el fogoso humo, el cual lograba una sensación picosa, ardiente y al mismo tiempo peculiarmente reconfortante al recorrer mi trayecto respiratorio, olvidaba lo mucho que me relajaba aquel efecto tan sosiego que producía el tan dañino, pero tan adictivo producto.

― Que puto asco tener que vivir de nuevo con mis padres. ―negó con la cabeza mientras expulsaba con lentitud el humo que segundos antes había inhalado y contenido― Después de estar tres malditos años viviendo solo tengo que volver como si fuera un puñetero crio aun con veintitrés años. ―su aparente revelación hizo que el bicho de la curiosidad me pinchara.

Es cierto que acabo de conocerlo, pero también es cierto que tengo un lado cotilla que suele salir a flote en este tipo de momentos. Ese mismo lado tan recóndito está muriéndose por saber el trasfondo de sus palabras, aun sin ni siquiera saber cómo se desarrolla la historia de su vida. También se me hacía curioso que pasáramos por situaciones tan similares como lo es ese indeseado reencuentro con nuestros progenitores. Vale, que yo, aunque si me vi obligada a volver por esa situación que todos recordamos pero que, Jesús, muero por olvidar, no fue como que haya sido arrastrada a la fuerza aquí sino más bien por decisión propia, contrariamente a la circunstancia del desconocido chico misterioso.

― ¿Qué haces en esta aburrida y letárgica urbanización, entonces? ―me atreví a preguntar. Como quien dice: Tocar la puerta no es entrar. Lo intenté, como puede que falle puede que no y era mejor averiguarlo. La desventaja es que, si su reacción es negativa, probablemente quede como una metiche de mierda.

― Es una larga historia...que realmente no tengo ganas de contar. ―repitió exactamente aquella frase con la que yo le respondí minutos atrás. Pero a diferencia de mi contestación, él la hizo mirando fijamente a mi rostro.

Ahora que puedo detallar mejor su cara, me puedo dar cuenta de que el chico tiene facciones delicadas que no contrastan ni con su forma de ser, ni con su grave voz, ni con su estilo tosco, sin embargo, creaban un balance perfecto. No sé si está bien que diga esto debido a que, joder, son tan solo aproximadamente cinco minutos <<conversando>> y conociéndonos, pero vaya que toda esa fusión se me hacía atractiva y atrayente.

Puede que sus ojos sean pequeños, pero al mirarte de esa manera logran intimidarte con creces. Metafóricamente hablando, parecen dos pequeñas dagas que se incrustan profundamente sobre ti.

Madre mía, Shaileene. Es hora de dejar de fijarte tanto en la apariencia física de los demás, es difícil dejar atrás esa costumbre mía si, joder, la maldita apariencia me llevo a lo que soy ahora.

― ¿Puedo preguntarte algo? ―por allí quizá debí haber empezado antes de cuestionarle la razón de su mudanza. ¿Hasta cuándo dejarás de ser tan impulsiva, Shaileene Malone?

GranadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora