D O C E

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― Ten. ―le entregué el paquete que contenía el dulce. Él estaba en su oficina, era la primera vez que entro en este lugar.

Es el ambiente más silencioso de su departamento, ni siquiera el invernadero era tan taciturno. Me gustaba, sobre todo la decoración, las paredes estaban pintadas de un color beige tenue, el suelo estaba conformado por baldosas de cerámica color cobre y, al igual que la sala de estar, un ventanal gigante que abarcaba toda la pared del lado izquierdo de la habitación lograba mostrar una vista panorámica de la ciudad. Lo único malo es que el aire acondicionado conseguía hacerme recapitular a mis días en los hospitales, me pone la nariz fría y la glacial corriente me calaba hasta los huesos.

Su escritorio estaba repleto de papeles y documentos que parecen importantes, supongo que el hecho de poseer una gran fortuna y ser el dueño de un restaurante tan costoso y prestigioso como lo es el suyo, requería una gran responsabilidad, tendría que saber cómo administrar el negocio y mantener todo en orden. Sus gafas de montura circular lo hacían ver como uno de esos empresarios exitosos que dedican su vida entera al trabajo.

― ¿Para mí? ―se apartó las gafas y me miró sin aun echarle un vistazo al dulce. Asentí― ¿Qué es? ― ¿Para qué me pregunta? ¿Por qué no lo abre y ya?

― Averígualo. ¿Tienes miedo a que te de una granada letal o qué? ―bromeé causándole risas. Hizo caso a mi petición y lo abrió con detenimiento. Una sonrisa enorme se formó en su rostro al ver el panecillo de chocolate y me dio las gracias con la mirada― Admitiré que lo compré para mí al principio, pero...no pude, es demasiado. Así que pensé en ti y...supuse que te gustaría. Considéralo como un agradecimiento a lo que estás haciendo por...por mí.

― Gracias, Shaileene.

― No es nada, en serio. Ahora...me voy, siento interrumpir tu trabajo. ―giré sobre mis talones dispuesta a salir por donde entré, pero su voz llamando a mi nombre me hizo detenerme y girar la cabeza hacia su persona.

― ¿Por qué no me haces compañía? Me siento...algo solo aquí, mientras hablemos terminaré esto más rápido. ―un ápice de sonrisa apareció en mi rostro, aunque la reprimí lo más rápido que pude. Quiere que lo acompañe para no sentirse solo...no sé qué decir a eso.

― ¿Qué son? ―pregunté con curiosidad mientras señalaba los documentos y me sentaba en la silla frente a su escritorio. Este ambiente me recordó a cuando el rector de la universidad me solicitó para ver si estaba de acuerdo con recibir ayuda de un orientador.

― Las cuentas del restaurante que debo administrar. Se han vuelto un revoltijo ahora que no estoy yendo.

― ¡¿No has ido?! ¿E-es por...por mi culpa? ―involucrarme en su vida laboral era una de las cosas que menos deseaba. Joder, no quiero arruinarle su negocio por culpa de mis mierdas. Si está faltando a su trabajo por mí me voy a sentir como una maldita carga.

― ¡No, no! No te inculpes por esto, sencillamente decidí tomarme un tiempo libre por razones propias, además, tengo empleados que llevan a cabo el funcionamiento del restaurante. Fue mi culpa que las cuentas se hayan acumulado porque las dejé para última hora, no te preocupes. ―asentí un poco más aliviada.

― Hoy... ―pensé un poco antes de decirle aquello y tragué saliva, al final hice caso omiso a mi incredulidad y me decidí por soltarlo de una vez―, hablé con Stella. ―apenas le dije aquello dejó caer los papeles que sostenía en el escritorio y me miró ceñudo.

― ¿Qué? ¿Por qué? ―tenía una expresión de suspicacia grabada en su rostro

― La encontré en el lugar donde compré eso ―señalé el dulce―, y...ella se acercó a mí, me habló.

GranadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora