Esa misma noche, dos hombres se hallaban en una habitación oscura. Sus rostros abyectos se ocultaban por sombras informes que los rodeaban desde su interior. ¿Qué clase de hombres estarían junto al lecho de la madre de Tulio? Uno de ellos permanecía sentado sobre un viejo sillón, cabizbajo, con una rara sonrisa congelada en su rostro. El otro, se hallaba sobre el lecho, encima del cuerpo de la anciana en reposo. Un gemido salió de los labios de la vieja, su rostro ajado configuraba la agonía de una horrible pesadilla. ¡Cada noche era demasiado horrorosa para ser soportada por siempre! Sentíase una presión en el pecho que le impedía respirar. Se encontraba paralizada, presa en su propio cuerpo, bajo el embrujo de una horrible voz que la estremecía:
- ¡Mátate! ¡mátate!.
Eran las tres y veinte de la mañana. Hoy, más tarde que otras noches, el tono seco de la voz de un hombre sembraba en sus ojos la angustia de una premonición inmediata. Las manos lívidas del hombre sobre el cuello de Hortensia, pesaban irresistiblemente como dos manos de plomo sobre su garganta ¿Quiénes eran esos hombres?
A la habitación entraron dos personas de aspecto similar. Atravesaron la pieza sin que la escena del victimario les llamara la atención. Una de ellos, se dirigió a la figura del hombre sentado en el sillón, colocándole la mano en el hombro. El sujeto se levantó y caminó en dirección a la cama. Una luz oblicua y azuleja le alumbró el rostro cicatrizado y deforme por unos segundos. Su voz era dura y fría. Hablaba con deliberada lentitud. Tenía una expresión de soberbia en su mirada, firme y escrutadora. Entonces se aproximó al oído de la anciana torturada, diciéndole con sórdida lentitud:
- Puedes demorar esta esclavitud tanto como quieras, Iván – y esbozando una siniestra risa, agregaba – Atrévete a hacer el nudo de la soga, yo te enseño.
¡Pobre Hortensia! No supo cuánto tiempo estuvo paralizada. Ciertamente eran tres horas de horror que le parecieron siglos, eternidades sobre eternidades de tortura. Aquella fuerza ciega (llamémosla así) dejo de reptar por la habitación luego de un par de horas. Eran las cinco menos diez y aún permanecía aletargada. Durante ese intervalo de turbación, horribles imágenes circularon por su cabeza; hombres amarrados en troncos, castigados salvajemente a latigazos; mujeres torturadas por sangrientos mecanismos de madera que les desmembraban las extremidades; niños desesperados, quemándose vivos en ardientes jaulas de hierro, llamando a gritos a sus padres con voces quebrantadas y roncas. Las escenas se reproducían cada noche; el mismo sueño, la misma voz áspera indicándole matarse, desde hace doce años.
La anciana despertó ahogada, tosiendo, como si aquellas manos secas y apergaminadas la hubiesen estrangulado de verdad. Después de un momento de agonía, Hortensia se inclinó hacía el velador, sirviéndose un vaso de agua. Una mirada de compasión apareció en sus ojos húmedos, le parecía aberrante que su imaginación fuera capaz de elaborar escenas tan atroces, propias de una mente criminal. Se levantó de la cama y cruzó hasta un antiguo sillón que permanecía cerca de la ventana. En ese preciso momento, el ruido de una reja que abría se escuchó en la terraza. Al descubrir el velo, notó que Tulio entraba con Andrés. Este último parecía ebrio porque se apoyaba en el hombro de su hermano. Un instante después, tomó asiento, experimentando una suerte de estremecimiento que le recorrió el cuerpo. No hizo caso, luego de unos minutos más, cayó vencida por el sueño.
La vieja despertó bastante después del mediodía. Alba había entrado y salido varias veces de su habitación, asombrada que su hermana durmiera hasta bien tarde. Media hora después, Hortensia asistió al vestíbulo como era costumbre, con la mirada perdida y las manos ocupadas en la continuidad de sus gestos repetidos. En sus oidos aún resonaban aquellas palabras:
- ¡Mátate!, ¡mátate!
A pesar de todo, sentíase tranquila, libre en la prisión de un mundo fantástico, so pena fantasmagórico. Veía hombres entrar y salir de la casa que a veces la saludaban, otras veces la miraban con recelo, asombro u odio. A corta distancia, la hostigaban un hombre y una mujer. Los contemplaba como una visión vaporosa y distinta. Aquellos la observaban de soslayo, se reían de su condición con una gracia desdeñosa. Estas visiones la atemorizaban, le resultaban particularmente insoportables. Las pocas veces que se armó de valor, las enfrentó e intentó establecer un diálogo inteligente:
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Te perdono.
FanfictionNadie sabe lo que sucede cuando se opera un suicidio y las consecuencias futuras en quienes lo practiquen. ¿Sufren? ¿Dejan de ser? Clara, una médico psiquiatra, decide quitarse la vida arrojándose desde un balcón, sin saber que su suerte empeoraría...