Se instalaron en una amplia habitación pentagonal de cara al balcón del tercer piso. La intimidad yacía detrás de dos puertas de cristal, perforadas por el perfume de plantas aromáticas provenientes del balcón. El cielo era agujereado por una estrella solitaria que iluminaba las ventanas de un color azul. Un hilo de luz se fugaba por el escote de la cortina, proyectando el cuerpo de Clara en reposo. Envuelta entre una trama de sábanas, lo oculto e inquieto de su silencio se agitaba al ritmo de una honda respiración y su carne parecía totalmente recorrida por un deseo impreciso y secreto que no sabriamos precisar.
- Clara, ¿podrías venir, por favor? – le gritó Tulio desde algún lugar de la habitación.
No contestó. El hombre salió del baño interno de la pieza, paseándose desnudo con una toalla que traía sobre sus hombros. Aproximándose a Clara, miró su rostro de perfil contra la almohada, embelesado por sus largas pestañas y por su cabello caprichosamente disperso sobre su espalda. Si, era un hombre feliz, pese a los vestigios de una emoción contenida. Al pensar en Alejandra, se aventaba al recuerdo de aquellos ojos que lo miraron tanto tiempo en su memoria y aquellas manos que escudriñaron tanto tiempo en su ser que, por intervalos muy cortos, se entregaba a lo que pudo ser... ¡Cuántas veces encontramos amargura en las cosas que no nos atrevimos a hacer y cuántas cuotas de dolor se hayan secretas en nuestras acciones indiscretas. Sin embargo, nada de eso superaba la sensación de plenitud que le hacía sentir Clara.
Al verla de cerca, sus pensamientos y emociones se agitaron en un combate de horror, dejándole a su paso la impresión desconocida de una tragedia de la que tendrá parte, pero por la cual no saldrá herido. ¡En quién me estoy convirtiendo! – dijo, recostándose en su lecho. Luego de un minuto, su rostro cambió imperceptiblemente de expresión, como si por su cabeza transcurriera la corriente de un nuevo pensamiento.
Los suspiros del viento chocaban abruptamente con las ventanas, el ruido de las cosas inertes hallaba su eco en la ilusión de los vivos y las sombras se escurrían crujientes tras los cuerpos aparentemente alentados por la noche. Tulio dormía, sudaba hielo por las líneas de su expresión dispersa, como si se doliera de una intensa luz que lo penetraba. Soñaba que Clara resplandecía; emanaba impresionantes formas de luz que se bifurcaban dando lugar a nuevos colores, en otras densidades con el mismo fantástico resplandor. Tulio se encontraba situado en el mismo lugar de la habitación, ella permanecía de píe. La veía con inédito extrañamiento, vestida con un traje blanco, lleno de pliegues y encajes preciosos. Mirándolo con esa forma con que solo ella sabe mirarle, le dijo:
- Tulio, no me mientas más, no hay necesidad. Hemos llegado a un punto en nuestra relación en el que ninguna verdad duele más que la otra, en cambio, cada mentira que me dices supera el nivel de dolor que suponen las otras.
Él se sintió avergonzado, inclinando su cabeza con una expresión de desaliento. Buscó sus manos pero ella las recogió apretadas contra su pecho. Sus mejillas estaban enrojecidas y su respiración era entrecortada y desigual. Sus ojos brillaban febrilmente pero su mirada era dura e inmóvil.
Diciendo eso, deslizó la mirada hacía el suelo y frunció el entrecejo hasta fijarse en un punto fijo a sus pies. La gruesa penumbra no fue impedimento para sus ojos. Un olor fétido se hacía cada vez más insoportable. De repente, Alejandra aparece entre ellos, poseída bajo un llanto inconsolable, un sufrimiento originario en el pasado que se traducía en los espesos fluidos que la envolvían. Arrodillada ante Tulio, besaba sus pies reclamándole perdón, con aquella sed de sosiego que sienten las almas condenadas por su conciencia. Él quería levantarla, decirle que la amaba pero no pudo. Trabajosamente, logró esbozar una sonrisa melancólica. Clara dejó caer una mirada de compasión sobre ella. El silencio reinó en la habitación y, acto seguido, lo miró como si estuviera leyendo sus pensamientos:
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Te perdono.
FanfictionNadie sabe lo que sucede cuando se opera un suicidio y las consecuencias futuras en quienes lo practiquen. ¿Sufren? ¿Dejan de ser? Clara, una médico psiquiatra, decide quitarse la vida arrojándose desde un balcón, sin saber que su suerte empeoraría...