Capítulo XII

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Eran las 7:30 pm. Cinthia caminaba hacia la casa de los Ferreira, con el pensamiento fijo en las últimas palabras de aquel hombre temible y solitario que le esperaba : Puede que sea una mujer común para el mundo, pero para mí significa la vida misma. ¿No era justamente eso lo que ella buscaba? Pero las personas, luego de ser carne y huesos, son recuerdos y sentimientos complejos, que poco a poco se convierten en instantes tibios de amor y dudas. En la calle posterior al metro de la calle Santa Lucía, un hombre pasó junto a ella en una bicicleta, desprevenido. El parque, continuo a la estación, figuraba tranquilo, profundo y enigmático. Sus pasajes permanecían cubiertos por un tapete de hojas blandamente muertas. Tan sólo perduraban la luz crepuscular demorada sobre las nubes, el sonido perpetuo del agua resbalando por la fuente, el tráfico lejano y los pasos de un transeúnte que se alejaba presuroso al cruzar la calle. Subitamente, Cinthia pareció escuchar su nombre a la distancia. Se detuvo el sonido de sus zapatos altos y permaneció durante un instante con esa rigidez expectante, buscando el sonido proveniente de alguna parte. Lo escuchó de nuevo, giró su cabeza de un lugar a otro, hasta que pronto sintió la sensación de un hombre a sus espaldas, mirándole con una sonrisa.

- Cinthia... - murmuró el joven. Aquellos ojos redondos, de una brillantez en su colorido parecían mirarle con curiosidad.

- ¿Joaquin? – dijo ella, al tiempo en que le miraba con una expresión de placer que se cruzó por su cara, permaneciendo en ella.

El mancebo se bajó de la bicicleta, dejándola caer sobre una inminencia del terreno. Se acercó a ella y la abrazó, dándole un beso en la mejilla. Cinthia, que no salía del asombro, le preguntó cómo estaba, pero poco importaba su respuesta. Era lógico que estaba bien, estaba encantador; su pelo ensortijado, su sonrisa invensible y su rostro iluminado de una palidez tan sensual, el mismo que alguna vez acarició pero que nunca fue suyo de verdad.

Le miraba con asombro, aunque él solo le viera como una casualidad.¿Cómo es posible que sintamos amor por las personas que tanto nos han traicionado? Por razones obvias, uno no apuñala a quien ya tiene dentro del corazón, acabar con ellos significa acabar necesariamente con nosotros mismos. Preservado entre una herida y otra, verlo de nuevo fue como si se le inundara el alma, los oidos se le ocuparan y su corazón estuviera vacío.

- Pensé que estabas en el pueblo. Espero no hayas venido tras de mí por amor... - le dijo, machucando la herida abierta.

Cinthia movio la cabeza.

- No, no. He venido por trabajo, solamente. Nadie cometería ese error dos veces.

El hombre que permanecía frente a ella, reconocía cada centimetro de su cara, habitando todavía en la memoria de sus labios la humedad de sus besos desesperados. Había cambiado mucho su apariencia, no obstante, era la misma mujer por dentro! Por su cabeza pasaron los instantes de placer, unos más violentos que otros pero igualmente satisfactorios, en los niveles más elevados de morbosidad que ella era capaz de concederle. ¡Sí que era buena en la cama! – decía él, para sí. Quizás sí lo era, y aquello no era una virtud. Había algo en ella que no estaba a la vista, ni presente en ninguna otra mujer, era tan ajena a sí misma, tan insegura y apegada, tan conformista y condescendiente.

Joaquín le pidió su número de contacto pero ella vaciló en dárselo. Ante su rigidez, el muchacho le dijo al oído muy quedo que no se preocupara.

- Esta vez será diferente. – concluyó, mirándole firmemente.

- Lo siento, me tengo que ir... respondió ella.

- Si no me lo das, te seguiré a donde vayas.

Cinthia vaciló unos segundos y resolvió:

Te perdono.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora