Estuvo muy tenso minutos antes que ella llegara. Había maquinado sus preguntas y resuelto sus posibles respuestas frente al espejo de la sala. Ensayaba su risa aún, cuando el timbre del teléfono sonó. Sabía que era ella pero una corazonada le decía que ya no vendría. Alargó su brazo para descolgar la bocina. Levantó el teléfono y un inquietante silencio se abrió paso por toda la casa:
- ¿Aló? – dijo ella – ¿Señor Ferreira?
- ¿Sí? – respondió él, lánguido.
- ¡Oh, Señor Ferreira! ¡Qué bueno que me contesta! Emm... Lo llamaba porque no podré asistir a la cita que hoy teníamos prevista a las 4:00 pm. ¿Podríamos asignar la visita para el viernes?
Qué lindo fue escucharla de nuevo. Sin duda se diferenciaba del resto de mujeres porque aquellas tenían el horrible defecto de no ser como Clara, y ella, con todo el peso de lo que despertaba en él, tenía la desconocida responsabilidad de no defraudarlo. Sabía que no era el amor de su vida pero le hacía querer vivir la vida. Tulio fingió una reacción de descuido y respondió:
- Si, Señorita Cinthia, no me acordaba de la cita. Hizo bien en llamarme. Le pido que venga mejor el sábado. ¿Le parece?
- Umm... ¡Bien! Sí, me parece. ¿A las 4:00 pm? – le contestó vivamente.
- Como usted guste. Hasta pronto.
Es verdad que la soledad y sus pocas experiencias con extraños le habrían arrebatado la seguridad natural en el discurso del hombre empoderado que era. En rigor, Tulio no estaba loco o, al menos, así lo creía él. De vez en cuando escuchaba voces imprecisas y casi sordas en su cabeza o «voces de su consciencia» (tal como él las llamaba) pero que no eran más que las almas de los muertos hablándole asolapadamente de las cosas del mundo, según le explicaba la espiritista.
- La conciencia no nos habla, nos duele. Ella no usa el lenguaje regular de los hombres, usa el del remordimiento. – le decía Hilda, mientras embarajaba un manojo de cartas.
Llegado el sábado, la mujer se encontraba ahí a las cuatro menos cinco. La veía de perfil, sentada en la banca frente al rosal, haciéndose una cola de caballo y fumando un cigarrillo con el codo apoyado sobre sus rodillas cruzadas. Sus rasgos le parecieron etéreos por el efecto de la neblina sobre el cristal, pero luego detalló en ella una mujer sencilla, de una belleza simple, de esos vagos rostros que no acostumbramos a recordar por ser muy comunes. Su falda descubría la piel de sus piernas ambarinas y su cabello le colgaba perezosamente desde su espalda encorvada hasta la cintura. De vez en cuando, se volvía, desconociendo el análisis del que era objeto en su descuidada forma de ser, el maquillaje de rubor pronunciado sobre sus pómulos y el color negrísimo de su cabello liso.
Había mucha brisa ese día. Tulio salió de la casa por la puerta trasera del patio, proyectándose al otro lado de la cuadra, se dio la vuelta hasta llegar a la puerta de su casa con una facción de sorpresa simulada justo cuando ella le miró. La mujer se levantó de la banca y le extendió la mano, sosteniendo el cigarro con la otra, pegada al cuerpo.
- ¿Cómo ha estado Señor Ferreira? – le dijo sonriente, al tiempo en que pasaba por encima de su oreja una hebra de cabello.
- He estado mejor... Cinthia – le dijo, mirándole con asombro a través de las finas espirales de humo azul que se entrelazaban caprichosamente brotando de su cigarrillo - ¿y tú? ¿Hace tiempo que llegaste?
- ¿A la ciudad?
- No, no. A mi estancia.
El viento la envolvió de nuevo en una lluvia de humo y hebras de cabello. Consultó su reloj y respondió:
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Te perdono.
FanfictionNadie sabe lo que sucede cuando se opera un suicidio y las consecuencias futuras en quienes lo practiquen. ¿Sufren? ¿Dejan de ser? Clara, una médico psiquiatra, decide quitarse la vida arrojándose desde un balcón, sin saber que su suerte empeoraría...