Capítulo XIII

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Una vez que Andrés llegó a la casa, Alba sirvió la cena. Un resplandor de luces amarillas enfocaban el comedor, dando la impresión de estar sumergidos en una burbuja reverberante que se ahogaba en las sombras. Andrés se notaba un poco cansado, malhumurado; descansaba el rostro apoyado en su palmo, jugueteando con los garbanzos y el salero.

- ¿Cómo te fue en el trabajo, Tulio? – le preguntó su tía mientras colocaba en la mesa los aderezos que faltaban.

Tulio no pareció escucharle. Contemplaba a su hermano con ardor; reparaba su abundante cabellera cayendo sobre sus mejillas ténuamente enrojecidas, sus labios escarlatas entreabiertos, su graciosa y escuálida compostura ante los eventos trascendentales. Se expandía, en la corriente de su pensamiento, el mezquino sentimiento de la envidia y los celos que lo intoxicaban. No entendía su displicencia, su ingratitud ante la vida. Lo tenía todo; un cuerpo perfectamente configurado, una herencia que precide de su reputación familiar y una mujer deseada por todos: ¡Mi mujer! – balbuceó como si por primera vez cayera en cuenta de aquello.

- ¡Tulio! – exclamó enérgicamente Alba, que ahora se encontraba sentada al lado de Hortensia. - ¿Qué es lo que les pasa a ustedes? Uno les habla y es como si nada. Tu hermano garabateando con la comida y tú pensando en quien sabe qué.

Aquella queja despertó a los hombres de su ensimismamiento y empezaron a comer. Entre el tintineo de los cubiertos rozando con la loza, una suerte de parloteo ininteligible se escuchaba de fondo.

- Hortensia, ¿Qué pasa? – dijo impaciente, Alba.

La anciana se mordió los labios, manoteando graciosamente a su lado. Se colocó el dedo sobre la boca, indicándole a alguien que hiciera silencio. Pero el puesto a su derecha estaba vacío. Luego de un rato la vieja miró a Tulio, como diciéndose en voz baja :

- Él no es Simón. Se llama Tulio... Tu-li-o – volvió a decir, canturreando.

Tulio la miró con el rostro pálido, temblaba en contra de su voluntad.

- ¿Qué dijo madre? – le preguntó, bruscamente.

La vieja mururaba para sí, sonriendo con aire triunfador.

- Madre, ¿por qué me ha llamado Simón? – reiteró Tulio.

- No le prestes atención a tu madre, Tulio. – le respondió Alba arrugando la cara– Tu mamá está más desquiciada que todos juntos. ¿Te conté que los especialístas están considerando internarla? – y mirándola piadosamente, continuó – Cada día está peor, te aseguro que necesita mucho más que pastillas.

- ¡Ni se le ocurra! – exclamó severamente Andrés – Mi madre no va a parar en un manicomio. ¡No señor! Así sea que tenga que llevármela de aquí.

- Y ¿a dónde piensas llevártela, sobrino? ¿A tu casa? Te aseguro que prefirirá estar en un manicomio antes que soportarse a Alejandra. – concluyó Alba, tomando la copa de vino.

Tulio no decía nada, paladeaba su vino con aire meditabundo. Esto claramente no era una coincidencia, demostraba que aquella parodía filosófica de la reecarnación estaba relacionada con las tragedias de la vida. ¿Qué se supone que debía hacer con esta revelación? Respiraba débilmente como si le doliera el pecho en cada exhalación.

Luego de cenar, Tulio salió a la terraza para fumar. Atrás le siguió su hermano, abordándole desprevenido. Aquella mano sobre su hombro parecía asquearle.

- ¿Sabes qué es triste? – dijo sonriendo – Que dentro de dos días me casaré y mi querido hermano no me ha programado una despedida de soltero.

Te perdono.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora