Capítulo III

14 2 0
                                    

Habían pasado 10 años desde la muerte de Clara y la vida de Tulio parecía seguir la línea perezosa de un hombre absuelto de mayores preocupaciones. Su relación con Alejandra marchaba bien, sus andanzas con hombres adinerados en lugares públicos de baja reputación los cambió por la tranquila y acostumbrada vida familiar. Solo una cosa los entristecía silenciosamente. La pareja había intentado concebir, pero una predisposición en los óvulos de Alejandra parecía ser la causa del problema. 

- Sus óvulos no gozan de buena calidad. – le dijo el médico, una vez.

- ¿Cómo así que no tienen buena calidad? – replicó Alejandra.

- Estamos hablando de un defecto genético que hace que la , se haga más rígida y difícil de fecundar o más débil e incapaz de sustentar al embrión. Es como si le cerraran la puerta al espermatozoide y no lo dejaran entrar. Y si a esto le agregamos los tóxicos efectos del tabaquismo y demás, creamos un medio ambiente no apto para la concepción.

De vuelta en casa, los poseía una melancolía por el pasado. Se había perdido el extrañamiento en las conversaciones circunstanciales o en las experiencias individuales que poco tenían que ver con el otro. Empezaron a germinar los secretos; los pensamientos oscuros que comunmente se expresaban en las frases aparentemente equivocadas y en los encuentros furtivos con las sombras amantes, les procuraba el temor emocionante por ser descubiertos. La infidelidad ya no los asustaba, cada quien se sabía ajeno a sí mismo, y aquello era como una garantía que a ambos les conformaba. Los matrimonios perfectos se forjan a base de mentiras. No todos soportamos el peso de la cotidianidad, mucho menos si no renovamos la ilusión ni ahogamos la pasión en otros cuerpos. Eso los llevó a menospreciar el carácter pacífico de las mismas cosas, anhelaban los placeres violentos, una suerte de actos irreflexivos e inmediatos que les sosegaran. Tulio antes de dormir pensaba en Clara. Se preguntaba:

- ¿Por qué se suicidó si nunca se enteró que le fui infiel? Debió haber alguna razón más fuerte que esa.

Al darse vuelta en la cama, se encontraba con la figura descansada de Alejandra y sentía horror y desprecio por ella. No podía soportar su presencia ni la idea de estar casado con ella y no con Clara. Se acordó de las palabras de Lucas: «Los hombres somos como niños que se entretienen y aburren de sus juguetes más preciados». A lo mejor tenía razón, pasamos toda la vida soñando lo que no tenemos y cuando lo tenemos dejamos de quererlo. Por supuesto, desde el casamiento nunca más la golpeó, pero de vez en cuando le echaba en cara todo lo que había sido y todo lo que el pasado le dejaba ser.

Hacía ya algunos meses que la familia no recibía visitas. Un día en la hora de la cena, tres golpes se escucharon en la puerta. Tulio abrió y un hombre vestido de negro, grueso y manos rechonchas se presentó. Decía ser el detective a cargo de investigar el asesinato del Doctor Frank Caraballo, ex marido de Alejandra, muerto hace más de diez años. De voz musical y expresiones graciosas, solicitó hacerle algunas preguntas a Alejandra con el único fin de reconstruir una versión coherente con las investigaciones forenses.

Tulio accedió. La reunión de tres personas se improvisó en la salita, continua al pasillo principal.

- Me alegra muchísimo encontrarla, Señora Alejandra – dijo el detective, sacando una libreta y una carpeta de su maleta. – Vine anoche, pero la casa se encontraba aparentemente sola...

- Oh, si, si. – interrumpió Alejandra – Estábamos visitando a mi suegra en el sanatorio. Ella sufre esquizofrenia y cada domingo aprovechamos para llevarle algunas cosas.

El hombre que siempre miraba a los ojos cuando hablaba y esbozaba una sonrisa mientras escuchaba, sacó unas fotografías de la victima y las colocó encima de la mesita que los separaba.

- ¿Lo reconoce? – indagó el detective, mirando serenamente a Alejandra.

- Sí, sí. Es mi esposo. – exclamó Alejandra.

- ¿Su esposo? Pensé que su esposo estaba a su lado. – dijo, soltando una carcajada estruendosa.

- Sí, sí. Disculpe, me trasladé a esa época – resolvió, nerviosa la mujer. – Pero en cierta forma lo es aún, dado que el casamiento no fue civil y sí con la iglesia.

- Claro, claro – dijo sonriendo el oficial, secándose el húmedo lagrimal. Luego de unos segundos, se dirigió a Tulio – Señor Ferreira, ¿tiene usted un vaso de leche que pueda ofrecerme? – dijo, frotándose el estómago.

- ¡Por supuesto! – exclamó Tulio.

El oficial, siguió con la mirada la imagen de Tulio alejarse por el pasillo. Luego se levantó, prendió un cigarrillo común y se detuvo frente al espejo, mirándose en él. Podía ver el rostro reflejado de Alejandra mirando la punta de sus zapatos:

- ¿Sabe usted por qué tomo leche a esta hora, Señora Ferreira? – Le dijo el hombre con un acento indescifrable.

Alejandra no contestó.

- La leche tiene un aminoácido llamado triptófano, que mi cuerpo convierte en serotonina, ayudándome a controlar mi ciclo de sueño y vigilia – y paseándose por la sala, volvió detrás de Alejandra, diciéndole muy quedo en el oído – Me ayuda a dormir por las noches.

Alejandra quedó pálida, el compuesto lo había escuchado antes.

- No sé de qué me habla, agente – fue su respuesta sombría.

- ¿Qué le pasaría a un hombre si se toma quince pastillas de L-Triptófano al día, Señora Ferreira? ¿No cree que es mas que un vaso de leche? – sonrió el detective, mostrando todos sus dientes.

- ¡Ciertamente! – exclamó ella - Él tomaba ese medicamento para controlar sus estados depresivos. Yo misma se los daba, una sola pastilla antes de cada comida y no cinco como usted dice.

- Ah no, no. Yo no he dicho nada – replicó, yendo de nuevo al sillón – Me parece muy extraño que siendo él un doctor, no haya notado que el dolor muscular, la pérdida de cabello, sus erupciones en la piel y demás, no hayan sido consecuencias de una sobredosis.

- Los doctores son los peores pacientes, oficial – murmuró Alejandra, al tiempo en que se ponía de pie.

El hombre la tomó por el brazo apretándola fuertemente hacía él, expresándose con indecible satisfacción:

- ¡Óyeme bien, ramera! No pierdas acento en cada una de mis palabras. No voy a descansar hasta verte podrir en una cárcel, a ti y a tu amiguito Marcelo.

Alejandra se apartó temerosa, aquellas palabras le cortaron la respiración por un instante. En ese momento, Tulio iba entrando con un vaso de leche y algunas galletas. El hombre recogió las fotos, las echó en su gabán. Tomó dos galletas, la maleta y apagó el cigarro dentro de la leche.

- Esta leche está helada, Señor Ferreira. – le dijo, cerrando la puerta con aspereza.

Alejandra se dejó caer en el sillón. Sonreía temerosa y descaradamente al mismo tiempo, pero su inquietud era visible.

- ¿Qué te dijo ese hombre? – le dijo Tulio, colocando la bandeja sobre la mesa.

- Vino a decirnos que mi ex esposo está muerto. – tragó saliva y continuó – Parece ser que fue un homicidio.

Tulio no se sorprendió, a lo mejor supuso que aquella visita haría parte de un procedimiento regular. Tampoco intentó consolarla, sabía por experiencia que en momentos así cualquier exhortación de la moral resultaría inútil, para no decir repugnante. Y no es que creyera que ella tuviera que ver en su muerte, es que tampoco tenía la fortaleza moral para hablar de aquellas cosas.  

Te perdono.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora