Capítulo II

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De camino al hotel, ubicado en el centro del pueblo, la pareja parecía olvidar los horrores de una relación escandalosa. El ruido del mundo exterior no lograba penetrar la delicada ilusión que los protegía del pasado. El ser humano se cansa, tarde o temprano, de tanta voluptuosidad, se hastía del dolor que ocasionan los excesos. A lo mejor, ese mismo dolor los había llevado a la determinación de afrontarse a ellos mismos, viéndose movidos por la búsqueda de placeres más sublimes y eternos.

El auto se detuvo en la entrada de un hermoso edificio colonial, cuya arquitectura correspondía entre los siglos XVI y XVII. Unas luces amarillentas iluminaban su interior mientras que otras se alzaban desde el suelo, señalando el camino de los huéspedes hacia la recepción. Al fondo, una cascada artificial se derramaba graciosamente sobre una fuente que resplandecía cristalina por las luces que venían desde su interior. ¡Qué hermosa sensación de serenidad los embargó! Era un lugar fantástico que los transportaba a un tiempo anónimo de nuevos descubrimientos, revelaciones que no sobrepasaban la esfera de lo meramente personal. Una mujer pálida y de finas manos, los recibió con una dulce sonrisa, identificándolos en una corta lista de nombres de extraña pronunciación. Luego de algunos protocolos y cortesías, la mujer les entregó unas llaves y les asignó un empleado que se ocupara de las maletas.

- Señor Tulio Ferreira y señora Alejandra Castro, su suite está dispuesta en el quinto piso del hotel. –dijo la recepcionista.

Tulio le agradeció, estrechándole la mano. Entraron a la habitación y una brisa cálida los atravesó, ambientando el resto del salón. La vista al mar y los recuerdos, disminuían lentamente con el crepúsculo creciente y el leve ruido del agua removida por las olas. Se sentían seres nuevos, el aire vespertino parecía liberarles de todas sus oscuras pasiones. Alejandra se aproximó lentamente hacía el balcón, en su mirada fija se apreciaba el inmenso sol ambarino rompiéndose en pedazos sobre el mar. Tulio siguió sus pasos. La abrazó desde atrás poniendo su mejilla con la de ella. Ella se abrazó entre sus brazos, diciéndole:

- Sé que no he sido una buena mujer, pero quiero ser lo mejor que has tenido. – le dijo con un tono sentimental en su voz, dejando caer sus pesados párpados.

Tulio no le contestó, pero una sonrisa le torció los labios. Ella volvió su rostro frente al de él y le enrredó sus brazos en el cuello:

- Te ví hablar con Alba de mí. Las cosas que decías, el rostro que ponías cuando me defendías. Siempre has tenido un trato especial conmigo que yo nunca me expliqué. ¡No sé por qué! Si yo solo te hago sufrir, me opongo a todo lo que quieres de mi y siempre cedo a la tentación que me aleja de ti.

Gotas calientes brotaron de sus ojos, bajando directamente hasta su corazón. Él le enjugó sus lagrimas con un pañuelo enredado en su dedo. La besó, le dijo que no se preocupara, que siempre sería para él lo que siempre había sido:

- Siempre serás mi primer amor. – le dijo con la mirada húmeda.

Alejandra lo veía conmovida, en el acceso de una emoción misteriosa. Ese beso se lo había dado con tanta afectación y tal confesión le había ablandado tanto el corazón, que desde ese momento prometió recompensarle todo su amor incondicional.

A la noche siguiente, Alejandra recibió una llamada pero no contestó. En la pantalla de su celular reposó por unos segundos el nombre «Marcelo». Su rostro se puso triste y atesado, y su boca sensual parecía arquearse con desdén. Una mueca de dolor pasó por ella. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué oscuras declaraciones escondía esa llamada telefónica? Sintió un deseo violento de hablar con Alba, como si quisiera advertirle de algún peligro. Marcó el número y luego lo borró. Se llevó las manos a la cabeza, abrumada por una piedad inmensa. Pensó unos instantes. Musitó algo para sí:

- Lo siento mucho, madre. – y levantándose hacia el tocador, miró su rostro frente al espejo –– Siempre puede ser peor – dijo.

Se miraba perfectamente reflejada desde la cabeza a los pies. Estaba vestida de un enterizo dorado de espalda descubierta y cuarzos plateados. Se pintó los labios de un rojo mate y se hizo un moño alto y detalles trenzados. Tulio, que la esperaba afuera para cenar, quedó sorprendido al verla bajar las escaleras. Ya sabía lo hermosa que era, pero verla tan refinada, tan delicada en cada paso, maquillada tan sencillamente sobre su base natural le hizo enamorarse más de ella. Las mujeres presentes giraron sus cabezas activadas por el resorte de la envidia y los hombres la veían con una mezcla de asombro y devoción. Ella solo lo miraba a él, le sonreía encantadoramente sin importarle todo lo demás. Sintió su vanidad satisfecha al ver que aquel hombre que verdaderamente quería no se cansaba de mirarla.

- Estás hermosa... – alcanzó a decir.

Ella sonrió, bajando la mirada. Una insólita emoción le encendió las mejillas, pero una anhelante sensación de ahogo abrió de nuevo en ella la desesperación.

- Tulio, tengo algo que confesarte.

- ¿Qué sucede, amor? Te serviré una copa de vino – le dijo Tulio, abriendo el asiento para ella.

- Luces hermoso. ¡Qué más necesito esta noche! – le dijo, mirando a su alrededor.

Tulio sonrió, haciendo un gesto grosero con sus manos:

- ¡Qué dices! Los peores halagos que puede recibir un hombre son justamente aquellos que debe merecer una mujer.

No habían pasado cinco minutos de haber ordenado, cuando el celular de Tulio, timbró. Era la voz de un hombre que decía ser policía:

- ¿Hablo con el Sr. Tulio Ferreira?

Ante la respuesta afirmativa, la voz grave del hombre contestó vacilante:

- Lo sentimos mucho. La Sra. Alba Mercedes Vásquez, sufrió un infarto mientras era asistida en el Hospital San Juan de Dios.

- ¿Ella se encuentra bien? – preguntó Tulio, levantándose del asiento.

- Murió hace una hora – dijo simplemente la voz telefónica.

Tulio no lo podía creer, se sentó tembloroso, lívido, vencido por un miedo que no pudo esconder. ¡Qué precio había que pagar en esta vida para ser realmente feliz!

- Tulio, no estás solo – le dijo Alejandra, colocándole las manos en los hombros – me tienes a mi.

La mujer le miraba con una sonrisa de lástima. No era dolor o compasión verdadera. Era simplemente la emoción de un espectador, unida quizá a la mirada inagotable que brillaba con aire de triunfo.   

Te perdono.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora