Capítulo VII

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Luego de que la mujer se fuera, el hombre entró en el compartimiento y se sentó en el taburete. Traspiraba y su respiración eran entrecortada y asmática como la de una gallina.

- ¡Mierda! – exclamó la vieja.

La expresión de la anciana no hizo más que aumentar la preocupación del cliente que, sumado a la realización de los eventos recientes, empezó a llorar compungidamente.

- ¡Perdoneme señora! No hice caso a lo que usted me dijo que hiciera.

- No me refería a eso... señor Ferreira – le dijo la anciana, pensativa.

La omnisciencia de labios delgados le hablaba desde el viejo sillón, evocando los adagios exactos y profesionales para los casos más críticos. Hilda no intentó siquiera consolarlo, contaba con que el dolor que sufría atenuaría la propensión del hombre a futuros males.

- ¡Qué curioso! – agregó la vieja – La mujer que acaba de salir de aquí está íntimamente ligada a su futuro...

- ¿Eso le dicen los espíritus?

- Ah, no, no. Yo lo interpreto así. Me dicen: «La mujer que allí va tendrá por nombre Clara, por pensamientos su indentidad y por sus actos la muerte»

- No puede ser, no es el tipo de mujer que yo buscaría para ahogar las penas. – sonrió el hombre sin gracia – Si no fuera porque sus talentos están probados en mis desgracias, me iría de aquí. Olvidemos aquello, vayamos por lo que realmente vine.

- Sé por lo que realmente viniste... - suspiró – . Si la mujer tuviera ojos le vería fijamente al rostro porque su cabeza estaba perfectamente alineada con la de él – pero no puedo contestar tu pregunta. Solo puedo decir lo que los espíritus tienen permiso de decir.

- ¿Puedo hablar con ella?

- Déjeme ver qué puedo hacer.

Luego de algunos minutos, el rostro de la mujer adoptó la expresión de un ser rígido; sus rasgos se hicieron más severos, sus cejas se fruncieron y sus manos se hundieron en los brazos del sillón, reflejando un estado de profunda turbación. Era el mismo rostro de la mujer, pero la personalidad que en ese momento encarnaba le daba el aspecto de un ser imponente. Luego de uno instante, la entidad se inclinó hacia él, hablándole en un tono de falsa conmiseración:

- ¡Oh! Tú debes ser Simón.

- No, yo no soy Simón. Mi nombre es Tulio Ferreira – respondió él con voz débil.

La entidad lo "observó" con sorpresa y lanzó una carcajada insólita. Él no contestó. No sintió miedo ni horror, sino una rabia intestinal ante la idea de que aquella muerte misteriosa estuviera separándolo de la mujer que más amaba. Experimentó una helada sensación de ansiedad, como si un frio le llenara los huesos de espuma. Avanzaba en sus vericuetos mentales como un sonámbulo, orientado por la tenue reverberación de sus memorias y la idea fija de su culpa. ¡Debe haber una explicación! – decía para sí. Y la había. Pero antes de hallar la definición más verosímil, otra revelación estaba a punto de serle descubierta.

- Los vivos creen que cambiándose el nombre, se deshacen de sus culpas. – La entidad tomó el tabacó inclinado sobre un cenicero y dio una fumarada. Miró por encima de él y continuó – ¡Pues bien! Vayamos a la razón que nos convoca. Clara está en buenas manos. Tengo conocidos en el Valle que la socorren.

- ¡Del valle! ¿De qué está usted hablando?

- Fue un suicidio, no fue un asesinato. Los suicidas van al "Valle de los suicidas". ¿No está claro? – dijo el espíritu, gesticulando con su mano izquierda.

- No sabía de la existencia de aquel valle... - respondió el cliente, dirigiendo la mirada al suelo. – ¿usted la vió? ¿Sufre?

- ¡Qué importa lo que yo haya visto! Estoy aquí por otra razón.

- Dígame...

- Vengo a advertirte que hay muchos espíritus que influyen para hacerte sufrir. ¡No tienes idea de cuántos son! Nunca había visto tanto odio junto. ¡Ay Simón! No sabes lo que te espera.

- Pero... - la voz del hombre pareció romperse de impresión - ¿Por qué quieren hacerme daño?

- Somos nuestro pasado también... y actuamos en el presente, con miras siempre en el porvenir. Lamentablemente tú no lo entiendes por estar limitado a la vida presente. Sufrirás los efectos de unas causas que hoy no estás listo para comprender. ¿Por qué vengo en tu aviso? ¡Ja! Porque fuiste compasivo conmigo en el ayer y eso lo agradezco. Aunque prevenirte no servirá de mucho, la venganza es insoslayable.

- ¿Cúando empezarán? – preguntó el joven con voz áspera y clara.

- Ya empezarón. ¿Acaso no ves a tu madre?

- ¿Qué le han hecho a mi madre? – murmuro esta vez, irguiéndose en el taburete y palidenciendo de terror.

No contestó. Del rostro de la vieja empezaban a instalarse los rasgos inconfundibles de los años. Le dolía la cabeza. Se puso de pie, dio una vuelta por la habitación y luego se dejó caer en el sillón. Estaba tan atormentada que llevaba sus manos a la cabeza en un deseo inútil de arrancarse tales recordaciones.

- ¡Lo ví! Era un ser horroroso. Tenía el rostro lleno de escamas como un reptil y... sus ojos eran grandes y vacilantes, llenos de sangre. ¡Sobresalían! ¡Si! Parecía que sus ojos saldrían de sus cuencas en cualquier momento. En todos los años que llevo trabajando, nunca había visto algo tan espantoso.

- ¡Blasfemias! – exclamó Tulio – No siga con su teatro, Hilda. No se deben decir tales cosas por dinero. Son terribles y no significan nada.

- ¡No las dije yo! – gritó la anciana, dando un puñetazo sobre el brazo del sillón – Y ¡Ay de ti si no las crees!

Tulio se levantó súbitamente y empezó gritar en medio de la habitación. Cada palabra suya escondía una locura orgullosa.

- ¡Me llamó Simón! ¿Quién rayos es Simón?

La espiritista guardó silencio unos segundos, abrumada por una piedad inmesa. ¿Cómo hacía ella para probarle los secretos del mundo espiritual?

- "Simón" eras tú mismo en otra existencia. Hiciste cosas horribles Tulio, memorables en los que hoy te persiguen. ¡Buscan venganza! Ya te encontraron y la van a tener.

Una risa artificial se desgranó de los labios del hombre.

- He llegado a un límite en el que ya no se qué creerle. No sé por qué insisto en venir a verla si cada vez que la veo no hace más que vaticinarme desgracias.

Y diciendo esto, sólo cuando su ansiedad se descompuso en rabia, abrió la cortina y se marchó. Al cabo de unos segundos, el muchacho se asomó por la cortina profiriendo que el cliente se había ido sin pagar.

- Déjalo que se vaya... - contestó tranquilanmente su tía - ¡Para qué desearle el mal a ese pobre diablo si el mal ya lo lleva dentro!  

Te perdono.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora