Introduccion.

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1908.

El minuto de silencio al inicio de la jornada era algo sagrado para la reflexión de la vida, mucho más ahora que todo avanzaba a pasos agigantados.

Mantenía los ojos apretados mientras vislumbraba el futuro de mis días ahora lejanos, la reflexión acerca del significado de la vida era rutinaria, y debía hacerse también, al finalizar la jornada, era mi parte favorita del día.

Entre abrí los ojos para ver a Alfie a unos cuantos lugares de mí, con la cabeza agachada y las manos entrelazadas sobre la mesa, sus ojos de miel se abrieron para lanzarme una mirada firme y una sonrisa tímida, volví a cerrar los ojos sintiendo mis mejillas arder.

Agosto, 1920.

Me cubrí el rostro con el velo negro mientras el ataúd descendía a la tierra, apreté mi mano con fuerza cuando la señora Solomons me la tomó sosteniendo un pañuelo contra su rostro.

Jaim era seis años mayor que yo, lo conocía desde el primer día de vida, y ahora, con treinta años, lo sepultaba.

Los Solomons eran amigos de nuestra familia desde mucho antes de que yo naciera, nuestros padres se habían conocido desde pequeños, forjando una amistad duradera que había trascendido.

Alfie Solomons era menor que su hermano Jaim por año y medio, quién había asumido el rol del hombre de casa luego de que su padre falleciera cuando ellos aún eran niños.

Mi familia y la de los Solomons me habían comprometido con Jaim; cuando ambos éramos solo niños, propiciando desde pequeños nuestro amor.

Meses después.

Aspiré el cigarrillo, rellenando el vaso de whisky, limpié rápidamente mi rostro de lágrimas para escupir el humo llenando la habitación del aroma de tabaco.

– Señora Solomons – Alcé la mirada para observar a la ama de llaves asomarse por la puerta de roble tallado – tiene una visita.

– No quiero visitas, Margarett – Anuncié girándome en el belgere.

– Él dijo que se alegraría en verlo – Cuando volví a girarme la mujer se veía aún más pequeña junto al alto hombre.

Sus ojos de miel me observaron largamente, se quitó pausadamente el sombrero negro dejando ver la kipá contra el cabello castaño con algunos destellos de color oro y rojo, cerró tras de sí la puerta para quitarse el largo y negro abrigo dejando a la vista la camisa blanca.

– Llegaste seis malditos meses tarde, Alfie – Tragué el licor sin quitarle la mirada de encima.

– Eliette – Su voz tembló cuando pronunció mi nombre sin moverse de su lugar, bajé la mirada.

– Desapareces por dos años y no llegas al funeral de tu propio hermano – Me levanté tomando otro vaso del bar para volver a sentarme, serví – existen los teléfonos.

– Eli...

– Tú madre ora cada noche por ti, para pedir que estés a salvo estés donde estés.

– No sabes cuánto desee venir antes...

– Dos años Alfie – Interrumpí limpiándome el rostro, mi cuñado resopló pasándose la mano por la abundante barba castaña dio un par de pasos para tomar el vaso servido y beberlo de una sola vez, se quedó observándome por largos segundos sus ojos tristes me vieron húmedos, se veía cansado.

– Lo lamento mucho, hermana – Dejó el vaso en el escritorio, dejó su mano derecha sobre su pecho – lamento haber desaparecido – Asentí restregándome la nariz.

– Madre está arriba – Anuncié aspirando el cigarrillo – estará feliz de verte.

– Eliette...

– Quisiera estar sola – me giré en el belgere limpiándome las lágrimas.

– No podrás seguir evitándome por mucho tiempo.

– ¡Estoy furiosa contigo! – Aullé girando en el asiento y golpeando el escritorio con fuerza – desapareciste de nuestras vidas como si nada, rechazaste cada intento de acercamiento.

– Basta ya, Eliette – Habló al fin apoyando ambas manos sobre el escritorio – sabes perfectamente porqué sucedieron así las cosas.

– Sal de aquí... Por Favor – Recogió su abrigo y sombrero y salió del pequeño estudio mirando atrás mientras cerraba la puerta.

Aspiré nuevamente mi cigarrillo.

Sra. Solomons. [{COMPLETA}]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora