Prólogo

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El color gris que tiñen estas paredes me deprime aún más. Este lugar es un asco, todo es tan monótono, tan... Agobiante.

¿Acaso liberarse del yugo de tu agresor es un delito?

Cuántas historias, cuántas tristes víctimas. Algunas han sido asesinadas, otras siguen sometidas y encerradas en un mundo de zozobra y miedo. Es tan doloroso saber que hay personas dispuestas a hacerte sufrir hasta que te cansas.

Eso me ocurrió a mí: me cansé.

Quizás debí haber actuado de otra forma, pero me cegue y dejé que la ira y el dolor hablaran por mí. Pero, yo aquí no soy la villana, tan solo soy una víctima más, una estúpida que no supo tomar una decisión adecuada.
Las lágrimas no sirven ahora, he derramado ya muchas. Los golpes, los insultos, fueron suficientes.

(...)

El sonido de la celda abriéndose me saca de mi ensimismamiento. Creo que es hora.

—Arendelle, es hora de irse —mencionó la guardia que estaba a cargo de mi vigilancia desde el otro lado, en el pasillo.

Se llamaba Berta, una mujer fuerte e imponente de cabello negro y piel pálida. El ser que causó en esta horrible cárcel el temor de todas las reclusas. Sus gritos, sus golpes e insultos todas tuvimos que soportarlos.

Esa mujer me odió durante el tiempo que estuve encerrada. No había día que no me castigaran por su culpa. Jamás supe por qué, pero su deseo más oscuro era que yo perdiera la vida en medio de la celda de castigo, pero no lo consiguió, sigo firme. Nunca logró hacer que yo flaqueara, siempre la encaré con valentía, incluso llegué a decirle las verdades en su duro rostro.

—Alégrate, ya no me volverás a ver —contesté arrogante y me levanté del duro catre —Hoy, me imagino, que es el día más feliz de tu patética vida. Elsa Arendelle se marcha de tu territorio, querida. Tendrás que buscar otra tonta para joderle la vida.

Me acerqué a ella y me ojeó de arriba a abajo, yo solo enarqué la ceja. Era mucho más alta que yo, por lo que tuve que levantar mi mirada para verle esa sonrisa socarrona que me devolvía. Ambas nos sentimos felices de nunca volver a vernos.

Mantuvimos contacto visual por un par de minutos, retándonos con la mirada, siempre hacíamos eso, era nuestra forma implícita de luchar, sin embargo, yo obtenía la victoria en varias ocasiones, aunque una vez ella se atrevió a golpearme con su arma por mirarla demasiado. Aún puedo recordar el inclemente dolor en mi rostro.

Caminé hacia la salida con elegancia y seguridad, la molesta mujer iba tras de mí vigilando que no cometiera algo indebido como solía hacer.

No fui la mejor reclusa, es mas, era la más rebelde de todas, hace un año estuve a punto de llevar a cabo un motín que pudo haber liberado a todas las chicas, pero, no lo logré por culpa de la mujer que tanto detesto. Obtuve una paliza por ello, por tratar de ser libre por fin.

Desfilé como una modelo por el pasillo de las celdas, las reclusas se despedían de mí con chiflidos y aplausos, la mayoría de mujeres me querían, la minoría trataba de hacerme la vida imposible. Como Sharon, una de las chicas detenidas en esta cárcel por asesinar a diez personas en una fiesta de disfraces, ella quería verme muerta desde que me vio, muchas veces tuve problemas con ella.

Cuando pasé por su lado me miró con odio.

—La niña bonita por fin se va de casa ¿eh? —habló tras los barrotes de hierro —Este infierno no será lo mismo sin ti —ironizó —Espero que te mueras allá afuera, que sufras mucho, mucho ¡mucho! —golpeó la barra con su puño.

Yo solo estiré mi mano y con una sonrisa delicada me despedí de ella.

Pronto llegamos a una oficina donde pude firmar mi libertad, allí mismo me entregaron mis pertenecías; con las que había llegado a este lugar hace seis años.

Tuve un espacio para cambiar mis prendas por las que eran más cómodas. El traje color naranja que llevaba usando todo este tiempo comenzaba a molestarme. Pero ahora que podía sentir la suavidad de mi blusa blanca y de mis vaqueros negros es agradable, una clara muestra de que soy libre.

De camino hacia la salida Berta seguía mi caminar como si fuera mi perra faldera, sin embargo, pude notar que no dejaba de acariciar su arma como si quisiera dispararme en la cabeza cuando quisiese, ganas no le faltaban.

Un chirrido desagradable fue percibido por mis oídos, las puertas de la entrada estaban siendo abiertas para que yo pudiera salir y buscar de nuevo mi lugar en el mundo. Esperé mucho tiempo para que esto sucediera. Pocos tramos me restaban para respirar el aire puro de la salida, será mi recibimiento.

Caminé con lentitud hacia las puertas, pero me detuve antes de salir del infierno. Giré en mis talones para observar el ceño fruncido de la robusta mujer.

—Por fin te vas, ratita —dijo antes de que yo pronunciase algo.

Siempre me llamó así desde que ingresé aquí, aquel 14 de diciembre. Yo, para mis adentros, le tenía por nombre Doña bruja, una vez la llamé así, pero me golpeó en el estómago dejándome sin aliento. Solía hacer eso cuando se enojaba.

Pasé una mano por mi cabello rubio y lo sacudí como toda una diva frente a ella.

—Disfrutaré cada día de mi libertad —metí mis manos en los bolsillos de mis vaqueros —Sin más que decir me despido, Doña bruja —hice un gesto de cortesía y luego escupí en su rostro.

Berta retiró mi saliva de su cara con sus dedos, luego me fulminó con su mirada oscura.

—¡Maldita, perra! —fue lo último que le escuché decir antes de girar y retomar mi camino —¡Volverás aquí te lo aseguro!

Caminé campante hacia la salida, el aire frío de la ciudad me pegó con fuerza en el rostro, pero lo disfruté como nunca lo había hecho. Suspiré y observé el auto de color carmín que estaba estacionado frente a mí. Sonreí como nunca, ha venido por mí, sabía que lo haría.

Bajaron la ventanilla y pude ver el rostro salpicado con algunas pecas de mi hermana, ella me sonrió mostrándome su perfecta dentadura, yo le  respondí con un gesto similar.

—Vamos a casa, Elsa.

Fantástico, por fin soy libre.

Presa De Mis Sentimientos [Jelsa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora