Rabia

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Las semanas pasaron volando. Era finales de octubre, y cada día llovía. Había montado mucho menos, y tan sólo me limitaba a leer libros en la biblioteca. Mis amigos pasaron el mes en palacio. 

— Tenemos algo que decirte — anunciaron a la hora de cenar. Céline me estaba sirviendo vino, y de reojo vi cómo vigilaba no tirarme nada por encima. Sonreí levemente. Estaba aprendiendo mucho.

— Adelante — dije con tranquilidad. Nunca había soportado los secretos. Sus miradas me decían que algo no me iba a gustar. 

— Hemos organizado un baile para la semana que viene. Aquí, en tu palacio. — La voz de Jean Luque era misteriosa. Ni me inmuté. 

— Ni hablar. 

— Will, no puedes pasarte la vida encerrado aquí. Tienes que conocer a gente de otros reinos. Tienes veintitrés años, es hora de que pienses en tu futuro. 

— Mi futuro es estar aquí, en mi palacio. Soy feliz aquí. 

Vi cómo Céline me observaba. Deseé que no me estuviera juzgando. 

— Nunca has — empezó Leo — ¿Nunca has pensado en formar una familia?

— Querido amigo, creo que estas preguntas no son de tu incumbencia — me estaba empezando a poner nervioso. Odiaba que me planearan la vida. No quería a nadie; y nadie podía quererme de ninguna manera. 

— Ya hemos enviado todas las invitaciones — soltó Jean Luque. Lo soltó en un susurro, sabiendo que me iba a enfadar. Y así fue. 

— ¿Cómo os atrevéis? No tenéis derecho ninguno a planearme la vida. ¡No quiero bailes, no quiero nada! — di un golpe sobre la mesa. Estaba muy alterado, y todos me observaban en silencio. Sabía lo que estaban pensando: está loco. Nadie quiere estar solo. 

— Señor... — empezó Marie. No quería su ayuda. Me levanté y me fui de allí, dando un portazo. 

El mar entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora