La carta

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Había pasado un mes. 

El dolor era desgarrador. Sentía un vacío interno muy grande, como el día en que me habían dicho que mis padres habían muerto. Ella se había ido. Mi ilusión y mi apoyo más grande se había marchado lejos... y yo no soportaba el dolor. 

Nunca se me había dado bien soportar el dolor. Cuando era pequeño y algo me salía mal, me ofuscaba y enrabiaba con todo. Me encerraba en mi mismo, sin querer ayuda de nadie pues pensaba que si no lo podía hacer solo, no superaría nada en la vida. 

Estaba siendo cruel con la gente de mi alrededor, y era consciente de ello. Marie me observaba en cada instante, y analizaba mi estado. Las criadas empezaban a temerme, y el contacto con ellos se había ido borrando. Por otra parte, Leo y Jean Luque me habían escrito varias veces para saber de mi ausencia. No había contestado. No quería saber nada de nadie: quería fuerzas para superar aquel dolor tan profundo. 

A pesar de querer olvidar todo lo que me recordaba a Céline, seguía contando los días desde que se había ido. Cada vez que entraba en la biblioteca, recordaba sus manos frágiles recogiendo los trozos de cristal, las lágrimas bajando por sus mejillas rosadas, el beso que me dio. Los paseos a caballo eran sombríos y tristes. Todo me recordaba a ella, y mi pensamiento siempre era el mismo: todo lo que podríamos haber sido si se hubiera quedado conmigo. 

Una fría mañana de enero, Marie entró en mi habitación. Yo estaba en la mesa, afilando mi espada. Tal vez si entrenaba un poco me distraería. 

— Señor — dijo Marie. Su voz sonaba distante. La miré: hacía cara de cansada. 

— Di, Marie. 

— No puedes seguir así — era la primera vez que Marie me tuteaba. Se había sentado a mi lado, y me miraba con sus ojos azules directos, sinceros. 

— Estoy bien — era la mentira más grande que había dicho nunca. Marie posó su mano sobre la mía. 

— No mientas... a mí no — en su voz había dolor. Acepté que tenía razón: no podía mentirle a ella. 

Me quedé en silencio. 

— No paro de pensar en ella — admití. Decirlo en voz alta dejaba ver mi dolor. Marie asintió, y yo me aguantaba las ganas de llorar. 

— Ella también estará pensando en ti, Will. Ella también te ama. 

— Eso no lo sé — dije apretando los puños. Sabía que estaba siendo egoísta y no tenía la razón. Sabía que Céline me amaba, pero el dolor era tan grande que parecía negármelo. 

— Tengo que enseñarte una cosa — anunció Marie. Sacó un papel de su bolsillo y me lo entregó. Me fijé en sus manos, arrugadas y agrietadas. En aquel momento me pareció tan débil... 

Cogí la carta y miré extrañado a Marie. 

— La carta no es para ti, pero dice cosas tan importantes que creo que es importante que la leas. 

Le hice caso y abrí la carta. Empecé a leer la letra, perfectamente redondeada y con una caligrafía impecable. Me di cuenta de que era Céline y se me encogió el corazón. 

Marie:

Gracias por todo aquello que has hecho por mi. Desde el primer día me trataste con amor y amabilidad, y te lo agradeceré siempre. 

Me abarco en esta nueva aventura con dolor y esperanza. Es duro dejar todo atrás: mi padre, mi hermano y a Will. No sabes cuánto daño le he hecho, y lo entiendo. Veo el dolor en sus ojos y se me parte el alma. Ojalá todo hubiera sido diferente. Ojalá tuviera una oportunidad con él. 

Recuerdo que el primer día me dijiste que Will no era muy amigable, pero tenía buen corazón. Tenías razón: hay tantas cosas debajo de ese caparazón. Es culto, inteligente, dulce y cariñoso. Pero, ¿qué te voy a decir a ti? Para él eres como una madre. 

Sé que mi partida va a causar dolor en él. Está enfadado, y no nos hemos despedido como yo quería, pero es fuerte y puede superarlo. Tan sólo te pido una cosa: no dejes que se encierre en él mismo, por favor. Lo amo con todas mis fuerzas y quiero que sea feliz. Quiero que ocupe su cargo como noble, él puede ayudar a la gente. Tiene buen corazón. Quiero que lea sus libros, que pasee a caballo, que encuentre a alguien que le haga feliz y viva como se merece. Quiero todo eso para él, Marie...


Y para ti: no te preocupes tanto por las cosas. Sabes que todos los trabajadores lo hacen bien. Will es estricto y a veces cabezota, pero está orgulloso del trabajo que se hace cada día. Cuídate, Marie. Gracias por todo. 

Con amor, 

Céline. 

Tragué saliva. Se me había hecho un nudo en la garganta: no sabía por qué Marie me enseñaba aquello. Estaba tratando de olvidarla, pero aquella carta parecía haberme apuñalado en corazón. 

— Will, tienes que ir a por ella — susurró Marie. Su comentario me hizo reír. 

— ¿Cómo quieres que vaya a por ella? Se ha acabado Marie, acéptalo. Yo ya lo he hecho. 

— Eso no es verdad. Llevas años sufriendo, desde que tus padres se murieron, los demás reinos te dieran la espalda. No puedes permitirte perder nada más. Tú amas a esta chica y en esta carta — cogió el papel — se demuestra que ella también te ama a ti. Ve a por ella, ¿qué vas a perder? 

— Parece que has estado ensayando este guion — escupí las palabras. No me gustaba lo que Marie estaba diciendo, pero en el fondo tal vez tenía razón. Me asustaba la idea de ir a por ella, de alejarme de mi lugar. Hacía años que no viajaba a ningún lado. 

— Will... — empezó Marie. Su cara parecía cada vez más cansada — hazme caso. No pierdas las oportunidades que la vida te ofrece. Ve a por ella, encontrad la cura. Tenéis que estar juntos. 

— Marie, no sé ni cómo empezar — comenté. Me enfadé conmigo mismo por estar dejándome convencer, pero la idea de volver a verla me podía. La necesitaba conmigo. 

— Si no te importa — dijo Marie con una sonrisa pícara. Fruncí el ceño, extrañado por la situación —, las criadas y yo hemos pensado un plan. Deberás contactar a tus amigos, viejas amistades y viajar mucho, pero creemos que puede salir bien. Va a salir bien. 

No podía creérmelo: habían planeado mi viaje a las Américas. Querías resistirme, y noté que dentro de mí crecía una ansiedad que no había experimentado nunca, pero había puesto las cartas sobre la mesa: ¿Qué perdía si iba en busca de Céline? Tiempo, pero de eso tenía de sobras. ¿Qué perdía si me quedaba en palacio toda mi vida? A Céline. Y no podía perderla. 

— Está bien. — anuncié levantándome de la silla. Marie me siguió y me dirigí hacia el salón, donde había algunas criadas y lacayos. Me miraron atentos. 



— Voy a ir a por ella. 


El mar entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora