Planes

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Las cuerdas se me clavaban en la piel. Me dolían las costillas, y tenía la sensación de que se me iban a romper en cuento me soltaran. Llevaba horas atada al mástil del navío con unos cabos que me envolvían todo el cuerpo con demasiada fuerza. Me costaba respirar. 

Hacía un par de horas que el sol había salido y ya me había quemado los hombros. Los rayos abrasaban la piel que mi vestido roto dejaba ver. 

— Buenos días, querida — dijo Jackie con una sonrisa. Llevaba el pelo enmarañado y sus labios agrietados dejaban ver unos dientes de oro. Su aspecto me repugnaba y tenía ganas de clavarle la espada en el pecho. 

— Estás muy callada — dijo enarcando una ceja. Yo seguí muda, respirando hondo para no gritarle; se me estaba acabando la paciencia. Jackie se acercó a mí y me levantó la barbilla: el sol me daba en los ojos directamente y los cerré.

— Tengo un plan para hoy. Me dispongo a ir a la isla a buscar el tesoro escondido. Tienes dos opciones: o quedarte aquí atada y morirte abrasada por el sol o venir con mis marineros y conmigo a buscar el tesoro obedeciendo absolutamente todas las órdenes. ¿Qué prefieres? 

No dije nada. 

— Está bien. Cuando volvamos servirás como anzuelo para los peces. — Jackie se dio la vuelta y gemí, haciendo que me observara con una sonrisa maliciosa. 

— ¿Decías?

— Vendré. Pero desátame, no puedo respirar — dije sorprendida por el esfuerzo que suponía hablar. Jackie desenfundó su espada y cerré los ojos, pensando que me la clavaría en el pecho. En unos segundos, sentí que la presión desaparecía e inhalé aire. Sentí que los pulmones me pinchaban y tenía los brazos dormidos. Las cuerdas cayeron al suelo. 

— Obedecerás todas las órdenes — dijo Jackie apuntándome con la espada —. ¿Entendido? 

Yo asentí. Jackie se fue a la bodega a beber y gateé hasta llegar a la sombra. Me dolía todo el cuerpo, y cogí un poco de agua y me la eché por encima. La piel se me había quemado y me empezaban a salir hematomas en los brazos de la presión a la cual habían estado sometidos. 


Dos horas más tarde me sentía un poco mejor. Había conseguido descansar mínimamente en cubierta, e hidratarme me había ayudado. Jackie, cinco marineros y yo pisamos tierra firme. De alguna manera me sentía a salvo, y deseé que Will ya hubiera encontrado el tesoro. Por suerte, Jackie aun no se había dado cuenta de que no tenía la llave, y eso nos daba alguna ventaja. Caminamos por el pequeño pueblo costero, y admiré lo diferente que era del pueblo de donde yo venía. Pensé en mi padre y en cuánto le gustaría aquel lugar tan lejano: clima caluroso, flores de todos los colores, gente con un color de piel ligeramente más oscuro. Las sonrisas de los habitantes resaltaban con aquella piel de aspecto sano. Pensé que me hubiera gustado nacer allí. 

Observé que no había ni rastro de la planta que buscaba. En los libros que había leído, se describía como una planta de hojas finas y frutos rojos. Los frutos no eran comestibles, pero sus propiedades curaban enfermedades como la que había contraído mi padre. Cuanto antes nos libráramos del tesoro y los piratas, antes podría buscar la planta e ir de vuelta a casa. 

— Está bien — dijo Jackie de repente. Se había arremangado los puños de la camisa y se podrían entrever unos tatuajes en su piel mugrosa. Pensé en cómo habría sido la vida de Jackie: ¿tendría familia? ¿Por qué era pirata? ¿Por qué estaba loco? —. Nos separaremos e iremos en busca de un árbol de grande tamaño. Según el mapa — abrió un pergamino arrugado que escondía en su chaleco de piel — debe ser una especie de palmera gigante. Cuando encontréis algo así, me llamáis. Debajo del árbol está el tesoro enterrado. ¿Entendido? — arrastró las palabras, borracho de nuevo. Los marineros asintieron y yo me fui con un par de ellos en busca de aquél árbol. ¿Cómo se suponía que lo íbamos a encontrar? Ni siquiera nos conocíamos aquellas tierras. Eché a andar por la selva, repleta de insectos que nunca había imaginado que existieran. Aquel lugar era fascinante y daba miedo a la vez. Intenté pensar en un plan para poder escapar de allí, pero llevaban ventaja y si fallaba, seguramente Jackie acabaría matándome. 

— Voy a mirar por aquí — anuncié señalando un pequeño camino entre plantas exóticas. Los marineros me miraron de reojo y uno asintió, aprobando mi propuesta. Anduve unos minutos buscando la manera de escapar con éxito. 

— Pssss — oí detrás de mí. Seguí andando, pensando que seguramente era un animal de la selva. El ruido volvió otra vez. Era un susurro leve, un chasquido. 

Observé a mi alrededor: plantas, flores y el sonido de los pájaros cantando. Me extrañé y pensé que tal vez me estuviera volviendo loca. De repente, noté que alguien me estiraba del brazo y ahogué un grito. Unas manos me taparon la boca, y forcejeé para librarme de ellos. Un chico joven estaba delante de mí, haciéndome señas para que no gritara. 

— No chille, por favor — parecía un muchacho joven. Tenía el pelo castaño y despeinado, y sus ojos azules cristalinos intimidaban. La piel le brillaba bajo la luz del sol, y me fijé en que tenía varias cicatrices pese a ser tan joven —. No le voy a hacer daño. Soy amigo del señor Will. 

Al escuchar el nombre de Will me relajé. Ese chico no me sonaba de nada, pero parecía verdaderamente sincero. Me soltó y suspiré. 

— ¿Y quién eres? — dije en un susurro. Los marineros no debían estar muy lejos. 

— Me llamo Edó, señora. Soy marinero del navío donde iba Will. Estoy aquí para ayudarles. Sé lo de la llave... — se oyeron voces de fondo. Edó bajó el tono de voz — y de hecho, el señor Will está buscando el tesoro. Él me ha dicho que fuera a por usted... 

— ¿Will está bien? — pregunté interrumpiendo el discurso de Edó. El chico hablaba muy deprisa, nervioso por todo lo que estaba ocurriendo. Me pregunté qué edad debía tener. 

— Sí, señora. Y se alegrará mucho saber que usted también está bien. 

— Oh, llámame Céline, por favor. No me gustan demasiado las formalidades. 

— Está bien — dijo Edó ruborizándose. 

— ¿Cuál es el plan, entonces? 

— Oh, muy fácil: tú y yo nos quedamos juntos. Will está en busca del tesoro y pronto nos reuniremos con él. Me ha dicho que te proteja en caso de emergencia, pero dice que tú eres más fuerte que todos los marineros juntos. Hemos conseguido la ayuda de varios amigos que tengo por aquí, así que si quieren pelea...

Me reí ante la explicación de Edó. Era adolescente, pero aun había algo de niñez en él.

— ¿Pero se puede saber cómo sabes tanto? ¡Eres un niño!

— ¡No! Soy marinero. 


El mar entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora