Al día siguiente, la herida me dolía más. Cuando Céline me la había limpiado, había visto en su rostro una mueca de preocupación. El corte era profundo y por poco había llegado al pulmón.
Me quedé tumbado en la cama toda la mañana. Marie corría por aquí y por allá trayéndome todo aquello que necesitaba. Me sentía inútil: quería salir a los jardines a pasear.
— Ni hablar, señor — dijo Marie cuando le comenté mis intenciones. Era lo más próximo a una madre para mí, y la única que me hablaba de esa manera. Le tenía mucho aprecio —. Usted debe reposar durante, al menos, hasta que la herida cicatrice.
— No pienso quedarme aquí todo el día. Tan sólo es un paseo —. Me miró furiosa, sabiendo que iba a salirme con la mía. Asintió.
— Está bien, pero sólo una hora y a paso muy lento. Le acompañaré.
— En realidad — dije de repente. Me había incorporado y la herida dolía mucho. Si presionaba los vendajes me aliviaba —, sabiendo que cada dos minutos va a estar preocupándose de si todo está listo... me gustaría pasear con la señorita Céline. Ayer me ayudó y me gustaría agradecerle.
— Como quiera — instó Marie. Era algo que me gustaba de aquella mujer: nunca cuestionaba mis decisiones. —. Iré a decírselo.
Se marchó de la habitación. Me quedé allí sentado, mirando por la ventana: el invierno avanzaba. Aún hacía sol, pero el viento era gélido. Pensé que me iría bien respirar aire fresco.
Alguien llamó a la puerta.
— Adelante.
La puerta se abrió con un crujido. Era Céline. Llevaba puesto un vestido blanco con diferente encaje, que resaltaba sus mejillas rosadas. El pelo, castaño claro, caía por sus hombros y le daba un aspecto juvenil. Nunca la había visto así. Era preciosa.
— William, disculpe... pero aun no me he cambiado de ropa. No hace mucho que he llegado.
— No se preocupe — inconscientemente me levanté, pero la herida me pinchó. Me volví a sentar. Céline se acercó a mi. El corazón me latía fuerte.
— No creo que sea buena idea que salga. La herida es muy reciente. De hecho, tengo que cambiarle el vendaje.
— Me gustaría salir. Necesito aire fresco. Por favor. — hacía tiempo que no hablaba tan educadamente. Recordé a mi madre insistiendo en la educación. Si no le decía buenos días, me hacía salir de la habitación para volver a entrar.
— Túmbese primero. Le miraré la herida y entonces saldremos.
Marie había traído todo lo necesario para curarme la herida: toallas, papel, jabón. Observé a Céline trabajar: sus ojos estudiaban mi herida, como si quisiera saber cada detalle. Casi no pestañeaba, y fruncía el ceño, muy concentrada en lo que hacía. Su tez era delicada, y tuve que contenerme para no pasar mi mano por su cabello, suave y limpio.
— Ya está — anunció después de haberme cambiado el vendaje. Estaba mucho más cómodo, e incluso me sentía más ligero.
Me ayudó a ponerme de pie y nos dirigimos hacia los jardines. Los criados se habían encargado de arreglarlo para el baile, y todos los árboles estaban perfectamente cortados. No había flores, pues era invierno, pero no las necesitaba: todo era hermoso.
— Quería agradecerle todo lo que hizo por mi ayer — empecé. Por alguna razón, estaba nervioso. No sabía qué decir. Quería evitar ser frío en aquel momento. —. No se mereció que aquel imbécil la tratara así. Después me ayudó con mi herida... gracias.
Céline sonrió. Sus labios dejaron ver unos dientes perfectamente blancos. Me fijé en que al lado de los ojos se le formaban unas arrugas que le daban un aire elegante.
— De nada. Usted también me ayudó a no perder mi honor del todo.
— Quien ha perdido el honor aquí soy yo. Nunca he organizado un baile, y cuando lo hago, todo se va al garete. Pero qué más da. De todas formas, nunca quise un baile.
Céline sonrió. El paseo con ella era agradable. La brisa era fría, pero no molestaba.
— ¿No tiene familiares cerca de aquí? — No fallaba. Sus preguntas siempre me cogían desprevenido. Nunca tenían nada que ver con lo que hablábamos. Era directa y sincera.
— Tengo unos primos a un par de millas. El contacto que tengo con ellos no es demasiado.
— Entiendo.
— ¿Usted tiene familia, señorita Céline?
— Oh, puede tutearme. Sí, tengo un hermano mayor llamado Théo y mi padre tiene la librería del pueblo. Mi madre murió en la epidemia.
Me sorprendió que hablara tan naturalmente sobre la muerte de su madre.
— ¿Cuantos años tenías cuando tu madre murió? Si no es demasiado preguntar.
Suspiró. Se quedó unos segundos pensativa.
— Debería tener unos siete años. No recuerdo demasiado sobre ella: tan sólo conservo este collar — señaló un collar de hierro que colgaba de su cuello. Tenía forma de corazón.
— Yo tengo la suerte de recordar todo sobre mis padres — comenté. Nunca hablaba de este tema con nadie, ni siquiera Marie, pero con Céline me sentía a gusto —. Mi madre era estricta y valiente; mi padre, permisivo y noble. Fueron grandes personas.
— Tengo entendido que su reinado fue muy feliz — Habíamos llegado hasta un banco próximo al final del jardín. Nos sentamos allí.
— Eso es lo que dicen.
— ¿Nunca ha pensado en ejercer su poder como rey?
— Por favor, tutéame tu también. Estoy cansado de formalidades — dije rascándome la barba. Vi que Céline tenía la piel de gallina: tenía frío. Me saqué mi chaqueta y se la pasé por los hombros. Sonrió.
— Gracias.
— Sí que he pensado en ser rey, pero ¿qué significaría ser rey ahora? Han pasado veintitrés años. No le veo la utilidad a mi reino. No sé qué hacer por el pueblo.
— Podría hacer muchas cosas — comentó Céline. La chaqueta era mucho más grande que ella y la situación resultaba graciosa —. Este año la cosecha ha sido un fiasco. No hay comida y la gente tiene hambre. Yo...
— ¿Tú has pasado hambre? — pregunté atónito. Céline se enrojeció.
— Bueno, pero ahora estoy bien. A veces se pasan épocas malas...
— Dios mío — exclamé —. Y aun tenemos toda esa comida del banquete. Ordenaré a los lacayos que la envían a aldeas cercanas. ¿Qué justicia sería ver que un pueblo muere de hambre mientras aquí se tira todo?
— William — me gustaba que me llamara por mi nombre completo —. Eso es... magnífico. No sabes cuánto te lo agradezco.
Su rostro se había iluminado. Me sentía completo al ver que era feliz: no me había costado nada. De alguna manera, me sentía bien ayudando. Era como si, al fin, hubiera encontrado alguna utilidad en mi reino.
— Sería hora de que regresáramos a palacio. Hace frío. Ha sido un paseo agradable — dije. Nos dirigimos hacia palacio y a lo lejos vi a Marie que nos esperaba con dos tazas humeantes.
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El mar entre nosotros
Roman d'amourWill Turner es un joven encerrado en su dolor. La llegada de Céline hará que salga de la profundidad y conozca sentimientos que nunca antes había sentido. Ambos se enamoran apasionadamente, pero la enfermedad que se extiende por el país obliga a Cé...