Agridulce

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Llegué a palacio cansada. Ese último mes no había dormido demasiado. Mi padre se debilitaba y necesitaba atención veinticuatro horas. Le había pedido a Théo que se quedara con él durante el día. Perderíamos la caza de aquel día, pero ya encontraríamos algo. Aun nos quedaba comida que William había entregado al pueblo. 

Esa mañana le había explicado a Théo todo lo que pretendía a hacer. Para mi sorpresa, no se enfadó. 

— Entonces, ¿hoy será tu último día aquí? — sentí el dolor en su voz. Nunca nos habíamos separado, e irme durante unos meses para nosotros sería como años. 

— Sí. Iré a trabajar, y durante la noche viajaré hasta un puerto del oeste donde me han dicho que desembarcan. Tengo entendido que será un viaje de cuatro meses. Intentaré llegar lo antes que pueda. Tengo que encontrar la medicina para papá. 

Théo hizo una mueca. No supe bien lo que pensaba. 

— Necesitaré a alguien para que cuide de papá. Yo tendré que ir a cazar. Sino, le diré a Pierre...

— No le pidas ayuda a Pierre — dije apresuradamente. Pierre siempre buscaba algo a cambio y no quería que mi familia se endeudara —. En todo caso, si algún día te ves desesperado... pide ayuda a palacio. 

— ¿Pero qué dices? — Théo me miró con el ceño fruncido. Se había sentado en la mesa de la cocina. Nuestro padre dormía en su habitación. 

— Despertarás a papá — dije —. Ya me has oído. En caso de ayuda... ve a palacio. Di que eres mi hermano. 

— Pero, ¿allí me ayudarían? 

Pensé en William. El corazón se me encogió. 

— Sí. 



El último día de trabajo me dejaba sensaciones agridulces. Todas mis compañeras venían a despedirse de mí, deseándome buena suerte. Algunas conocían a gente con la misma enfermedad que mi padre. Todos tenían algo en común: no habían conseguido cura. 

Marie vino con varios trapos. Su expresión era triste. 

— Céline, ve a la biblioteca a limpiar, por favor. Ya que es tu último día... — la voz se le quebró y carraspeó. 

Asentí y me dirigí hacia la biblioteca. Me acordé del día en que conocí a William: la tetera rota, yo sangrando, William intentándome ayudar. Sonreí. Habían sido seis meses que recordaría siempre. 

Pensé en el cambio que había hecho William: cuando lo conocí, era alguien oscuro y repleto de dolor. Poco a poco había ido evolucionando, abriéndose más a la gente. A mí. Conocía su carácter y sus pensamientos. Era valiente, listo, noble. Sabía escuchar. 

Había sentido una conexión especial con él desde el principio, pero no había sido hasta el día del paseo que no me di cuenta de que lo amaba. Me acogió entre sus brazos cuando yo estaba completamente rota, y por alguna extraña razón, su cuerpo abrazándome era el mejor refugio en el que estar. Su olor, su calor. William. 

Los ojos se me llenaron de lágrimas. Era doloroso: sabía que William era la persona adecuada, pero había tantas adversidades... Aun así, agradecía haberlo conocido. Agradecí que nos besáramos. Era el mejor recuerdo que tendría nunca. 

Empecé a limpiar la biblioteca. A pesar de estar llena de polvo, los libros estaban bien conservados. Había de todo: libros de historia, medicina, amor. Aquella sala al menos triplicaba la pequeña librería de mi padre. 

La puerta se abrió. Esperaba ver a Marie, pero no fue así: era William. El corazón me empezó a retumbar en el pecho. ¿Qué debía decir? Estaba enfadado conmigo, y era comprensible. Yo también sentía mucho dolor por todo lo que había sucedido. 

Sujetaba un pequeño libro entre sus manos, grandes y cuidadas. La camisa blanca se le ajustaba a su pecho, musculoso y joven. El pelo, suelto, le caía por el rostro, haciéndolo parecer aun más atractivo. Levantó la cabeza y me miró. Aguanté la respiración. 

No dijo nada. Me temí lo peor: tal vez hubiera vuelto a la oscuridad en la que estaba cuando nos conocimos. Seguí con mi trabajo. William dejó el libro en una estantería de la biblioteca. Se acercó a mí. 

Dejó una pequeña bolsa a mi lado. La miré: dinero. Miré a Will, que parecía expectante. 

— No puedo aceptarlo — dije sin más. 

— Lo necesitas. 

Eso era verdad. Iba de viaje sin nada encima, desesperada por buscar algo que ni siquiera sabía que encontraría.

— William... — empecé. Él se apoyó sobre la mesa, a mi lado. Quería abrazarlo. 

— He aceptado el hecho de que te marches. Acepta mi último regalo, por favor. 

Su voz era dura y gélida. Estaba enfadado y dolido. No sabía qué hacer. Cogí la bolsa y me la guardé en el bolsillo. Estaba temblando. 

— Gracias. 

Will se puso de pie. No se movió: estaba pensativo. Yo lo observaba con atención: ¿era esa nuestra despedida? ¿Era eso todo?

— Lo siento — dije. No sabía qué hacer. Will no dijo nada, tan sólo se dirigió hacia la puerta. 

— Will — se giró hacia mí. Noté una lágrima cayendo por mi mejilla. Me acerqué a él: su cara era inexpresiva —. Perdóname algún día. Sé feliz. 

Él suspiró. No soportaba que no me dijera nada. Quería cualquier cosa, aunque fuera un insulto, aunque fuera su rabia. Pero sabía cómo hacer daño y era encerrándose en sí mismo. Pensé que, si ese era el final, no quería que acabara así. Fui hacia él con paso decidido, agarré su brazo y lo abracé con fuerza. Al principio no hizo nada, pero después me estrechó entre sus brazos. Levanté la cabeza y allí estaban sus ojos castaños mirándome. Yo no dejaba de llorar, y lo besé con todas mis fuerzas. Él hizo lo mismo, y ese beso dijo todo aquello que no habíamos verbalizado: nos echaríamos de menos, nos queríamos con todas las fuerzas. 

— Te quiero — le dije. William me besó la frente con cuidado. 

— Ten cuidado, por favor — y me soltó. Se marchó de la biblioteca, dejándome en un mar de lágrimas. No lo había conseguido: Will se encerraba en sí mismo. Lo vi caminando por el pasillo, entre columnas de mármol blanco. Se enjuagó una lágrima. 

¿Por qué tenía que ser tan difícil? 

Volví a la biblioteca. Acabé de limpiar, y vi una pluma y un pergamino. Empecé a escribir todos mis pensamientos y sentimientos. Plasmé mi desesperación en el papel, y antes de marcharme se lo entregué a Marie. Ella me preguntó por qué. 

— Sé que usted lo entenderá — respondí. Marie asintió y me abrazó. Me deseó suerte, y yo le pedí que cuidara de William. 

— No deje que se pierda en sí mismo, por favor. 

Cojí a Éclair y me marché de allí. Después de llegar a casa y despedirme de Théo y mi padre — que estaba tan débil que parecía no entender nada — me marché en busca de un futuro mejor para todos. 

Y la aventura empezó. 

El mar entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora