Negocios

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Había llegado a Finistèrre. Después de dos días de viaje, finalmente el conductor me dejó en el puerto de embarque. 

La despedida con mis trabajadores había sido más dura de lo que pensaba: desde que mis padres habían fallecido, nunca había vuelto a salir de palacio. Eran la familia que me había cuidado, y para agradecerles todo lo que habían hecho por mi (empezando por aguantar mi humor), había decidido dejarles una cantidad de dinero para cada uno de ellos. 

Parecía que había abierto los ojos: yo era rey por haber nacido en una familia monarca, pero eso no me hacía mejor que nadie. Es más, muchas veces mis lacayos y criadas me superaban en muchas cosas. Suspiré. Aquella realidad me la había enseñado Céline. Y la echaba de menos... 

Leo y Jaques me habían ayudado a organizar el viaje. Habían prometido hacerse cargo del palacio mientras yo no estuviera. Lo utilizarían como segunda residencia, y les pedí que le hicieran la vida fácil a mis empleados. Tenía suerte de contar con unos amigos como ellos. 

Había sido duro organizar todo eso en tan poco tiempo. También había enviado unas cartas a otros miembros de la realeza para que me dejaran viajar en uno de sus navíos. Sabía que podían rechazar mi petición; después de todo, había estado años alejado de todos los contactos reales. En nuestro mundo, todo se manejaba por intereses. Para conseguir lo que quería, debía ser listo y saber cómo hacer negocios. Aun así, conseguí un permiso para navegar en una carabela del rey de la región próxima a Finistèrre. Su propósito era el mismo de muchos: ir a por la planta curativa en las Américas. A cambio de ser miembro de la tripulación, debería ser fiel a todas sus indicaciones y luchar en caso de emboscada. Me habían avisado de que últimamente los mares estaban repletos de embarcaciones ilegales con piratas. Deseé que Céline estuviera a salvo. 

Llegué al palacio donde me tenía que reunir con el capitán de la embarcación. Estaba nervioso, y no sabía el por qué: tal vez tenía la necesidad de caerle bien. Después de todo, me sometía a sus órdenes. 

Llegué a la sala principal y sentados alrededor de una mesa con diversos mapas, se hallaba lo que parecía el rey de la región y otros hombres cuya identidad desconocía. 

— William Turner — anunció Blaisir, el rey que había permitido que viajara en su navío —. Por favor, tome asiento. Es un placer verle después de tantos años. 

— El placer es mío, señor Blaisir. Le estoy profundamente agradecido por haberme acogido — el hombre sonrió, dejando ver unos dientes más bien amarillos entre su frondosa barba. Aun ser rey, parecía especialmente descuidado y viejo. 

— No tengo ningún problema en que forme parte de mi tripulación, señor Turner, pero para ser sincero con usted, la curiosidad hace que me pregunte cómo es que ha aparecido después de tantos años. ¿Qué le trae aquí?

Suponía que me iba a preguntar eso. Lo entendía, y por eso no quería decirle la verdad. Viajaba para encontrar a Céline, para al menos poder pedirle perdón por todo lo que le había hecho. Respondí serio.

— Me temo que mi población se ve afectada por la horrible expansión de la enfermedad. Necesitaría encontrar la planta para poder traer una medicina. — en parte era verdad. Si tenía la oportunidad de conseguir la planta, estaba dispuesto a cogerla. Había niños muriéndose. 

— Me abruma su generosidad, señor Turner. Me recuerda usted a su padre. Un buen hombre. Aun así, hay algo que querríamos... comentarle. 

Eso no sonó bien. Parecía que tenía algo escondido. 

— Adelante, señor Blaisir. 

Un silencio incómodo inundó la sala. Parecía que nadie estuviera dispuesto a decir lo que Blaisir acababa de anunciar. Estaba en tensión. 

— Nuestro destino, señor Turner — empezó Blaisir, que había carraspeado con fuerza. Los demás lo observaban en silencio — no es ir en busca de la planta. Lo que pretende el navío Francés Herrante es dar caza a todos aquellos piratas que ilegalmente van en busca de riquezas, y que también han robado varios de nuestros navíos. En definitiva, vamos a luchar contra ellos; y por eso le necesito en la tripulación. 

Ahora lo entendía todo: iba a la guerra. 

— ¿Hacia qué dirección irán? — pregunté con el mismo tono de voz seco. 

— Hacia las Américas, señor. Pero esperamos encontrarnos varios navíos de piratas por el camino. No le diré que la situación no es peligrosa, pero debe saber que lo hacemos por el bien de nuestros reinos. 

Me quedé pensativo. Estaba arriesgando mi vida, pero no tenía ninguna otra alternativa para viajar a las Américas. Aquél era mi único escape. Era la única oportunidad para encontrar a Céline. 

— Está bien — dije sin más.

— ¿Sabe luchar? — preguntó Blaisir entrecerrando sus ojos. Aquello era lo único que le importaba. 

— Sí — inconscientemente agarré el puño de mi espada. Estaba preparado para luchar contra quien fuera para encontrarla. 


El mar entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora