Había pasado dos semanas desde que habíamos embarcado. La nave donde me encontraba era de grandísimas dimensiones, y sus velas blancas parecían llegar al cielo. Nunca antes había navegado, y los primeros días había tenido mareos y vómito, pero poco a poco mi cuerpo parecía acostumbrarse.
Como la demás tripulación, seguía las órdenes de Jackie. Aunque de capitán era más serio, nunca dejaba de sorprenderme su carácter. Era un personaje verdaderamente peculiar: por las noches gritaba en sus sueños; durante el día parecía danzar con sus brazos, como si tuviera una especie de tic nervioso. Esto si: de día y de noche llevaba la botella de ron pegada a su mano.
Durante el viaje conocí a los miembros de la tripulación. Todos con historias bastante oscuras, pero por suerte parecían respetarme. Pocos viajaban en busca de la planta medicinal; la mayoría navegaba por placer.
Clot, el segundo de Jackie, parecía ser el más amigable. Siempre me ofrecía comida y entablábamos conversación. Se había dedicado veinte años a navegar, diez de los cuales con Jackie.
— ¿Por qué hace... eso? — le pregunté al ver a Jackie mover los brazos de una manera extraña. Siempre lo hacía, pero esa tarde parecía no parar. Clot rió y mostró unos dientes amarillentos.
— Nadie lo sabe a ciencia cierta, señorita Céline. La verdad es que después de tantos años navegando con él, puedo decir que lo hace repetidamente cuando está nervioso.
— ¿Nervioso por qué? — pregunté extrañada. Vi a Jackie beber de su botella.
— No lo sé, señorita, pero a este paso tal vez sea porque se está acabando el ron — reí on Clot. Toda la gente que bebía con esa constancia se emborrachaba; sin embargo, aun no había visto a Jackie borracho. Tal vez viviera en una borrachera constante.
Me puse en pie después de que ordenaran retirar las velas. En dos semanas había aprendido bastante sobre la navegación: era un trabajo duro y requería mucha fuerza. La tripulación mostraba los síntomas de aquel trabajo: manos duras y rasposas, piel morena y agrietada. Yo, blanca y delgada, parecía fuera de contexto.
La noche se impuso y la brisa fresca del mar hizo que mis dientes castañetearan. Me puse un viejo abrigo que había encontrado en la bodega del barco por encima de los hombros y me quedé en la proa del barco. El mar me daba mucha paz: el sonido de las olas parecía una canción constante, y conseguía relajarme. El aire era el más fresco que había respirado nunca, y observé el cielo, que dejaba ver todas las estrellas. En momento así no podía evitar sentirme nostálgica: pensaba en mi familia. ¿Cómo estaría mi padre? ¿Théo podía llevarlo todo a cabo? Confiaba en que sí, pero el hecho de no saber nada de ellos me entristecía. Aun así, pensaba en positivo: en unos meses los vería, y llevaría la medicina conmigo.
Tampoco parecía dejar de pensar en Will. Tan sólo deseaba que se encontrara bien, pero por las noches era cuando lo echaba más de menos: su pelo largo y castaño, la piel suave y su aroma. Su voz, profunda y segura de sí misma. Me enjuagué una lágrima.
— ¿Quién es esa persona que le hace sufrir, si puedo preguntar? — dijo una voz a mis espaldas. Al principio me asusté, pero Jackie se apoyó en el mástil y me observaba curioso. Llevaba la camisa entreabierta y dejaba ver su pecho, trabajado y musculoso. Se había puesto una especie de turbante en el pelo, y como siempre, movía los brazos ligeramente, danzando con aquella peculiaridad tan suya.
Sabía que me había visto llorar, pero hice como si no hubiera pasado nada.
— No es nada, capitán — me había acostumbrado a llamarlo así, pues todos en el barco lo hacían. Al fin y al cabo, debía seguir sus órdenes.
— Puede contármelo. Mi experiencia me ha enseñado a ser un buen consejero del amor, señorita Céline.
A veces me entraban ganas de reír. Era alguien que parecía hablar en tono de broma, pero en realidad era serio. Suspiré.
— Cuando me marché de mi aldea tuve que dejar a la gente que quería atrás. Por la noche es cuando más los echo de menos...
— ... Pero siempre echa más de menos a alguien en especial, ¿no es así? — dijo Jackie con una sonrisa. Me sorprendió que supiera mis pensamientos.
— Podría decirse que sí — admití.
— Señorita Céline, no puede permitirse llorar por alguien que no está aquí. Además, usted es aun muy joven y puede encontrar a alguien. Hay muchos mares por explorar.
— ¿Usted no echa de menos a alguien en especial cuando navega?
— Eh... — dijo Jackie con el índice en la barbilla — La verdad es que no. Bueno, podría decirse que echo de menos mi botella de ron cuando no la tengo.
Su comentario me hizo reír.
— Es usted bastante peculiar, señor — dije aun sonriendo. Jackie, sin embargo, estaba muy serio: miraba un punto fijo en el mar, y yo miré hacia aquella dirección: no había nada, tan sólo el reflejo de la luna en el agua. Cuando Jackie volvió a hablar, movía los brazos con más intensidad.
— No se asuste, querida Céline, pero necesito que baje a la bodega a avisar a sus compañeros de que se preparen. — su rostro parecía divertido y serio a la vez; yo no entendía nada.
— ¿Prepararse? ¿Para qué?
Jackie abrió la boca, pero segundos después una explosión hizo que cayéramos al suelo. Los oídos me pitaban, y me quedé en el suelo unos minutos. La cabeza me daba vueltas, y vi cómo Jackie se puso de pie y gritó algo. No comprendí el qué.
Como pude, me puse de pie y me apoyé en un cabo enrollado que había en la cubierta. Había trozos de madera por el suelo a causa de la explosión.
— ¿Qué ocurre? — pregunté asustada. Clot y la demás tripulación gritaban diferentes órdenes. Jackie me miró.
— Prepárese, señorita Céline, estamos en una emboscada. — su tono de voz era sorprendentemente tranquilo, como si la explosión fuera algo muy habitual.
— ¿¡Una emboscada?! ¿Qué quieren de nosotros?
— A los cañones, señorita Céline — ordenó Jackie — está usted en un barco pirata.
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El mar entre nosotros
RomanceWill Turner es un joven encerrado en su dolor. La llegada de Céline hará que salga de la profundidad y conozca sentimientos que nunca antes había sentido. Ambos se enamoran apasionadamente, pero la enfermedad que se extiende por el país obliga a Cé...