No hay plan B

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No me di cuenta de que estaba jadeando hasta que un pájaro a mi lado salió volando. Llevaba media hora allí, escondido entre los arbustos del bosque. El calor era bochornoso, y sentí el pelo pegado a la nuca. Nunca había pasado tanto calor. Esta muy cansado, y pensé que hacía al menos 24 horas que no dormía. Pero no podía permitirme el descanso: debía salvar a Céline. 

Las cosas no habían salido como quería: no había encontrado el tesoro. Edó me había ayudado a buscarlo, e incluso el gran árbol que habíamos encontrado no escondía ningún tesoro de gran valor. Pensé que todo era una leyenda, que los piratas buscaban algo inexistente. ¿O alguien había encontrado el tesoro antes?

El plan era el siguiente: los piratas se dirigirían hasta donde yo estaba, en busca del gran tesoro. Entonces Edó me ayudaría con las trampas que habíamos montado con algunos habitantes de allí que se habían prestado a ayudarnos (después de que les diera una bolsa con dinero a cada uno). Las trampas eran simples: cuerdas y redes escondidas entre las hojas del suelo que atraparían a los piratas en cuanto Edó y yo cortáramos la cuerda principal. No estaba demasiado seguro de si funcionaría, pero no había plan B. Y tampoco nos quedaba tiempo. 

Esperé unos minutos más, impaciente. Entonces oí unas voces, a alguien gritar ¡allí! y unos pasos corriendo hacia el gran árbol. Segundos después, aparecieron un par de piratas, observando a su alrededor con atención. Me agaché para esconderme más. Su aspecto daba entre miedo y asco: uno era tuerto y llevaba un parche en el ojo; el otro no tenía dientes. Las pieles mugrosas se dejaban ver entre las camisas que dudé que las hubieran lavado alguna vez. 

Se me cortó la respiración cuando vi a Céline. 

Caminaba detrás de los piratas, observando con atención cada paso que daba. Me fijé en su piel: estaba quemada por el sol. Su pelo, normalmente suave y brillante, estaba enmarañado y le caía por los hombros despeinado. Tenía el vestido roto y parecía extremadamente cansada. Aun así, sus ojos castaños desprendían aquella luz de siempre. Aguanté las ganas de abrazarla y no soltarla nunca más. 

— Todo controlado — dijo alguien detrás de mí. Di un salto y me apoyé en un arbusto. Vi que los piratas miraban hacia mí, pero Céline señaló hacia el otro lado, intentando distraerlos. 

— Maldita sea, qué susto — exclamé a Edó, que me observaba divertido. 

— Todo bien, tan sólo nos falta esperar los demás piratas — siguió informando Edó. Las comisuras de la boca se le curvaban hacia arriba. 

— ¿Los demás? ¿Pero cuántos hay?

— Habrá unos diez, máximo. Céline les ha dicho que ese es el árbol del mapa y ahora venían todos hacia aquí, incluido el capitán del barco. 

— Está bien. Esperaremos a que lleguen y entonces activaremos la trampa. Yo daré la voz para que lo hagas, ¿de acuerdo?

Edó asintió y se fue hacia su sitio. Cada uno estábamos en un extremo de las cuerdas que habíamos escondido bajo la maleza. Poco a poco, se unieron todos los piratas. Entonces llegó Jackie, el capitán. Apreté el puño cuando lo vi, sabiendo perfectamente que él era el culpable de que Céline tuviera esas quemaduras. Oí la voz de Céline de fondo:

— Este es el árbol que sale en el mapa. 

Jackie observó el mapa y después el árbol. Se encogió de hombros. 

— ¿A qué estáis esperando? Vamos, excavad — ordenó mientras movía las manos de una manera extraña. Parecía borracho. 

Los piratas se pusieron manos a la obra, Céline incluida. Aparté la mirada de ella, no podía soportar ver la piel abrasada. ¿Qué le habría pasado? Una risa me sacó de mis pensamientos. 

El mar entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora