Esperanza

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No tardamos demasiado en llegar a las Américas. Me invadió una extraña sensación: era miedo y esperanza. Tenía que, por todos los medios, encontrar aquel tesoro que tenía tanto valor para los piratas. Estaba claro que ellos tal vez ya habían llegado, pero confiaba en adelantarme y abrir el cofre con el tesoro.

Bajamos a tierra firme y me pareció volver a casa: llevaba meses caminando por una cubierta. El mar me fascinaba, pero echaba de menos andar por la calle, los bosques, ver gente. 

Eludí mis pensamientos nostálgicos: el objetivo ahora era encontrar aquel valioso tesoro antes de que lo hicieran los piratas. Cogería el tesoro, lo escondería e intentaría cambiarlo por Céline. 

No contaba con nada que me pudiera indicar dónde estaba aquel tesoro; no había tenido tiempo de preguntárselo a Céline pero estaba seguro de que ella tampoco lo sabía. 

— Disponen de tres horas libres, marineros — anunció Blaisir. La emboscada le había dejado de recuerdo un corte en la cara y una docena de marineros muertos. Aun así, se mantenía firme. 

Aquellas tres horas me iban perfectamente. No conocía aquel lugar, pero sabía que no había demasiada población y tal vez los ciudadanos supieran algo sobre el tesoro escondido. 

— Turner — la voz áspera de Blaisir me devolvió a la realidad —. Los cabos y yo vamos a una taberna conocida a beber algo. Le invitamos. 

— Muchas gracias, señor, pero prefiero ir a pasear. Después de todo, este lugar es magnífico — dije señalando los árboles que nos rodeaban. En parte era verdad: el paisaje de aquel territorio era muy diferente al de Francia. Los árboles eran enormes, y las flores de todos los colores posibles. El clima era extremadamente caluroso y húmedo y hacía que el pelo se me pegara a la sienes. Era precioso, y pensé que pasear por esos bosques con Céline sería genial. El corazón se me encogió. 

Eché a andar por el pueblo, en busca de alguien que pudiera ayudarme. Las calles no estaban adoquinadas, y todo parecía haber estado construido con prisa. Entre en una taberna en busca de alguien que me pudiera ayudar, pero todo eran borrachos. Salí apresuradamente. ¿Cómo se suponía que iba a encontrar el tesoro sin saber ni una pista?

La luna llena iluminaba las calles. Paseaba sin rumbo, preocupado porque el tiempo se me acababa. Tal vez los piratas ya hubieran llegado a tierra firme. ¿Y Céline? Deseaba con todas mis fuerzas que estuviera con vida...

Un susurro detrás de mí me sacó nuevamente de mis pensamientos. Me di la vuelta con el ceño fruncido, pero no vi nada. La calle estaba vacía y a lo lejos había un par de barriles de vino. Oí de nuevo el ruido: venía de allí. Me acerqué con la mano en el puño de la espada, y en cuanto vi un pequeño resplandor, la desenfundé. Vi que alguien se levantaba apresuradamente, alguien que se había escondido detrás de los barriles. Lo cogí por la camisa y lo empotré contra la pared. 

Los ojos de Edouard me miraban con miedo. 

— Maldita sea — exclamé, soltándolo —. Menudo susto me has dado, Edó. ¿Estabas espiándome?

El muchacho pareció ruborizarse pero no lo pude ver bien porque era de noche. Se encogió de hombros. 

— Señor, sé algo de lo que está buscando. 

Sus palabras parecían sinceras. Pero, ¿cómo lo sabía? ¿Y si era una trampa? El muchacho me caía bien, pero no podía fiarme de cualquiera. 

— ¿Cómo sabes que estoy buscando algo? — pregunté cortante. Me fijé en que el chico era casi tan alto como yo. Unos años más y sería muy fuerte. 

— Porque lo oí el día que su chica y usted se encontraron en el navío. Yo también he escuchado cosas sobre esta leyenda... y tal vez sepa donde lo puede encontrar — su rostro parecía ilusionado, como si le enorgulleciera el hecho de poder ayudarme de alguna manera. Sonreí. 

— Está bien. Iremos a un lugar más discreto y me contarás lo que sepas de la leyenda... tengo que explicarte algo. Tal vez te sirva de ayuda... 

— ¿Que tiene la llave? — inquirió Edó. Me fascinó cómo podía saber tantas cosas. Pareció percatarse de mi sorpresa — Lo siento, señor, pero era mucho más interesante ver a usted y a su amada que luchar en la emboscada. Oí todo lo que se dijeron, pero no se preocupe, no se lo he dicho a nadie. Es un secreto. 

Sus palabras tan inocentes me hicieron reír. Edó parecía ser el hermano pequeño que nunca había tenido. Asentí y nos fuimos hacia nuestro navío, a descansar y hablar sobre cómo conseguiríamos llegar hasta aquel tesoro escondido. Aquel muchacho me había aportado algo de luz entre tanta oscuridad. 

El mar entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora