Suspiro II

705 73 31
                                    


«Las cosas son lo que son, y así han de permanecer para siempre»

Oscar Wilde.

Amor y esperanza. Deseo y culpa. Siempre, todas las veces que miras a Holmes no puedes evitar que esos sentimientos se desborden por tu piel. Sabes muy bien que no hay nada de malo en el aprecio y la admiración que tienes por ese hombre, pero el estar consciente de que en estos años esos sentimientos inocentes se han transformado en algo más fuerte hace que sientas miedo... y más recientemente culpa. Miedo por no saber cuánto tiempo podrás esconder tus sentimientos, y culpa por haber involucrado a la persona más importante para ti.

Sin embargo, mientras Holmes no sospeche nada estarás bien. Pero él es un hombre perceptivo, entiendes que tus miradas algunas veces no pasan desapercibidas y sobre todo que últimamente Holmes a estado poniéndote más atención de la normal, por lo que claramente está sospechando algo.

¡Pero no es como si pudieras evitarlo!

¿Verdad?

El solo ver sus anchos hombros y más abajo su espalda amplia no solo hace que pierdas completamente de vista a quién o qué debes ver frente a Holmes, pues de inmediato te introduces en ese pequeño y soñador mundo en tu cabeza en donde solamente existen tú y el detective. Además, el hecho de que internamente le agradezcas a los estúpidos que piensan pueden escapar corriendo de Holmes solo porque así puedes observar mejor sus largas piernas, sus estrechas caderas y sus redondos y bien marcados glúteos, solo trae como consecuencia una culpa casi insostenible.

Y cuando Holmes se pone a recitar el cómo es que llegó a tan ilustres y acertadas conclusiones tus ojos verde pasto no pueden dejar de ir de esos labios delgados a su largo cuello y finalmente detenerse en esa bien pronunciada manzana, misma que danza y vibra y te envuelve así de rápido en un hermoso vals. Tan suave y profunda es la voz de Holmes que obviamente te cuesta trabajo poner atención a sus palabras. Y sin embargo, con mucho esfuerzo, lo logras.

Aun si es inevitable el que tu mente divague en los momentos donde se supone debes prestar atención a tus pacientes durante las horas de consulta, es preocupante que tu atención se concentre únicamente en Holmes. Pensar en qué estará haciendo, lo que debe estar pensando o si probablemente esté tomando una siesta o un baño; casi como si fueras una muchacha enamorada, lo único que haces es suspirar y soñar. No es que pienses que está mal. Tanto si estás enamorado de un hombre como si ese hombre es Holmes.

No. Lo único preocupante para ti es que, como adulto, tu mente debe concentrarse en las tareas cotidianas, así mismo, tus pensamientos deberían mantenerse firmes y tu cuerpo debe ser capaz de realizar toda habitual tarea con la normalidad de siempre. Y ya has estado enamorado. Sabes perfectamente qué es lo que sientes y porqué. Todo está a tu favor. Las experiencias acumuladas en toda tu vida ahora no saldrán volando por la ventana de tu consultorio solo porque no puedes encontrar por qué esta vez es diferente. Aun si quitas lo obvio, el sentimiento es el mismo.

Si al dolor en tu pecho le quitas la culpa y el miedo no quedaría una cosa diferente a lo usual. Pero al fin y al cabo ¿cómo al pensar en Holmes la palabra "usual", encaja? No tiene sentido, en Holmes no cabe lo usual; lo cotidiano o normal. El hombre es tan extraordinario que cualquiera de esas descripciones son más bien un insulto.

Pero ahí estás nuevamente, volviendo a ese laberinto de preguntas confusas y sin una aparente sensación de que pronto obtendrás un digno resultado ¡cuando se supone debes poner atención a la siguiente persona que entrará en busca de respuestas!... Malditas ironías. No obstante, cuando al cabo de treinta minutos ningún alma en pena entra por esa puerta de madera no puedes hacer otra cosa más que molestarte con esa asistente que hace no mucho contrataste como favor a un conocido tuyo.

Por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora