Suspiro IV

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«Cualquiera puede dominar un sufrimiento, excepto el que lo siente»

William Shakespeare

Despreciable, inútil... no hay minuto en el que aquellas palabras no ronden en tu cabeza, gritando. Te obligan a cerrar los ojos fuertemente solo para que no te sientas peor por las terribles ganas de llorar que te consumen de manera lenta y desgarradora... es insoportable; el dolor, la angustia y la culpa.

A pesar de no tener los ánimos para tratar de consolarte; ¡si no hiciste nada para salvarte fue porque tu conciencia misma no estaba al tanto de nada! Aun así ¿qué clase de hombre eres? Tu masculinidad, lo que creías era tu hombría, fue arrebatada totalmente. Y ahora mismo el solo hecho de que, como si fueras cualquier víctima, Holmes te haya tratado de esa forma, destruye los restos del orgullo que se derrumba convirtiéndose en polvo mientras los segundos pasan.

Ser la víctima no es algo que seguirás soportando.

Si bien fuiste algo como eso por un momento, pasó en cuanto saliste de tu habitación. Lo único que quieres ahora es desaparecer de Holmes, de la señora Hudson, de cualquier persona que te conozca. O que sepa, aun si es solo un rumor, por lo que has pasado.

Solamente no quieres que nadie te mire con lástima, como el pobre doctor Watson que fue ultrajado. Porque aun si deseas que todo vuelva a la normalidad entiendes bien que ya nada será igual. Por eso debes empezar de cero. Es doloroso alejarte de Holmes, claro que lo es. Dejar de lado a un hombre como lo es Holmes quizá será más difícil que superar lo sucedido. Pero tu decisión es más algo de deber, no de poder. La idea de que aquellos ojos gris luna te miren como a una víctima más, que a partir de aquí su relación vaya en picada por esto, no es algo que puedas soportar.

Entonces ya no hay porqué esperar.

Lentamente, soportando una vez más el peso de tu cuerpo multiplicado varias veces, logras sentarte en la cama, con cada movimiento el olor de Holmes se desprende de las mantas, inundando tu olfato y obligándote a imaginar su mirada. Cuando llevas una almohada a tu nariz inhalando lentamente el aroma, el sonido en la puerta te detiene de continuar.

—Doctor Watson ¿puedo pasar? —cuestiona la señora Hudson, su voz declara una falsa quietud. Lo sabe, resuena en tu cabeza. Dejar que ella te vea en este estado, aun si ya te pusiste la camisa y el saco, no es opción, el ver la siempre comprensiva mirada convertida en lástima solo hace que quieras echarla de allí. Y luego huir—. El señor Holmes me dijo que tenía hambre —continuó la señora Hudson, insistente.

—No es necesario señora Hudson. Ahora lo que necesito es dormir, así que, por favor... —tu casera suspira, cansada y sabiendo que no es tiempo de insistir, tal vez le agradeces, pero si eres sincero, lo único que deseas es que se vaya. Si es por las buenas no importa realmente.

Cuando los pasos de la señora Hudson dejan de escucharse abres la puerta, silencioso. Así, caminas a tu habitación, tomas la maleta de emergencia que tantas veces has cargado con prisas incitadas por Holmes, suspiras y lo más lento, suave y sigilosamente que puedes bajas los escalones. Recuerdas cada vez los peldaños que rechinan.

Antes de salir por la puerta no das ni una última mirada a lo que desde ahora fue el hogar que compartiste con Sherlock Holmes...

Por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora