«Quizás tengas que conocer la oscuridad antes de poder apreciar la luz»
Madeleine L'Engle.
Los dedos de Holmes se abren en forma de tijeras en tu interior. Su atractivo rostro se mueve sobre tu pecho, al mismo tiempo que sus dientes se cierran sobre una de tus tetillas y un tercer dedo se une a los otros, una de tus manos sujeta su cabello azabache y la otra cubre tu boca. Quieres gritar, gemir más fuerte, escuchar el sonido de la cama cada vez que mueves tus caderas para sentir más vivamente las caricias de Holmes sobre tu sexo y tu entrada, empalándote sobre sus dedos y siendo masturbado furiosamente.
En cambio debes callar. El reloj marca las tres de la mañana y tan fuerte como deseas gemir, más rápido alguien inevitablemente los descubrirá. Ya sean los tres pequeños durmientes de la habitación contigua, la señora Hudson o toda la maldita calle.
—¡Mío! —Holmes recita una y otra vez sobre tu pecho, al mismo tiempo que lame, besa o muerde cuanta piel está a su paso. Sinceramente, no sabes en qué momento ese hombre magnifico comenzó a ser tan posesivo—¡Solo mío! —Pero, también, con cada camino de saliva que te recorre, con cada marca o beso, la sensación de pertenencia solo aumenta el calor. Hace bullir la pasión. Aumenta cien niveles la lujuria.
Suyo. Definitivamente eres suyo.
Holmes restriega su miembro caliente y duro contra tu entrada al mismo tiempo que sus labios devoran ávidamente los tuyos. Su legua entra ansiosa dentro de tu boca, te explora, con cargada sensualidad muerde tus labios y estudia tu interior con vehemencia, recorriendo hasta el más mínimo detalle. Sus manos masajean tus glúteos, haciendo a tu espalda baja elevarse más de lo que pareciera posible en un hombre no tan flexible como lo eres tú. El calor de su sexo hace vibrar tus rodillas, el provocativo vaivén eriza toda tu piel aun si el calor ahoga la habitación por completo. Juega contigo, llevándote a la locura misma, a ese infierno en dónde la libido, la euforia y la excitación son los gobernantes. Los demonios del placer que te consume.
Cuando el detective se cansa de aquella sugerente danza, separa con ambas manos tus glúteos y comienza a penetrarte. La caliente y estrecha vaina de tu interior apenas tiene tiempo a acoplarse ante el gran tamaño del intruso, solo un minuto efímero antes de que el baile principal de comienzo. Tus uñas se clavan en la fuerte y blanca espalda, cubierta de sudor y de tus besos. Sus manos sostienen tus piernas y con cada firme empuje trata de unir lo más posible tus rodillas a tu pecho. La fuga de un gemido no duda en dar aviso a Holmes sobre el choque, más que un roce, sobre ese punto mágico en tu interior. El mismo que te hace retorcer de placer hedónico y delirante. El mismo que te hace pedir, rogar por más.
—¡Mío! John Watson es mío —Susurra contra tu oído, para inmediatamente después clavar sus dientes sobre tu hombro. Ese en donde antes James Roberts había dejado una marca que, como tontamente habías creído, no se borraría nunca. Una marca que no ha desaparecido, pero solo porque fue sustituida por una de la que realmente puedes estar orgulloso de portar—¡Mío! —Dice Holmes al soltarte, sin amainar en ningún momento la velocidad con la que entra y sale de ti. Te besa con ferocidad y con la misma fuerza le correspondes.
El aceite, que has descubierto es de avellanas, facilita infinitamente el continuo aumento en la rapidez de las embestidas y con ello la erótica sensación del golpeteo del sexo de Holmes contra ese punto específico en tu interior. Pronto, una ya conocida y maravillosa sensación comienza a nacer desde la parte baja de tu espina. El detective comienza a moverse incluso más rápido, consciente de tu próximo orgasmo más por tus uñas enterrándose firmemente sobre su espalda que por el estremecimiento en todo tu cuerpo.
—Todo tuyo, Sherlock —declaras, mirándole a los ojos por un eterno segundo antes de que el clímax te haga cerrarlos de nuevo. Las convulsiones de placer te sacuden, efímeras, al tiempo en que tu semilla sale cual hilos de nacaradas perlas de tu miembro. Holmes extiende tus piernas casi al punto del dolor, da un par de duras estocadas a tu interior apretado y finalmente, acompañado por susurrados gemidos erráticos, deja libre el producto de su propia eyaculación. El semen caliente golpea con fuerza tus paredes, haciéndote gemir por tan increíble sensación. Cuando los disparos se detienen Holmes te enviste un par de veces más antes de caer completamente rendido sobre ti.
ESTÁS LEYENDO
Por amor
أدب الهواة«Lo que se hace por amor está más allá del bien y del mal» Friedrich Nietzsche. *Sherlock ACD Canon/Granada TV Canon. *R18. Violencia explícita. Drama. Homofobia típica de la época. TEPT. *Abuso sexual implícito. *Smut Suave y consensuado. *Top Sher...