Suspiro X

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«Con frecuencia una alegría improvisada vale más que una tristeza cuya causa es verdadera»

René Descartes.

Es poco o más bien nada lo que le toma a tu mente reaccionar y gritar "La mujer" dentro de tu cabeza. Dejando de lado la clara exaltación de tu corazón, el tartamudeo por el nudo en tu lengua y una ligera tristeza por su muerte, lo único que atinas a hacer es mirar hacia Holmes.

Desde luego, Holmes, como el hombre imperturbable en que se convierte cuando se menciona algo de aquella fémina, solo atina a sonreír ligeramente. Aparte de la noticia que anunciaba su muerte, Holmes no ha recibido alguna otra cosa referente a La mujer, ni siquiera algo con respecto a su esposo. Y ahora que de repente recibiera en tremenda forma una misiva del hombre, tal y como ves las cosas, Holmes no puede estar más que feliz. No cabe duda alguna que tú también compartes la alegría de poder saber algo más sobre aquella mujer, que además, aún si Holmes lo niega, ambos admiran. Lo que tienes bien claro es que definitivamente la próxima visita no será solamente por placer.

—¡Señora Hudson! —Grita Holmes, empezando a encender las lámparas de gas. Es razonable que lamentes esta conclusión tan repentina de la apacible cena, además también del maravilloso escenario que Holmes y tu habían creado... ¿pero cómo decir no a este nuevo asunto?, es cierto que después de dos semanas, con el ochenta por ciento de tus heridas ya completamente curadas y estar también ocupando tu mente en rehabilitar una habitación que ya no será utilizada, te mantiene, la mayor parte del tiempo, fuera de recordar cualquier cosa que amenace la tranquilidad otorgada por la sola presencia de Holmes, pero ahora, con un caluroso recorrido sobre todo tu cuerpo, el recuerdo de la emoción que vives cada vez que acompañas a Holmes a la resolución de un caso te sacude por completo. Después de todo, la mejor manera de sanar las heridas es con trabajo duro, más aún si este va de la mano con el único detective privado del mundo.

Desde ya empiezas a extrañar las largas caminatas, el insomnio, las carreras persiguiendo maleantes y por supuesto; ese brillo encantador reflejado en los ojos gris luna de Holmes cada vez que encuentra una pista útil, más aun la intensidad de su emoción al concluir satisfactoriamente con un caso.

—Señora Hudson, ¿quiere hacerme el favor de apresurarse a llevar todo esto fuera de mi vista?

—Podría hacerlo más rápido si los señores no me hubieran dicho que no habría problema en que me fuese a la cama, además de... ¡oh, por dios! ¡Señor Holmes, qué le ha hecho a mi ventana! —Holmes rápidamente hace que la señora Hudson se lleve la charola con los restos de comida y, dándole media vuelta, la despide sin más.

—Holmes, eso fue demasiado brusco, la señora Hudson no tiene la culpa —antes de que continúes con tu regaño algunos gritos de la señora Hudson se escuchan desde la planta baja mientras unos pasos firmes ascienden por la escalera. Un hombre alto, lampiño, vestido con ropas elegantes pero destrozadas aparentemente a propósito, atractivo y sudoroso, entra presuroso por la puerta.

—Disculpen mi descortesía caballeros, pero salvarían mi vida y la de mi hijo si cerrasen las ventanas. —Con rapidez te apresuraste a correr las cortinas, Holmes despide nuevamente a la señora Hudson y hace que el señor Norton se siente—. Le pido disculpas nuevamente, señor Holmes, sé que romper su ventana fue algo muy abrupto, pero pagarle a alguien para que entregase mi nota hubiera sido muy arriesgado. No puedo pasearme libremente así que...

—Así que la mejor forma de llamar mi atención fue arrojando un ladrillo anunciando su llegada, le felicito señor Norton, lo consiguió.

—Verá señor Holmes...

—Deje a un lado lo obvio. Sé que secuestraron a su hijo hace no más de tres días, que le prohibieron ir a la policía y que además lo mantienen bajo estricta vigilancia —dice Holmes, acercándose a la ventana, mirando a los lados de la calle tan tranquilamente como si lo hiciera por falta de hacer algo más interesante—. Por supuesto, entiendo que no es dinero lo que quieren. —El señor Norton, completamente boquiabierto, carraspea un poco. Si eres sincero contigo mismo, crees que la capacidad de Holmes para sorprenderte no acabará nunca.

Por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora