Suspiro XXI

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«Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante»

Agatha Christie.

¿Cuáles son los puntos, los requisitos para que un hombre cambie casi en totalidad su perspectiva de observar, sentir y actuar en la vida? ¿Un miembro amputado? ¿La muerte de un ser querido? O quizá esas clásicas y atípicas epifanías. Tal vez sea un conjunto de ellas o en realidad ninguna. Serán entonces todas esas pequeñas y diminutas cosas que sin pensar o al menos notar; solo se aceptan, acoplándose sin mayor ceremonia entre los acontecimientos diarios, entre el ir y venir de las cosas; haciéndose imperceptibles, camuflándose entre cotidianidad y monotonía. Lo que causa, desde luego, total sorpresa ante su descubrimiento cuando uno da cuenta finalmente sobre aquellas nuevas formas de actuar, de responder o de pensar.

Es por ello que al mirar a Watson sentado sobre el suelo de la cocina a un costado de la mesa un sentimiento que antiguamente se te hacía desconocido asalta tu pecho, tu mente y recorre hasta la última fibra de tu ser, causando nada menos que un sentimiento de aceptación e inclusive felicidad, emociones que sin peros crean una nueva ola de sentimientos. Una serie de emociones, las cuales ya bastante acopladas a tu alrededor, resuenan vivamente ante la nueva perspectiva de recibirlas teniendo ya plena consciencia de ellas. Tan arraigadas están a ti que cualquier señal de incomodidad o de amenazante molestia es rechazada firme y en silencio por quien menos esperarías.

Tu mente y corazón totalmente impávidos, valerosos, no pueden aceptar que reniegues esos sentimientos, esas emociones. No hay una sola cosa en tu cuerpo capaz de reaccionar negativamente a la sonrisa que Watson te regala, la cual puedes leer tan fácilmente como la hora en tu reloj de bolsillo, te habla de toda la tranquilidad y abrumadora paz que ahora mismo le rodea. El solo deseo de corresponderle se siente tan natural, tan correcto, tan adaptado está a ti que es increíble el solo pensar, imaginar, que esos sentimientos simplemente no estaban ahí antes. Al sonreírle de vuelta los tres niños a su alrededor –por no decir encima de– se remueven ligeramente.

Virgil sentado sobre el regazo del doctor recarga todo su peso más sobre el pecho que sobre sus piernas, los otros dos niños son abrazados a cada uno de los lados, al mismo tiempo que se sujetan a los brazos de Watson. En primera estancia te preguntas si aquello es realmente viable para los niños, pues no hace mucho que sus padres sufrieron el peor de los desenlaces, y ahora no es el tiempo de pensar que uno de esos casos fue casi tu culpa, el que en este momento se miren tan increíblemente cercanos a tu Watson se te antoja irracional. No solo porque no hace más de unas horas los infantes vieron por primera vez en sus cortas y trágicas vidas al doctor, sino que además se supone, para un desconocido ganarse el corazón de un niño puede llegar a ser casi imposible. Aún si la prueba de ello esté siendo destrozada de la peor de las formas.

Más quién eres tú para aferrarte a ese pensamiento, cuando se trata de Watson tu mejor que nadie entiende que el encariñarse a él es casi tan fácil y automático como respirar. Y aun si te costó un tiempo verlo y ni hablar de aceptarlo, para el común, más todavía cuando se trata de un niño, el apego debería ser como ya has notado; instantáneo. Puedes gracias a eso empezar a sentir cierta empatía por ellos, no solo porque desde ahora en más portarán tu apellido, sino por su increíble capacidad de percibir qué tan natural es encariñarse al doctor. Porque el solo hecho de saber que ese hombre, quien tantas penurias ha pasado en poco tiempo, es apreciado con tanta intensidad; como se percibe por la fuerza con que los pequeños se aferran a él, acelera tu corazón y te hacen pensar que desde hoy, tus hijos han aceptado a John Watson de la mejor de las maneras.

—Realmente tienes un don para los niños. —Watson ensancha todavía más su sonrisa, apretando un poco sus abrazos alrededor de los pequeños.

—Creí que el papeleo requeriría más tiempo, el señor Hagen tenía cara de querer poner todas las trabas posibles. —Sueltas una ligera risa. Watson se recarga contra una gran alacena oscura y repleta hasta el más pequeño rincón de vajillas, perfectamente cuidadas pero no por ello completas, cerradas a cal y canto detrás de un gran cristal. Mientras tomas asiento frente a él con las piernas cruzadas, a un lado de la mesa, el doctor se remueve, no sabes cuánto tiempo exactamente a estado sentado ahí, pero de las casi cuatro horas que estuviste revisando documentos con esos molestos, rígidos y burocráticos hombres, la mayor parte del tiempo se pasó sin algún lloriqueo proveniente de la pequeña cocina.

Por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora