Suspiro XVI

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«La oscuridad repara lo que la luz no puede»

Joseph Brodsky.

¿Cuánto tiempo ha pasado que tus músculos flaquean ante el solo intento de moverlos? Está bien, te dices, es totalmente comprensible luego de que Norton, como el cobarde que es, decidiera pelear contra un hombre cuyas manos estaban más ocupadas en proteger a un bebé que a sí mismo. Ante ese pensamiento reaccionas, al menos lo más que se puede con ese olor a desinfectante inundando tu olfato, logras recordar con claridad el dolor de tu piel el abrirse con cada latigazo, aquella maldita sensación sobre tus brazos, espalda y piernas jamás será borrada de tu memoria, no obstante, las razones sobre el porqué ahora mismo apenas sientes un ligero dolor te son totalmente inciertas.

Haces un décimo inútil intento de abrir los ojos, aunque otra vez no lo logras ahora puedes percibir la razón; hay un parche sobre tu ojo izquierdo y otro más sobre tu ceja debajo de una venda que los mantiene en su lugar. Tu cerebro tarda un poco en unir los puntos. Después de todo, no puedes decir con exactitud cuánto tiempo llevas en el hospital, y si antes no eras precisamente un hombre dotado de súper inteligencia, ahora mismo la sensación de tu cerebro adormecido acorta aún más tus muy normales capacidades. Porque si de inteligencia se trata, aun con Mycroft Holmes sobre la tierra, no hay para ti persona más inteligente que Sherlock Holmes.

Y esta vez, ante el pensamiento de tu amado, el deseo de moverte se amplía. ¿Por qué no está a tu lado? La oscuridad de la habitación aunada a tu escasa movilidad solo te lleva desconcierto y miedo al pensar que tus teorías sobre su muerte resulten ser ciertas. Sin embargo, con tristeza, debes aceptar que si ni siquiera puedes abrir los ojos, averiguar qué ha sucedido con Holmes será por demás imposible, al mismo tiempo, no es como si realmente quisieras saber que tienes razón. Ahora lo último que deseas pensar es en lo que pudo haberle pasado, sin embargo, esta vez, no hay una sola cosa que pueda prohibirle a tus lágrimas salir.

Al instante en que puedes sentir la humedad sobre tus mejillas un suave y apenas perceptible movimiento se produce a tu lado. Estando ya consiente de las vendas que rodean todo tu cuerpo, de la razón que lentamente se va adueñando de ti y la evaluación rápida a tu propio estado, del lugar en el que estás y la propia posición de tu cuerpo, puedes asegurar que hay alguien recostado a tu lado. Y no hay indicio sobre ese hecho que te indique de quién se trata. Ya que la cama no se hunde es imposible que se trate de Holmes.

Es una persona más bien pequeña, diminuta, pues tratándose de un hospital es seguro que dos adultos no cabrían sobre una sola cama. Es entonces que una oleada más de recuerdos te golpea. Ese pequeño niño, de hermosos ojos grises, y fino cabello negro. El bebé por el cual soportaste un corazón roto, la tristeza de mil hombres y una tortura inhumana. La memoria de ese calorcito resguardado por tu saco entre la penumbra de un calabozo vuelve otra vez a darte una razón para mantener la calma, traerte claridad y un poco de paz.

Esta vez, con todo y más de lo que puedes dar, te mueves. Al levantar el parche que obstruye tu ojo derecho sientes que el dolor que te recorre es más incómodo que otra cosa, de nuevo te preguntas cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que estuviste consciente, pero a tu lado hay alguien que atrae más tu atención. El pequeño Virgil duerme apaciblemente, hecho un ovillo, respirando con toda la calma del mundo, la luz de la luna ilumina su pequeño cuerpo envuelto entre una buena cantidad de cobijas.

Sí, puede que tu deseo de reír se haya ido muy lejos y que el dolor instalado en tu corazón haya matado todas tus sonrisas, pero ese pequeño, ese bebé, te ayuda a no desmoronarte por completo. Con toda la calma que puede darte, lentamente estiras los brazos hacía él. Virgil se remueve mas no se despierta, solo se acomoda al momento en que lo atraes hasta tu pecho. Un último pensamiento te asalta antes de que la puerta se abra. De verdad, qué feliz serías si pudieras quedarte con él.

Por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora