CAPÍTULO III

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Acabada la velada, el insistente ofrecimiento del CEO a llevar a Plan a casa no pudo ser rechazado. Como era de esperar, no fue algo precisamente cómodo, por lo que el más joven se dedicó a mirar de nuevo por la ventanilla a modo de evasión, evitando cualquier contacto posible con su jefe. Por lo visto, el contrario también intentó evadirse mirando la escena nocturna de la ciudad, pero Plan sintió que el tiempo se había parado cuando sus ojos se encontraron con los del mayor mediante el reflejo de la ventanilla.

Plan se sentía vulnerable, completamente desnudo ante la atenta mirada del empresario, quien mostraba una mirada muy diferente a todas las que le había echado hasta el momento. Aquella mirada estaba cargada de melancolía y nostalgia. Una nostalgia desconocida y desesperanzadora. En aquel momento Plan sintió algo por su jefe que nunca hasta el momento había sentido: compasión.

Rato después el coche se paró en la entrada de la puerta de Plan. Este salió lo más rápido que pudo antes de que nada más pudiese pasar.

―Gracias por hoy, jefe ―agradeció el joven como mero formalismo, sin mirar al otro a los ojos.

―No, gracias a ti... Espero que lo hayas pasado bien ―respondió el CEO con una leve sonrisa, casi imperceptible, pero de una gran ternura.

―Claro, claro... ―le siguió el juego.

―Bueno, de todas formas, te quiero ver mañana en mi casa a la misma hora. Se puntual ―dijo a modo de despedida.

Segundos después Plan se quedó allí solo, de espaldas a la puerta de casa, sin ser capaz de moverse. Sin saber la razón, de repente de invadieron las ganas de llorar. Llorar por unos ojos llenos de tristeza que no sabía ni que existían. Allí permaneció unos minutos hasta que su madre salió a sacar la basura.

―Plan, ¿eres tú, cariño? ―le preguntó la mujer mientras se acercaba.

―Sí, mamá. Soy yo ―respondió mientras se frotaba los ojos, conteniendo las ganas de llorar.

―¿No has llegado un poco tarde de trabajar? ―se interesó.

―Hubo mucho lío en la oficina... ―se excusó mientras entraba en casa, dirigiéndose a su habitación.

―¿No vas a cenar? ―sugirió al tiempo que entraba.

―¡Ya he cenado! ―gritó desde el piso de arriba.

Ya en la cama y rodeado de silencio, Plan no pudo hacer otra cosa que darle vueltas a la cabeza. Había muchos comportamientos de su nuevo jefe que todavía no lograba comprender. De pronto se mostraba autoritario que de pronto se mostraba vulnerable. Inexplicable. Tras tanto pensar y debido a la exigencia del día acabó rendido de cualquier modo.

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Ahí estaba de nuevo, delante de su escritorio, enfrentando un nuevo día de trabajo. Plan rezó para que no ocurriesen más incidentes como el del día anterior, pero la esperanza le duró poco. En cuanto sonó el teléfono de su mesa ya se esperaba cualquier cosa.

―Ven. Ya ―ordenó el joven CEO para luego colgar. El otro, con miedo, se fue acercando a la puerta del despacho, a escasos metros de él.

―¿Qué desea? ―preguntó con toda formalidad mientras se adentraba en la sala. Para cuando se quiso dar cuenta, el CEO ya había cerrado la puerta, echado las cortinas, tanto de dentro como de fuera, y acorralado a su ayudante contra la pared―. Señor CEO, ¿que pre...? ―antes de que pudiese terminar la frase notó como la nariz del otro rozaba su cuello delicadamente, sintiendo su aroma.

―Me encanta tu olor... Me recuerda al melón... ―comentó con voz suave y seductora.

―Señor, yo no... ―intentó defenderse, pero los labios del empresario empezaron a inundar su cuello como suaves caricias, provocando gemidos por parte su parte―. De verdad que no... ―seguía intentándolo, pero era inútil. Aquellos labios fueron buscando su camino hasta encontrarse con los labios del contrario, el cual ya había dejado de intentar defenderse.

La historia del MeanPlan que no te quisieron contarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora