CAPÍTULO XXI

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La mañana del día siguiente parecía un dejà vu. Aquellos pensamientos negativos volvieron a invadir a Plan, pero con una diferencia: el corazón le pesaba mucho más que ayer. El que su mente estuviese en plena guerra por su cuenta con su corazón no hacía más que confundirle a cada momento que pasaba, por mucho que intentase que no le afectase.

El despacho que se encontraba justo al lado de su lugar de trabajo seguía cerrado a cal y canto. Los papeles se iban amontonando en la mesa del CEO conforme la gente iba entrando y saliendo de él a lo largo del día, y él no era menos.

Conforme iban pasando las horas, el menor intentaba consolarse pensando que aquel que le daba la mayor carga de trabajo no estaba allí, pero ¿qué importaba eso cuando ese alguien era Mean? En un vago esfuerzo por intentar animarse, siguió repitiendo que volvería en cualquier momento. Eso se convirtió en su mantra. Un mantra que duró horas. No, días.

Miento. Semanas.

Dos interminables semanas en donde su única compañía casi las 24 horas fue Nao, quien le seguía como un perrito faldero. Plan agradecía aquel gesto que él identificaba como lealtad y no como intento de posesión, no como otros... Pero sin percatarse de nada, esos sentimientos de ansiedad y tristeza que empezó a sentir los primeros días quedaron en un segundo plano para dar paso a lo que podríamos llamar rabia y asco.

¿Asco? ¿Se le podría llamar así? Sí, creo que sí. El paso de los días favoreció que los sentimientos negativos hacia el que tanto le había cuidado aumentasen sin ningún control. Aun así, la ansiedad y la tristeza seguían ahí, solo que esperaban el momento oportuno para hacer su regreso triunfal.

―Me parece perfecto que se quiera distanciar de mí, pero por lo menos que dé la cara y se haga cargo de su empresa... Maldito cobarde... ―mascullaba Plan con la cabeza gacha y la vista puesta en los documentos que tenía en frente.

Esa era la palabra: cobarde. ¿Tan poco orgullo tenía como para no aparecer durante casi un mes por el trabajo? El que no supiese separar su vida profesional de la personal decía mucho de él, por supuesto...

―Plan, ¿vamos a comer? ―Nao le sacó de sus pensamientos.

Como cada día desde que Mean no aparecía por la oficina, Nao iba encantado a recoger a Plan para comer con el resto del equipo.

―Voy.

Una vez sentados todos a la mesa, la conversación empezó. Todos coincidían en que era algo completamente fuera de lo normal el que el jefe no se hubiese dignado a aparecer en todo ese tiempo y, si no fuese por su querida jefa del equipo de diseño, todos andarían como pollos sin cabeza, sin tener ni idea de qué hacer. Pero esta parecía con la conciencia tranquila. Demasiado tranquila.

Y fue ese aire de calma lo que hizo que Plan no le quitase ojo.

―¿Tengo monos en la cara o algo? ―le increpó Naty con cierto tono de molestia.

―No... Lo siento.

―¿Ahora intentas coquetear con Naty? Si quieres llamar mi atención, hay otras formas, ¿sabes? ―quien estaba a su lado hizo pucheros.

―Nao, para tí soy «jefa».

―Sí, jefa ―bajó la cabeza.

Cuando el reloj marcó la hora de volver al trabajo, Naty hizo que Plan se quedase con ella unos minutos más.

―Si no querías estar sufriendo así, deberías haber pensado antes de hablar.

Aquellas palabras atravesaron su mente como un disparo a quemarropa.

―¿L-lo sabes...?

―¿Qué parte de «somos como hermanos» no entendiste en su día? Él me lo cuenta todo.

―Entonces... ¿sabes dónde está? ―él no lo sabía, pero los ojos le brillaron durante ese breve momento de esperanza.

―Sí, pero no te mereces saberlo.

Y conforme pronunció la última palabra, se levantó del asiento para volver al trabajo.

¿Que no merezco saberlo? Perdona, pero soy su novio, por si no lo sabías ya es lo que le habría encantado contestar. La ira y el asco dieron paso al orgullo herido y la indiferencia como mecanismo de defensa ante aquellas verdades tan hirientes.

De vuelta al trabajo, hora tras hora Plan intentaba hacerse a la idea de que las palabras de Naty eran solo eso: palabras. No debía dejar que alguien ajeno a ellos dos le dijese cómo pensar o actuar. No, señor.

Pero era como intentar atravesar un muro por arte de magia. Esas palabras rondaban dentro de su cabeza. Y cuanto más rondaban, más irritado se encontraba.

Al final del día, ya como de costumbre, Nao se plantó delante de su mesa para acompañarlo a casa. El CEO había sido sustituido de una vez por todas.

―¿Vamos?

Plan no respondió. Su mente estaba flotando en un limbo plagado de odio e incertidumbre.

―¿Plan?

―Que sí, que ya voy.

Era obvio que estaba irritado, pero Nao no dejó pasar aquella oportunidad. En cuando el becario hubo rodeado la mesa para situarse a su lado, él le cogió la cara con ambas manos.

―¿Por qué sigues así por el jefe?

Ahora lo único que se podía leer en la cara de Plan era desconcierto.

―He oído cómo hablabas con Naty... ―admitió cabizbajo―. Pero va siendo hora de que te olvides de él ―volvió a levantar la cabeza, con convicción―. No sé qué relación tendrías con él, pero ya no está aquí. Hace casi un mes que no aparece y no se merece ni un solo pensamiento tuyo.

Todo lo que soltaba Nao por la boca eran palabras cargadas de veneno hacia Mean, pero Plan estaba demasiado herido como para decir nada en su defensa, por lo que solo se limitó a asentir con una pequeña sonrisa. Por fin alguien se preocupaba de verdad por él.

Mientras tanto, en otro lugar de aquel país anteriormente conocido como Siam, Mean Phiravich recibía un mensaje de un número desconocido. Ese mensaje consistía en una foto. Una foto que le confirmaba que aquel al que tantos años había estado buscando, aquel por quien tanto había luchado, había dejado de quererle de verdad, de una vez por todas.

A modo de derrota, soltó una carcajada amarga que se fue transformando poco a poco en un llanto cuyas lágrimas reavivaron aquellos surcos que dejaron sus predecesoras durante todos los días anteriores.

Muy en el fondo, sabía que esta situación no podía durar mucho más tiempo.

La historia del MeanPlan que no te quisieron contarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora