CAPÍTULO XXV

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Muy poca gente olvida el trauma de perder a sus padres de la noche a la mañana por muy pequeños que sean. Y muy poca gente olvida ese sentimiento de angustia y miedo cuando de pronto tienen que irse a vivir a un lugar completamente desconocido para ellos, sin ninguna persona conocida y sin saber si llegará a haber alguien a quien puedas llamar de verdad «amigo».

Cuando Mean perdió a sus padres, su pequeño y frágil mundo se rompió en pedazos. La base de su vida, aquellos a quien más quería, ya no existía, y debía construir un mundo nuevo desde cero. Pero cuando poco tiempo después alguien que, por desgracia, tuvo su misma suerte llegó al orfanato, él no se dio cuenta, pero en su interior ese nuevo mundo ya estaba empezando a formarse.

Asustado, mirando a todos lados y yendo a paso lento detrás de uno de los trabajadores, aquel niño captó su atención desde el primer momento. Así, siguiéndole sigilosamente y una vez se hubo instalado, aprovechó para intentar acercarse a él.

Como un fantasma, se puso a su lado, sonriente, lo que hizo que el otro niño diese un salto hacia atrás y se encogiese de pavor.

―¡Hola! ―se presentó Mean, sonriente.

Pero no obtuvo respuesta.

―¡Me llamo Mean!

Le tendió la mano. La única reacción que consiguió fue una mirada recelosa.

―¿Y tú cómo te llamas?

El otro niño le miró de arriba abajo, como si quisiese cometer los menos errores posibles.

―Plan...

―¡Hola, Plan!¿Por qué estás aquí?

Brillante pregunta.

―No lo sé...

Lo que Plan no podía, o más bien no quería recordar, fue la trágica noche en la que perdió a sus padres en un accidente de coche por un conductor totalmente ebrio y que conducía en sentido contrario. Como ya he dicho, no muchos se olvidan de ese trauma, pero eso no significa que haya alguno que sí.

―¿Quieres que seamos amigos? ―Mean sonrió.

El menor solo supo asentir con la cabeza.

―¡Genial! No te preocupes, ¡estaremos todo el rato juntos! Y te ayudaré en todo lo que necesites, ¿vale? ―Mean se dejó llevar por la emoción y eso abrumó al recién llegado, pero al mismo tiempo le dio una ligera sensación de seguridad.

Los días pasaban y Plan poco a poco fue confiando cada vez más en Mean, quien mostró ser de total confianza, su caballero de brillante armadura que le salvaba cada vez que otros niños se metían con él y quien siempre le escuchaba cuando de vez en cuando le daba por hablar.

Por otro lado, Plan también se pudo acostumbrar a los trabajadores ―aunque algunos eran más amables que otros―, pero entre todos ellos había una trabajadora que sabía como ganarse el cariño de cualquier niño: Ploy. Con su paciencia y su ternura, todos los niños la veían como su propia madre. Si tenían algún problema acudían a ella, y ella siempre les daba comprensión y cariño, fuese quien fuese.

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Iban pasando los meses y, con ellos, iban y venían las estaciones. A cada día que pasaba, la relación de los dos niños se fue estrechando más, hasta el punto de ser inseparables. Lo que hacía uno lo tenía que hacer el otro también.

Ellos no lo sabían, no constaba en sus conocimientos, pero lo que fueron sintiendo el uno por el otro y de forma cada vez mayor era amor. No lo entendían ni les interesaba entenderlo. Solo sabían que querían estar juntos a cada momento del día y estar ahí para el otro. Su mundo podía ser así de simple a veces.

La historia del MeanPlan que no te quisieron contarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora