CAPÍTULO XXII

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Después de casi un mes, allí estaban, cara a cara. Plan apenas podía creer lo que veían sus ojos. Aquel a quien tanto echaba de menos seguía vivo.

Solo un paso fue el que dio para acercarse a él cuando dos palabras le frenaron en seco.

―Plan, rompamos.

Solo una hora antes Plan se encontraba caminando lado a lado con Nao, sumido en sus pensamientos. En esos pensamientos que siempre le remitían a la misma persona: Mean. Quería verle con todas sus fuerzas... No. No solo quería verle. Quería verle, abrazarle, sentir su olor de nuevo y repetirle una y mil veces cuánto lo sentía. Que aquellas palabras cargadas de odio no eran más que mentiras producidas por el calor del momento. No había nada que quisiese más en el mundo.

Así, como si contase con su propia hada madrina, su teléfono emitió una ligera vibración que le comunicaba la llegada de un nuevo mensaje. Sin pensárselo dos veces, Plan se alejó de Nao para correr al lado del único hombre al que había querido hasta el momento. Por muy lejos que estuviese el destino y por mucho que le empezasen a pesar las piernas, estas no dejaban de correr como alma que lleva el diablo. No quería dejar pasar ni un solo segundo más para poder verle.

¿Por qué tanta prisa? ¿No sabes lo que te espera? Va a romper contigo, y ya era hora, la verdad. Anda que no hay hombres en este mundo

―¡CÁLLATE! ―gritó Plan con todas sus fuerzas mientras sus pies le dirigían, incansables

Cuando sus pies por fin se rindieron, ya hubo llegado a su destino. Una calle completamente desierta, solo iluminada por dos o tres farolas a lo largo y la luna que brillaba sobre su cabeza. Bueno completamente desierta, digo, salvo por él y por aquel que le hubo citado, que llegó con antelación para poder tener la situación bajo control.

Plan no lo notó a primera vista, pero por mucho que el CEO se hubiese intentado arreglar para ese momento, las ojeras después de tantas noches en vela fueron imposibles de ocultar, al igual que los restos de vello facial que todavía quedaban tras haberse afeitado a toda prisa.

Pero, después de casi un mes, allí estaban, cara a cara. Plan apenas podía creer lo que veían sus ojos. Aquel a quien tanto echaba de menos seguía vivo. Solo un paso fue el que dio para acercarse a él cuando dos palabras le frenaron en seco.

―Plan, rompamos.

El menor sintió cómo el corazón se le paró por un segundo. ¿Para eso quería verle? ¿Para romper?

Te lo he intentado decir, pero no has querido escucharme. Ahora sufre.

―Mean... ―Plan no se atrevió a dar otro paso―. Soy yo, Plan...

―Sé perfectamente quién eres.

Plan se quedó sin más argumentos. Solo supo quedarse ahí en el sitio, mirando al frente con cara de incredulidad.

―¿Puedes... puedes al menos decirme por qué...?

―Siempre supe que serías más feliz con Nao.

¿Siempre? ¿Cómo que siempre? Ahora él el que se había quedado sin nada que decir.

―¿Cómo que feliz...? No tienes ni idea de nada ―el menor no pudo evitar soltar una risa cansada.

―¿Te crees que no me iba a enterar...?

―¡¿Pero enterarte de qué?!

―¡He visto la foto, Plan! ¡Solo era cuestión de tiempo!

―¿Foto...? ―en la cara de Plan se formó una expresión de evidente confusión.

Mean se dio la vuelta para alejarse lentamente de aquel al que hubo amado algún día y a quien seguía amando. El contrario, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, esprintó hacia él con la intención de no dejarle ir.

La historia del MeanPlan que no te quisieron contarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora