CAPÍTULO 28 «editado»

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...

Su ceño se frunce y no puedo evitar el soltar una carcajada.

-¿Pretende usted ofender mi pobre corazón?- se lleva la mano al pecho.

-Me has ridiculizado- me defiendo dando un paso hacia él.

-¿Y eso significa qué...

-Eso significa que me has declarado la guerra- amenazo con seriedad, sus ojos se abren de tal manera que temo que en cualquier momento salgan de sus órbitas. Parece haberse tomado mis palabras -Quedas avisado- añado victoriosa, dando varios pasos antes de colocarme nuevamente el auricular y sonreír satisfecha.

La música va pasando y distingo a lo lejos el bloque de pisos donde vivo. Un suspiro largo y profundo escapa de mis labios.

No quiero ir a casa, no quiero llegar y darme cuenta de que vuelvo a estar sola. Ansío, quiero, deseo llegar a casa y encontrarme a Faruk, creando nuestro núcleo familiar -aquél que ya no existe, que ya no tengo-. Llegar a casa es como si el golpe de realidad chocara directamente contra mí, como si una jarra de agua helada se vaciara sobre mí. Odio la horrorosa rutina que estoy creando, odio aceptar que estoy sola, que me estoy envolviendo en un núcleo -que sin lugar a duda, solo me hace daño-. La soledad me deprime, la rutina me amarga y el estar sin él me mata.

«Después de todo lo que te ha echo y sigues pensando en él»- me reprime mi mente, aunque empujo ese pensamiento lo más lejos posible.

¿Cómo no voy a pensar en él si fue la única persona que me enseñó a amar, que me hizo feliz, que me quiso? ¡¿Cómo?!

La bocina de un coche suena tan fuerte que consigue traerme al mundo real y sacarme de mis cavilaciones. Levantó la mirada y me doy cuenta de que la bocina de aquél coche, pretendía llamar mi atención, ya que estaba cruzando la carretera cuando el semáforo se encontraba en rojo.

La vergüenza me puede y después de hacer un gesto de disculpa al conductor, avanzo rápidamente hasta quedar al otro lado de la acera.

Camino decidida hasta mi casa -esta vez más atenta- y cuando llego, pongo la llave en el cerrojo y entro agotada.

-Ufff- suspiro aliviada y a la vez amargada.

Lanzo mi bolso contra el parquet y me quito el hijab. Quito la goma de mi pelo y dejo que mi cabello respire libre.

Tras una ducha y comer algo de ensalada, me coloco sobre el sofá con la intención de ver la TV y quedarme dormida en el intento. Y es que, el echo de estar sola en casa me atormentaba, hasta el punto de que, nada más entrar al apartamento sienta la necesidad de encender la televisión -el sonido de ésta me hace sentir menos sola, menos vacía-. Me estaba empezando a acostumbrar a que, sin la televisión, no podía dormir. Así que como podréis imaginar, el cacharro permanecía encendido, prácticamente, todo el día.

Mientras una de mis manos jugetea con mi cabello, el otro se encuentra cambiando canales, en busca de algo bueno. Una vibración cercana hace que de un respingo, asustada. Miro en todas direcciones y sin más mi corazón se acelera.

-¿Quién en su sano juicio llama a estas horas?- me quejo encamiandome hacia la entrada a por el aparato.

Cuando lo tengo entre mis dedos, me doy cuenta de que la llamada se ha pausado.

Nadie tiene mi nuevo número -ya que el antiguo móvil se lo dejé a Faruk sobre la maleta-. Me preocupo mucjo, y más cuando me doy cuenta de que el número que me llama es privado y que anteriormente había intentado contactarme varias veces.

INTERESES© - muslima_letters [Completa] [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora