"______"– Anda _______, tienes que hablar. – me suplico por quinta vez el psicólogo. Incline mis rodillas junto a mi pecho y solloce tratando de cubrir mi rostro con el cabello que brotaba de mi cráneo. – ¿Aun no estas lista?
Lo deje esperando la respuesta, en ese instante coloque las palmas de mis manos alrededor de mi cabeza. No necesito nada de esto; añadió mi cabeza algo aturdida e incompetente.
– ¿Entonces no se puede hacer nada? – pregunto mi madre cruzada de brazos. Me miro desde aquella esquina en el cuarto del hospital; aquella habitación tan lucida e increíblemente sola, en la que me encontraba.
– Supongo que ahora no. – inclino la cabeza y se encargó de tomar la libreta del pequeño estrado donde se sentaron mis padres. – Solo han pasado tres días, esperemos que este capítulo en su vida termine pronto.
– Pero aun no entiendo porque esta así. – susurro alguien. – Debería de superarlo.
– No es usted quien está pasando por esto.
– Lo sé, pero todo lo que paso es tan confuso. Se supone que había muerto.
– No puedes confiar en una estúpida llamada. – dijo mi padre algo molesto.
– Solo quiero decir que es mi hija, la amo. – suspiro con un nudo en la garganta. – Y estoy segura de que odio verla tan deprimida.
– Entiendo señora, pero su actitud no ayuda en nada, _______ está ahora en un trance y por más que traten, no lograran que hable. Ella lo hará cuando este lista.
– ¿Y cuándo pasara eso?
– No se sabe, puede tardar días, semanas, hasta años. – respondió con resignación, me quede pasmada y asegure mi boca para no decir palabra.
Observe a mis padres algo impacientados y con unas tremendas ganas de saltar por la ventana, después de todo el sufrimiento que debieron pasar en estos días, los hago vivir por algo aun peor. Si no se ha notado el sarcasmo, valla que lo he pensado.
– Pequeña, sabes que te amamos ¿verdad? – pregunto el señor frente a mí, quien podría decirse; era mi padre. Gire la cabeza para dejar de mirarlo y evite cualquier contacto.
Lo odiaba, técnicamente deseaba que desapareciera. Aquel hombre hipócrita que trataba de sentir su paternidad en estos momentos me producía una repugnancia enorme, intentaba no tomarle importancia pero cada cosa que veía, que escuchaba, me traían recuerdos atados con esa historia tan asquerosamente endiablada.
– Déjala en paz Robert. – le regaño mi madre. – Si no ha querido hablar con el doctor, menos lo hará contigo.Parecían un par de monstruos golpeando edificios y yo, yo dentro de uno de ellos, a punto de derrumbarse.
– De acuerdo, solo quería ayudar. – se escudó el hombre. Arqueo su espalda mirándome con decepción e incredulidad.
– Si lo hubieras querido hacer, nada de esto estuviera pasando. – rezongó con voz quebrada. Los observe mirarse el uno al otro con arrogancia e hipocresía y me pregunte ¿Por qué si se odian siguen juntos?, algo desentendida voltee para mirar al psicólogo y dedicarle una mirada de tristeza, mientras que recibía en respuesta una de compasión.
– Justo ahora me sales con esto. – resoplo. – No hacía más que trabajar para cumplir todos tus caprichos.
– Yo no soy quien olvido que tenía una hija.
– No la olvide. – contesto molesto. – Jamás lo haría.
– Pareciera que lo hiciste.
– Ese será tu punto de vista. Yo a diferencia de ti, la amo; es lo más importante que tengo en la vida.
– Sera mejor que dejemos a la paciente sola, este tipo de ajetreos, son los que la ponen mal. – añadió separándolos. Ambos resoplaron culpables y enojados por la insolencia del tipo, se alejaron y justo antes de salir me miraron sonrientes, intentando solo tal vez hacerme sentir mejor después de hacer aquella escena.
– Todo estará bien. – contesto el amable pero entrometido medico; él fue el último en salir, así que se aseguró de que la puerta quedara completamente cerrada y con ningún indicio de escapatoria para mí.
Estoy segura de que en este lugar me trataran como una loca, en cualquier instante entraran un montón de hombres con una camisa de fuerza y pase lo que pase, no pondré resistencia alguna. Si quieren encerrarme en una habitación llenada de cojines o una con serpientes de cascabel me da igual.
Entrecerré mis ojos sin dejar de ver el blanco color de las sabanas, apreté mis dedos dentro de la almohada para erguir un poco más mi cuerpo contra el respaldo de la cama; mire mis muñecas algo pálidas; las cicatrices brotaban algo enrojecidas y con sangre remolida a su alrededor. Las vendas ligeramente transparentes que las cubrían se convirtieron en tiras insignificantes colgando de mis manos. Moje mis labios con algo de desdén y sin anticiparlo, las lágrimas brotaron una tras otra por debajo de mis parpados. Negué con la cabeza haciéndome sufrir por milésima ocasión, haciéndome recordar cada segundo de aquel momento y sin esperarlo ni sentirlo aplaste el par de tubos que recorrían mi cuerpo, el suero dejo de pasar y cambio por un líquido color rojizo que lo traspasaba en su altitud.
Oprimí mis huesudos dedos contra mi boca, tenía a mi alcance la tan esperada muerte que me había estado llamando desde hace unas cuantas horas. Podía sentir la voz llamándome con toda la intención de hacerme caer en esa estúpida y horrible decadencia que terminaría conmigo en cualquier minuto. Pero no podía, no podía ni quería aceptar todo eso que me hacía sentir rendida, intentaba por momentos ignorar cualquiera de sus indicios o tan siquiera luchar por la sensación que me llevo hasta cometer ese pequeño acto de suicidio fallido.
Esta vez, todo era diferente no tenía la intención; tenía la seguridad. La navaja no solo rozaría mi piel, atravesaría hasta el hueso para no dejarme vivir. Acabar con todas y cada una de las respiraciones que emanaba mi nariz, terminaría con el oxígeno que trago desde mi cogote hasta mis pulmones. Y daría un completo fin a este sufrimiento que me tenía aturdida.Saque de mi boca la pequeña pero filosa navaja que había guardado con gran celo para que no me despojaran de ella. La apreté contra mi muñeca, observe como el color ámbar recorría mi piel y esa sensación tan cálida de salvación llego hasta mi aliento, me sentía realmente libre. Aspire el olor de la sangre mientras veía las gotas rodar por el alambre de la cama; mi conciencia comenzó a gritar eufóricamente sobre mis tímpanos, tome una decisión equivocada. Y lo tenía secretamente contemplado, pero nada me haría cambiar de opinión, todo estaba hecho, ni el más valiente caballero arrastraría su caballo para salvarme, ni la más sensible persona arriesgaría su plenitud por alguien como yo. Alguien que estaba perdida y que como siempre terminaría muerta, aunque por dentro lo estaba desde hace ya tiempo.
Rasgue otras tres veces, pude sentir mi cabeza pesada mientras que formaba un gran hoyuelo detrás de mí nuca. No trate de sostenerme, me deje caer sobre la pared haciendo que todo dentro de mí rebotara en un inmenso golpe severo. Si cortarme las venas no había funcionado, ese golpe estoy segura de que ha terminada con todo.
(…)
– ¡Oh por Dios! – escuche el grito de una persona y curiosamente seguía en estado de shock, tal vez muerta, inconsciente o aun peor; continuaba con vida.
– Salga de aquí, por favor. – en ligeros susurros distinguí el tono de voz de mi madre y la del doctor pero hasta ahí llego mi oído.
Escuchaba punzar mi corazón, bombear mi sangre y palpitar mi cerebro. Aún tenía las ganas de vomitar, eso significaba que mi intestino seguía intacto, mientras que continuaba elevando mi pecho con cada respiración. ¿Por qué? ¿Por qué resultaba tan difícil deshacerme de mí? Sin ninguna otra explicación que; soy indestructible.
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Stockholm syndrome (Justin Bieber y Tu)
Fanfiction"Un beso a la persona equivocada, lo convirtió en el rehén de su propio secuestro"