La competencia de baile era en dos días, en Arabia Saudita. Dos días antes teníamos que empezar el viaje, pues desde América hasta Arabia eran muchas horas. Estaba emocionada; decían que era un país hermoso. O así me lo describían. En esta ocasión la competencia era de Danza del Vientre.
Se dice que el rey iría con su esposa y sus hijos.
—Lauren, baja, tenemos que irnos —se escuchó en la parte de abajo de la casa
— Ahora voy —grité
Tomé lo que me hacía falta, baje con mis maletas y un pequeño bolso, y ahí se encontraba Dahara. Ella era de origen Árabe (su madre era gringa y su padre árabe) pero sin embargo, ella estaba muy arraigada a la cultura de allá.
—Lauren, eres demasiado lenta —se quejó.
—¡Ay, Dahara, cálmate! —contesté. A veces era lenta, pero no era para tanto.
—Mi vava1 me está llamando y dice que ya nos está esperando en el aeropuerto —conto
—¿Él irá? —pregunté emocionada.
—Sí, pero se regresará enseguida —respondió ella.
— ¿Por qué? ―indagué
—Pues, no lo sé. A veces papa suele ser raro.
— ¿Dónde nos hospedaremos? ―Esto parecía más un interrogatorio
—En un hotel —contestó. En su cara se notaba que estaba aburrida de tantas preguntas
—Pero se supone que tienes familia allá ―comenté
—Sí pero hmm... bueno, pero a la ciudad a la que iremos no tengo —confesó
— ¿Y a cuál vamos?
—Riad A la capital. Es muy bella.
—Ok. Confío en ti.
—Sí ―dice con una enorme sonrisa.
Tomamos un taxi hasta el aeropuerto, donde nos encontramos con el papá de Dahara; un hombre muy fiel a su cultura, por lo tanto siempre vestía como su ésta lo indicaba. Pero era un poco más liberal. Abordamos el avión y los tres nos sentamos juntos
—Bueno, chicas, son varias horas de viaje —comunicó el padre de Dahara
—Sí, qué aburrido —dije.
—Vamos, Lauren, no será aburrido —dijo Dahara, tratando de animarme.
—Soy una chica de veintiún años que se aburre —fingí dramatismo.
—Entonces te pondrás vieja —Abban se mofó.
—No, nunca, eso nunca —chillé.
—Bueno, Dahara, ¿te casarás? —preguntó el hombre.
―Claro que no, papa. Soy muy joven —respondió Dahara horrorizada.
—¿Te casarás? —Pregunté con los ojos bien abiertos.
—No, sólo que mi vava organizó mi boda con un chico desde que tengo diez años —respondió.
—No tiene nada de malo; tienes veinte, me podrás dar nietos —dijo Abban mientras que reía.
—No, abban, está muy joven, además, la necesito —abracé a Dahara fuertemente.
—Lauren, tú tienes veintiuno, también deberías casarte —dijo Abban.
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El príncipe árabe
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