¡Even! Abre la puerta

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Ya había terminado la semana. Era domingo.
El calor se hizo notar más de lo normal y yo me encontraba un tanto enfermo: no quería comer, me dolía la cabeza, el estómago, todo. A penas me podía mover de la cama.
Decidí no contarle nada a nadie a cerca de lo qué pasó en el café con Dianna.
Luego de haberme enterado de las intenciones de mi mamá en cuanto a mí corrí sin parar hasta llegar a mi casa, hice mi tarea, salí con mis amigos; como si nada hubiera pasado.
Sabía que no podría ignorar el tema por mucho más tiempo pero, abordarlo se me volvía completamente imposible. No sabía por donde empezar.
De repente me envolvió un extraño impulso, uno que    por unos minutos me hizo querer salir de mi cuarto y contarle todo a cerca de mi mamá. No importó y tampoco fue útil: Ni Rob ni Lucy estaban en casa, habían salido a hacer las compras para la cena que tendríamos esta noche con los padres de  ella.
Así es. La cosa era más que oficial, por lo que mi tío decidió que era hora de conocer a los padres de su...¿Amada? Sí, es un término adecuado.
Cuando digo que mi tío "decidió" me refiero a que por la mañana recibió una llamada de sus futuros suegros, en donde estos le avisaron que por la tarde estarían en la ciudad para conocerlo.
No fue una pregunta, mas bien fue una afirmación. Incluso Lucy estaba sorprendida y nerviosa, que minutos antes de empezar a armar frenéticamente una lista sobre los alimentos que necesitábamos para llevar a cabo una cena en la noche, se encerró en el cuarto que compartía con Rob. No salió de allí hasta qué pasó una hora, y actuó como si no ocurriera nada y salió disparada al auto con mi tío de la mano, quien no sabía muy bien que hacer o cómo reaccionar.
Estaban en los cuarenta y parecían adolescentes que salían por primera vez.

Eran algo así como las dos de la tarde y todavía no habían vuelto. Supuse que tardarían un buen rato más asi que salí de la cama como pude y me arme un almuerzo improvisado que constaba de un sándwich recalentado que me había quedado de ayer ya que no tenía apetito.
Comí con calma por miedo a lo que la comida le podría hacer a mi estómago y me senté a ver televisión. No había nada bueno, todas películas malas de esas que tienen terribles efectos especiales, la trama es muy predecible o los actores dejaban mucho que desear. No es que yo sea un crítico de la Real Academia pero... era evidente lo malas que eran.
Cuando ya me había rendido y no quería buscar más cosas para aplacar el aburrimiento de un domingo solitario, escuché una voz que provenía de mi porche.
Me dieron escalofríos.

"¡Even! Abre la puerta", dijo la voz. Aquella que yo conocía tan bien y era la única que me había provocado miedo en toda mi vida: La de Dianna.
No paraba de repetir lo mismo una y otra vez, y cada vez se acercaba más y más. "¡Even! Abre la puerta". El dejarla entrar no me apetecía, ¿Pero que otra opción tenía? Literalmente estaba acorralado en mi propia casa.
Mientras que todo el caos de los gritos y golpes de la señora en mi puerta, yo pensé en posibles planes para poder evitar que Dianna ingrese. El que me convenció más fue el de ignorarla pero, cuando ya me había decidido a seguir aquel camino, ella se asomó por la pequeña ventana del comedor que conectaba con la sala de estar dónde yo estaba.
Me vio. Me observó con sus ojos verdes, muy penetrantes por cierto.
Ignorarla ya no era una opción, sin embargo, yo seguia paralizado en mi sillón de cuero sintético que se encontraba un poco húmedo por el sudor de mis palmas ante el nerviosismo. Me sentía acorralado por un mismísimo velociraptor.
Titubeé en llamar a Rob pero supe que tardaría en llegar y no me ayudaría de nada.
Así que hice lo único que se me ocurrió en ese momento: corrí escaleras arriba, me encerré en el baño y en el espejo donde se encontraba mi reflejo, reconocí en mis ojos algo de mi "mamá" y eso me provocó náuseas.  Ahora sentía que ella se encontraba dentro del baño, que saldría del espejo y me llevaría con ella para siempre.
Quité la mirada de mi reflejo y me tiré por la ventanita de la pared que se encontraba atrás mío llena de azulejos modernos que Lucy se encargó de colocar, uno por uno.
La abertura conducía al patio trasero en donde la luz solar quemó mis ojos por unos segundos ya que estuve dentro de la casa gran parte del día.
Me costó acostumbrarme a la luz y a el calor abrasante pero cuando lo logré, corrí en mis pijamas hasta el paredón que daba al vecino. Lo escalé y aterricé en lo que parecía el medio de una reunión familiar de domingo en el jardín trasero.
Todos alrededor de la mesa me miraron estupefactos y yo solo pude balbucear un "Disculpen".
Cómo ya expliqué mis pintas no eran de las mejores: mis ojeras tenían un color violáceo que me hacía lucir un tanto aterrador así que escapé de aquella situación saliendo por la entrada de aquella casa tan bonita y...tradicional.
El haberme escabullido por la casa del vecino me dio lugar a perder de vista a Dianna quien a lo lejos (todavía la podía ver) seguía dándole golpes a las puertas y ventanas de mi casa.
Claro que no podía quedarme en la calle así que caminé hasta llegar a donde sabía que podía quedarme un rato hasta que la señora se fuera.
Toqué el timbre de la casa decorada excesivamente con flores y me atendió un hombre con barba corta y solo un poco canosa.

—Hola señor Brooks, ¿Se encuentra Sally?.–dije intentando esconder detrás de las macetas, mis pies cubiertos por mis viejas pantuflas.

A sally Brooks...¿Ya no le gusta Even? [ASLGE#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora