QUINTO ACTO [Libro Segundo]

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Deidara

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El arte es aquello que muestra su belleza perfecta por un instante y desaparece haciendo feliz al corazón.

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Estaba agotada. Sus manos temblaban, su cien ardía y sentía que apenas lograba mantener la vista al frente. Cayó rendida frente a la fogata de la habitación intentando controlar su respiración. Hasta caminar le había dolido en el trayecto de vuelta. Los músculos de sus piernas le quemaban, los dedos se le encrespaban, el estómago le gruñía por hambre, su boca estaba reseca y la visión le fallaba. Tomó un poco de agua de la botella que traía e intentó no desfallecer. El entrenamiento de ese día había sido tan duro que juró en algún momento no ser capaz de sobrellevarlo, pidiéndole a Konan que por favor desistiera de todo eso.

No aceptaré que sigas pensando que eres débil o incapaz de lograr lo que deseas ―fue la única respuesta que recibió mientras una lluvia de shurikens de papel intentaban darle.

Konan era una maestra muy severa, mucho más que Itachi y quizás también que su padre. Si bien era comprensiva y le daba momentos para recomponerse, tan pronto volvían a entrenar no tenía consideraciones ni aceptaba excusas. Si ella podía hacer algo, Hinata también tendría que hacerlo. Una mujer en medio de un mundo gobernado por hombres debía tener armas con las cuales defenderse. Si Konan lanzaba a la perfección veinte shurikens al mismo tiempo, exigía que ella también lo pudiese hacer. La había hecho entrenar todo el día moldeando chakra, realizando ninjutsu básico y hasta pelearon en una batalla que terminó cuando un kunai le cortó parte de su muslo. Hinata ni si quiera logró tocarla.

Lo hiciste bien hoy ―fue lo único que le dijo cuándo la ayudó a vendarse la pierna―. Volvamos a Amegakure.

Y ahí estaba ahora en la estancia de las habitaciones que usaban los miembros de Akatsuki. Miró la puerta corrediza de madera en donde se encontraba su cuarto junto a Itachi, pero le dolía tanto el cuerpo que hasta pararse le hubiese costado trabajo.

Quizás podría dormir aquí... ―pensó acurrucándose sobre sí misma entrecerrando los ojos un momento, quedándose dormida junto al fuego.

La despertó el sonido de alguien limpiándose la garganta en un carraspeo irritado y tan pronto levantó los párpados se encontró con ojos azules que la miraban con fastidio y curiosidad.

―¿Podrías dormir en otro lugar?

Su voz era grave y divertida, a pesar de que sus gestos lucían muy finos, incluso más que los de Itachi. Sus ojos azules eran grandes y llenos de vida, brotando tantas emociones de ellos que le habría resultado imposible ocultar lo que sentía si alguien los miraba fijamente. Su nombre era Deidara y ya había tenido contacto con él antes. El último encuentro con el joven había sido cuando intentó hacerla explotar con la misma arcilla que moldeaba entre sus manos.

―Lo siento ―dijo rápidamente, intentando ponerse de pie.

―Usaré la mesa para realizar mi arte, hn ―asintió con el rostro, complacido al ver el respeto y miedo que inspiraba en Hinata―. Quizás luego lo haga explotar en un lugar cercano, por si quieres verlo y apreciar mi obra.

El Precio de la Paz [Naruto Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora