Kanzashi.
.
.
Eran pocas las ocasiones en que se interesara por algo, o más bien, en algo que no fuese su propio trabajo, su arte, sus marionetas o la oportunidad de demostrar lo magníficas que eran. La mayor parte del tiempo se dedicaba a sus propios asuntos o a lo que la organización pedía de él. Era ensimismado y recordaba haberlo sido siempre, encerrado en su propio mundo, buscando alcanzar algo que parecía escapársele cada vez que lo sujetaba entre sus manos.
No estaba ahí precisamente porque creyera en toda esa tontería idealista del líder, sino porque le daba la oportunidad de hacer lo que más le gustaba: coleccionar marionetas.
Su frialdad al momento de tratar con la vida humana era apreciada en ese lugar en donde las misiones requerían de sacrificios de ese tipo y él no sentía empatía por el sufrimiento que causaba. Si le decían mata, lo hacía sin preguntas. Si le pedían destruir, lo veía como una oportunidad de probar la excelencia de sus creaciones.
Definitivamente, le era cómodo pertenecer a Akatsuki, en donde todo se orientaba a cuanto podían capitalizar las labores de un shinobi. Su colección se agrandaba con cada día que pasaba ahí al tener la oportunidad de medir fuerzas con grandes adversarios y convertir sus cuerpos derrotados en maravillosas armas.
Una imagen irrumpió en sus pensamientos y quebró su concentración. Levantó la mirada de la mesa y bajó un momento el atornillador con que trabajaba. No lograba concentrarse en arreglar el brazo de aquella marioneta cuando había algo más en su mente rondando, quemando, susurrando.
―Hyūga, Hinata.
La deseaba. Cuanto la deseaba.
Debía admitir que en un comienzo cuando se enteró quien era esa niña que acompañaba a Itachi se sintió irritado, más bien, muy irritado. ¿Cuántas veces había intentado agregar esos hermosos ojos a su colección? ¿Cuántos Hyūga había acabado durante la guerra contra el País del Fuego, sólo para ver que sus ojos desaparecían como polvo en el viento tan pronto morían? Era frustrante para un artista como él, pues quería conservar la belleza de cada una de sus obras. ¿Cómo podría preservar esas joyas si se destruían? Lo angustiaba y se había vuelto una necesidad obtenerlos. Era un coleccionista a quien le faltaba un último objeto para completar su colección ideal, y aquello lo estaba volviendo loco.
Salió del cuerpo de Hiruko con cuidado. Necesitaba poner un poco de aceite en la cola de escorpión, pues cuando Deidara y él estuvieron a punto de enfrentarse, notó que el veneno había carcomido parte de la flexibilidad entre las uniones. Era difícil mantener una marioneta con tantos dispositivos de ataque, pero se sentía muy orgulloso de su trabajo y por ende, que alguien se burlase de éste lo enfurecía.
Suspiró nuevamente y se sentó en su mesa de trabajo. De todas las habitaciones dentro de ese nivel, la suya era la más grande; no porque necesitara precisamente un gran lugar para dormir, sino porque su oficio requería de espacio para trabajar. Las paredes a su alrededor estaba cubiertas en herramientas de todo tipo, planos para futuras armas y mecánicas, hojas que colgaban con la biología del cuerpo humano, partes de marionetas que estaban descompuestas y una solitaria imagen de dos personas abrazando a un niño.
Sería una marioneta hermosa ―pensó irritado―. Sería una de mis favoritas, quizás la más preciada.
La podía imaginar moviéndose como una bailarina, dando esos magníficos golpes al estilo del puño suave de los Hyūga y utilizando el byakugan para mostrarle todo a su alrededor. Habría sido una marioneta de asedio, posicionándose frente a las otras para cubrirlas con paredes de chakra. Podía verse a sí mismo manipulando esos brazos, creando verdadero arte en cada uno de sus delicados movimientos.
ESTÁS LEYENDO
El Precio de la Paz [Naruto Fanfic]
FanfictionPor deber, para proteger la paz reinante y ganar un poco de tiempo para detener el eminente golpe de Estado que el clan Uchiha planea, Itachi acepta desposarse con Hinata Hyuga, la hija del líder del segundo clan más importante de Konoha. Ambos tend...