La muerte destroza al hombre, la idea de la muerte le salva

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Me quedé toda la mañana revisando papeles y contratos, cuando miré el reloj eran las 4 de la tarde y tenía un hambre de perros. Antes de irme llamé a una tienda de ropa, el dueño era amigo mío y le encargué un vestido para Emma.

-Señor – atendí la llamada de Carlo - la señora me ha pedido que le llame para preguntarle si quiere algo de comer rápido.

-Dónde estáis?

-En el centro comercial de la Avenida Este.

-Por qué no me ha llamado ella?

-Porque el niño está llorando y ella lo está tranquilizando señor.

-Iré ahora mismo.

Colgué la llamada y en menos tiempo del que pensaba había llegado a mi destino.Entré al centro comercial y ella frente al burguer se encontraba agachada explicándole algo a un niño que no quería escucharla.

-Qué le pasa? – la asusté

-Quiere un juguete del escaparate que no está en venta, es el último y lo tienen reservado para otra persona.

Miré hacia el escaparate de la tienda y era una bicicleta con ruedas pequeñas de apoyo, azul y blanca. Los dejé ahí otra vez y me metí en la tienda, diez minutos después salía con ella de ahí.

-Pero – ella no lo entendía

-Ahora – le hablé al pequeño – si dejas de llorar y comemos algo todos tranquilos te la daré al llegar a casa – el niño feliz asintió y me dio la manita para entrar y pedir la comida.

-Por qué lo has hecho? – me preguntó ella un poco enfadada

-Porque puedo. Ha dejado de llorar que es lo importante.

-No consiste en que deje de llorar o no, sino que entienda las cosas Max, cuando no se puede no se puede y punto. Además ya le he comprado suficientes cosas hoy como para comprarle también la maldita bicicleta – dejó su hamburguesa enfadada en la bandeja – no puedes llegar y cambiar todo Max, no la educación de mi hijo.

-De nuestro hijo – le recordé que lo había adoptado.

-Me da igual Max – levantó un poco la voz y llamó la atención de la gente que teníamos en las mesas de alrededor – nunca me había pedido esas cosas, siempre ha entendido que no se podía y no me ha hecho ningún berrinche.

-No sé porque te enfadas – le acaricié la cabeza al niño que me estaba mirando sonriendo

-Por que estás comprando su cariño y no es así – volvió a levantar la voz – porque no quiero que una bestia caprichosa ocupe el cuerpo de mi hijo, porque

-Nos vamos ahora mismo – no dejé terminar la frase y me puse en pie, salí del local dejándolos a los dos ahí mientras ella recogía la comida del niño y la guardaba en su cajita.

Los esperé en el coche y una vez que estábamos dentro todos aceleré. Llegamos a casa y entré antes que ellos pero no me iba a encerrar en el despacho hasta dejarle una cosa clara a ella.

-No quiero comprar el cariño de Mateo pero no voy a ver llorar a un niño por una estúpida bicicleta – esta vez mi voz fue bastante dura – ah y esta noche nos vamos de cena, te habrán traído seguramente el vestido y no quiero que pienses que estoy comprando también tu cariño a base de tarjeta.

Cerré con un golpe seco la puerta del despacho y me reuní durante toda la tarde con mis hombres ahí. Sí, mi vida era esta, por la mañana en la bodega y por la tarde en mi despacho. Encima esta noche en la cena habría un mafioso árabe con el que yo estaba dispuesto a hacer un negocio desorbitado, que a nosotros nos daría millones de euros. Menos mal que mis padres también acudirían a la cena y todo sería más fácil.

Hijo de la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora