Capitulo 1

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Las sirenas de la policía me levantaron en la mañana. Tal y como la muerte lo dijo mi padre murió y su cadáver fue encontrado en la playa. Algunas personas me critican por ser insensible. ¿Debería estar llorando? Ya no.

Me canse de llorar por lo mismo.

Primera muerte:     Cuando tenía 12 años mi madre murió de cáncer. La muerte me anuncio que se la llevaría consigo en el hospital, una hora antes de que la operaran, yo la abrace y la abrace y le rogué a la muerte que la dejara conmigo. O que me llevara a mí. Pero no fue así. Después de la operación, mi madre no salió de la habitación, sino el Doctor, con las malas noticias. Mis hermanos pequeños lloraron y mi padre y mi abuela se hundieron en una depresión sin salida. 

Segunda muerte: Mi abuela llevaba a mis hermanos a la escuela. Eran dos gemelos demasiado traviesos. Kevin y Jackson. Mi abuela sufrió un paro cardiaco en medio del tráfico. Mis hermanos no sabían que hacer y al llamar al 911 ya era demasiado tarde. La muerte se me apareció mientras yo lavaba los platos, para decirme que mi abuela seria la siguiente. Tenía 14 años. 

Tercera muerte:       Mis hermanos fueron a una fiesta en un parque acuático. No entrare en detalles, porque si relacionamos el agua, todos se darían cuenta de que murieron ahogados. La muerte me lo dijo cuándo me encontraba alistando mi uniforme para ir al Colegio. Tenía 14, y fue tres meses después de la muerte de mi abuela. 

En todo ese plazo de tiempo mi padre opto por emborracharse. Trabajar y trabajar. Lo había perdido casi todo. Menos a mí. Ya casi no tenía cordura. Estaba depresivo. Y tomaba pastillas para dormir.  Y bueno, como ya sabremos… Él fue la cuarta muerte. Esta se me presento cuando miraba una película de terror, avisándome horas antes de su partida al mundo de los muertos.

¿Qué puedo decir de mí? Creo que madure antes de tiempo, pero de una manera asquerosa. Soy dura, insensible, rebelde y de ahora en adelante seré una nómada moderna. Ya han transcurrido cuatro días desde la muerte de mi padre. He vendido la casa y todas las cosas que habían allí. Excepto las más personales.

Estoy reunida en su funeral. Puesto que se ha tardado un poco, ya que los pocos familiares que tengo recién se han enterado de las noticias. Veo personas que son amigos de mi padre. No tengo ningún abuelo o abuela. Creo que hay algunos tíos y muchos más amigos. Casi no conozco a nadie. La cuarta mitad está llorando. Yo soy la hija y no estoy llorando. Me siento tranquila… Pero, tengo que admitir, que un sabor amargo me corre por la boca.

Supongo que la muerte quería que yo me quedara sola. Que prueba más deprimente... rio.

Estamos al final del funeral. Yo me dirijo al auto. La hierba cubre el cementerio y el sol lo hace ver un lugar alegre. Que ironía…

-Que fría te has hecho. –un chico me mira. Sus ojos son color café con leche y tiene el cabello negro. Es alto, blanco, y guapo. Mmm, tengo tiempo para flirtear un poco, pienso. 

-Hola. –lo saludo y me muerdo los labios. – ¿Fría? ¿Yo? Pero si hace mucho calor... 

-¿No te da pena? ¡Casi toda tu familia se ha muerto y tú sigues intocable! –me mira enojado. -No tienes corazón. No pareces humana. 

Lo miro detenidamente. Pero que muchacho más... ¿Honesto?

-¿Me conoces lo suficiente para juzgarme? -me volteo y lo miro a la cara. -Lo he perdido todo, lo sé. Y no, no siento nada. No me importa nada, ni nadie, y si, ya estoy lo suficientemente sola como para tener corazón.

Se empieza a reír.

-No te queda el papel de chica mala. 

-¡¿Acaso te conozco?! –grito. Bien, puede ser guapo, pero no tiene derecho a analizarme. Sé que soy egoísta, rebelde, o lo que sea, pero ¿Actuar? ¡Por favor! Es mi naturalidad.

-Nope. –se pasa el dedo índice por su barbilla. –Pero yo sí. Ibas conmigo a las clases Juveniles de Concientización con tu mamá cuando teníamos 12 años. 

Lo miro con un gran signo de interrogación que claramente se nota en mi cara. No creo recordarlo... Esperen un momento... ¡Creo que sí! ¿Clases? Mierda, lo tengo en la punta de la lengua...

-¡Para que hacerte recordar! Ya lo has olvidado todo.

-¡Trevor! –lo interrumpo. –Eres el niño gordito que siempre me ofrecía chocolates y alfajores de manjar.

¡Aja! Debía ser él. Más bien es el. Esos ojos café con leche me eran familiares. Pero qué raro… parece que se ha puesto a dieta… Ya era hora.

-Uhm… –se queda callado.

-Pero que cambio te has dado. –me rio.

-Se a lo que te refieres. –me mira serio. –Tu igual, y en todos los sentidos. –murmura.

-Al fin dejaste de ser el cerdo de dos patas y sin cola. –suelto varias carcajadas.

Trevor me analiza con decepción.

-No puedo creer que seas tan estúpida. –baja la mirada. –Quería invitarte a salir para mostrarte mis condolencias, pero eres tan insoportable, que no saldría contigo ni aunque la muerte me amenazara con hacerlo.

-Y no lo dudo. –le respondo. –Pero dime algo. ¿Por qué bajaste de peso? Porque en serio, parecías zumo. Lo tuyo era sobrepeso infantil.

Trevor frunce el ceño. Aprieta los labios y explota.

-Me acosaban. –su voz suena tensa. Aww, pobrecito otra víctima… digo para mis adentros. –Me pegue el estirón y aproveche para meterme en un curso de supervivencia a los catorce. Ahora me paso haciendo ejercicios por diversión, me fascinan los deportes extremos.

-Oh, pues te ves muy bien. Diría que demasiado. –me le arrimo a su hombro. – ¿Te importaría si me invitas a comer algo?

-No eres la misma. –se ríe con ironía. –Quiero decirte que no, pero algo me dice que sí.

Por favor… Que ese algo no sea la muerte.

-Perdóname por hablarte así. –le digo. –Estoy un poco estresada. Ya no tengo casa, y bueno, no sé a dónde iré. Soy una nómada moderna.

-¿Por qué no te quedas en la casa de tus padres? –me pregunta mientras se sube al coche y se abrocha el cinturón.

-La vendí y metí todo el dinero en la cuenta de Ahorros Familiar que tengo para mí sola. –le sonrío.

El cierra los ojos y respira con paciencia.

-No sé qué mierda hago al lado de ti.

-Invitándome a comer. –le recuerdo. –Por cierto, no he comido en un día nada sólido, solo una botella de tequila que le robe a mi padre antes del funeral.

-Un momento. –me mira de arriba abajo y me olfatea. –Estas un poco ebria. Eso lo explica todo.

-Correcto, amiguito, solo un poco. Pero, naturalmente, así es mi personalidad.

-No puedes conducir ebria. –se desabrocha el cinturón y me aleja del volante. –Déjame a mí.

-¡¿Qué?! –le reprocho. –Es mi auto. Yo hago lo que quiero con él.

-Pero eres importante para mí, y quiero que estés bien. –el me saca del coche y me lleva al asiento del copiloto.

¿Y a este chico que le pasa? Aparece de la nada. ¡Quiere ayudarme! Hay querido, querido, querido, no tengo remedio… Ni solución. Y no me gustas. A mi nada me gusta. Mi personalidad es muy egoísta e hipócrita. ¿Cómo le puedo importar? Fui demasiado fría con él. Demasiado mala y cruda. Pero ya se acostumbrara.

Todo el mundo se acostumbra a algo.

La sonrisa de la muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora